Por Manuel Vicent |
Añada a este
catálogo de infamias cualquier desgracia personal, el paro, el abandono de su
pareja, una enfermedad, el temor a quedarse sin dinero para su entierro, y
cuando parece que la maldad universal lo va a hundir todo alrededor, de pronto
el derrumbe se detiene. ¿Qué ha pasado? Simplemente que el equipo de fútbol
español acaba de marcar en Kazán el gol de la victoria contra Irán.
Pese a que se ha
producido sin gloria, gracias a la veleidad del balón que rebotó contra la
pierna de un delantero, la descarga de emoción irracional se ha engullido por
un momento todos los males de este pérfido mundo. El Apocalipsis puede esperar.
De las tres etapas
de la evolución del ser humano, homo sapiens, homo faber, homo ludens, la conquista del juego
como interpretación de la vida es la fase más noble y sugestiva del espíritu.
En la Antigua Grecia cada cuatro años se establecía una tregua en la guerra
entre las ciudades para que los Juegos Olímpicos se celebraran en paz. Los
atletas victoriosos transferían la gloria del triunfo al alma colectiva de la
tribu.
Queda por ver si el
deporte en el Mundial de fútbol y en estos Juegos del Mediterráneo impondrá los
valores de concordia que nos hagan olvidar por unos días las miserias de la
política. Solo el cronómetro y el balón serán aquí los dueños del destino.
© El País (España)
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