Por Carmen
Posadas
En 1564, casi cincuenta años después de que Miguel
Ángel pintara sobre la bóveda de la Capilla Sixtina La creación de
Adán, el papa Pío IV ordenó acabar con esa «orgía de desnudos» que
infestaba tan santo lugar. Encargó, por tanto, que se velaran las partes
pudendas de Adán y de todas las figuras que allí aparecen (de hecho, la figura
de Dios es casi la única que lleva ropa en tan colosal obra maestra).
Si
Buonarroti en su momento se salió con la suya logrando «pintar al hombre en la
gloria de su desnudez», según sus propias palabras, Pío IV en pleno Concilio de
Trento debió de pensar que ya tenía bastantes problemas con sentar las bases de
una Iglesia alejada de las frivolidades del mundo, sus pompas y sus obras, y
les puso taparrabos a todos.
El casto velo de Pío IV preservó nuestros ojos de
desnudez tan pecadora hasta que, a finales del siglo XX, en 1994 más
concretamente, pudimos al fin volver a ver los desnudos de la Capilla Sixtina
tal como los pintó el maestro. Aquellos eran los años de la libertad, de la
falta de complejos cuando cada uno entonces podía hacer de su capa un sayo y de
su sayo un bikini o un monokini incluso, sin que nadie lo señalara con su dedo
censurador.
Pero han pasado los años y, de pronto, en pleno
siglo XXI aquí están de nuevo los partidarios de Pío IV. Con la interesante
diferencia de que ellos no agitan su dedo puritano y condenatorio en nombre de
ninguna religión. O, mejor dicho, lo hacen en nombre de una nueva religión sin
santuarios ni tablas de la ley entregadas en el monte Sinaí.
Pero, aun careciendo de ellas, los sagrados
mandamientos de esta nueva fe los acata el mundo entero sin rechistar, porque
la Corrección Política, que así se llama nuestra actual deidad, es más exigente
que Yavé, más feroz que Odín, más vengativa que Alá y más cegadora que Ra.
A veces, a tan omnipotente diosa le da por señalar
a un filósofo para tacharlo de machista infumable. Y da igual que Aristóteles,
que así se llama el reo en cuestión, lleve dos mil y pico años criando malvas y
que sus opiniones sean producto del sentir de su época; expulsado queda a las
tinieblas exteriores.
En otras ocasiones a la Corrección Política le da
por cambiar el fin de obras que considera feminicidas, como la Carmen de
Bizet, por ejemplo, de modo que la cigarrera ya no muere, sino que le
descerraja un par de tiros a don José. O nuestra diosa acusa de pederasta a
Balthus por pintar niñitas en paños menores. O se encarna en Gretchen
Carlson, presidenta del certamen de Miss America. Según ella, «la
esencia del concurso va a cambiar para adaptarse a la nueva era Me Too». Por
eso, las concursantes ya no tendrán que desfilar en traje de baño, mientras
que usar tacones será solo una opción. La puntuación se atribuirá a quien luzca
un atuendo que la haga sentirse más poderosa (sic). Quedarán prohibidos también
los trajes de noche, por ser demasiado sexys. Las aspirantes
podrán vestirse con aquello con lo que se sientan cómodas y, en vez de desfilar
por una pasarela, se sentarán a dialogar con los jueces sobre sus logros y sus
metas, explicando cómo piensan usar su talento y su ambición si ganan el
concurso.
En septiembre llega la primera edición de Miss
America en su nuevo formato, y estoy expectante. ¿Cómo se presentarán las
concursantes? ¿En chándal? No, demasiado sexy. ¿En pijama?
Demasiado íntimo. ¿Vestidas de profesora de Yale para que el jurado vea que
tienen inquietudes intelectuales? ¿De damas del Ejército de Salvación para
demostrar su espíritu de servicio? No, ya sé, lo ideal debe de ser disfrazarse
de Gertrude Stein, para indicar que la belleza está en el interior.
Y mientras tanto, y paradójicamente, como la
Corrección Política se ocupa solo de tapar y censurar cuerpos femeninos,
proliferan cada vez más los concursos de belleza masculinos. Que si Mister
Mundo, que si Mister Universo, que si Mister Guapo con Gafas… Así que
aprovechemos, chicas. Hasta que aparezca en el horizonte un nuevo Pío IV y le
dé por velar también torsos, bíceps y cuádriceps dignos de Miguel Ángel,
servidora, al menos, piensa darse tremendo festín visual. ¿Será hembrista el
comentario que acabo de a hacer? Por favor, perdóname, amada diosa. Mea culpa,
mea culpa, mea máxima culpa.
© XLSemanal
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