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miércoles, 6 de junio de 2018

Miedo y enfado

Por Isabel Coixet
Creo que sólo recientemente me he dado cuenta de dónde vienen los estallidos de enfado que a veces he visto en mis coetáneos y en mí misma. Hay algo de extemporáneo y absurdo en esos prontos de los que he sido testigo, incluso en gente habitualmente calmada y pacífica, como yo misma: de repente, es como si un pañuelo rojo nos atravesara las pupilas y los peores improperios saliesen de nuestra boca, como si soltaran en una tienda de quesos una manada de urracas hambrientas de una jaula donde han estado hacinadas. 

No hay que ser un genio para ver que toda esa palabrería ridícula que se suelta a borbotones entre saliva disparada es el producto de la combinación letal entre el miedo y la inseguridad, pero, por razones que se me escapan, siempre había visto estas demostraciones de enfado como naturales y con causa.

Ayer, en el rodaje, se produjo una situación complicada: un plano que me había empeñado en hacer se reveló mucho más difícil de conseguir de lo que todos habíamos planeado. Era ya bien entrada la madrugada, el equipo estaba cansado y, por mucho que ensayábamos la secuencia que envolvía a una cantante de fados, a veinticinco extras y a nuestras dos actrices principales, la cosa no salía. Alguien me dijo: «Qué calmada pareces», y yo recordé todas las veces en mi vida que he estado en situaciones parecidas y que he notado al dragón de la ira (ira contra el mundo, contra la técnica, contra el destino, contra mí misma por intentar conseguir sin tiempo y sin medios algo complejo que requiere mucho ensayo y mucha preparación) apoderarse de mí. Recordé los gritos, los cabreos, las patadas en los cajones de cámara, los bufidos y la angustia. El miedo: miedo a fallar, miedo a no estar a la altura, miedo a no conseguir el plano perfecto, miedo ante lo aparentemente insalvable de la situación. Miedo a que una inseguridad atenazante me paralizara.

Y sentí con alivio que apenas puedo expresar un enorme alivio. Tras varios intentos conseguimos el plano que yo había soñado y que en una sola toma consigue transmitir todo un sentimiento de melancolía que llena a las protagonistas a su llegada a Oporto. Acabamos el rodaje con alegría, contentos de haber vencido la batalla técnica que el plano de marras suponía.

En el camino de vuelta a casa, casi al amanecer, no sentí ninguna nostalgia de esa mujer miedosa e insegura que a veces se enfurecía, viniendo o sin venir a cuento. Ahora reservo mi enfado y mi indignación para cosas más importantes y que dan verdaderamente miedo. El actual ocupante sin despacho del Palau de la Generalitat es una. Por desgracia, el mundo y sus circunstancias no dejarán de proveernos de motivos para el cabreo.

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