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miércoles, 13 de junio de 2018

Low cost

Por Fernando Savater
El otro día, al ir a tomar un avión, le comenté a un chaval quinceañero mi nostalgia de cuando los aeropuertos aún no eran supermercados. No me entendía, le expliqué lo que recordaba. Me miró asombrado y escéptico: ¿que en los aeropuertos no había tiendas? No, ni tampoco controles de seguridad propios de Fort Knox (según contaban en Goldfinger, yo no he estado): seguro que no me creyó. 

La nueva terminal 5 de Heathrow es el parangón del futuro que ya está aquí. Me evoca el mundo abigarrado, ultracomercial y vigilado de Blade Runner, sin que falte el holograma de una amable joven que habla desde ninguna parte para nadie… Pero no es un espacio tan seguro y friendly como se nos quiere hacer creer.

El pasado domingo tuve que tomar allí a las 18.40 el vuelo de Iberia 3179 con destino Madrid. Tras una larga peregrinación hasta la puerta de embarque, se nos informó (en inglés, claro, que el vuelo fuese de una compañía española no contaba) que debíamos renunciar a llevar a bordo el equipaje de mano al que por ser un vuelo regular estábamos autorizados. Había que facturarlo sí o sí, improvisadamente, aunque se tratase de maletas de mano sin candados ni protección alguna porque creíamos que viajarían con nosotros. Yo sólo tuve el reflejo de sacar mi iPad, por aquello de proteger el instrumento de trabajo. Una vez en el minúsculo avión, ya con tripulación compatriota, comprobamos que los maleteros superiores iban semivacíos. Al llegar a Barajas, nuestros pequeños bultos desvalidos giraban en la cinta de equipajes. Una mano nada virtual había abierto el bolsillo anterior del mío y había vaciado la cartera donde llevaba los euros. En fin, la vida moderna. A los viejos a veces nos da rabia.

© El País (España)

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