Por Laura
Di Marco
El fútbol y la economía nos tienen con el corazón
en la boca. Un día agonizamos, al siguiente revivimos. Hace diez días nos
quedábamos fuera del Mundial, pero ahora ya nos permitimos soñar con
"Messi traeme la Copa". Leo se recuperó rápido en el imaginario
colectivo: con Croacia fue un mezquino y hasta vomitó en público. Menos mal que
con Nigeria retornó su ángel al cuerpo y volvió a reencarnar en ídolo.
Los
barquinazos del mercado no difieren mucho de los del fútbol. Si el Día de la
Bandera festejamos la recategorización a país emergente, esta semana quedamos,
de nuevo, al borde del abismo.
Macri está lejos de hacer el gol de Kempes, con el
que recurrentemente sueña. Pero, a pesar de la crisis económica y la baja en
las expectativas (dos de cada tres argentinos son pesimistas con respecto al
futuro), un 40 por ciento de la sociedad lo sigue apoyando. O, tal vez, lo que
sigue apoyando es el deseo de dejar atrás el populismo emocional y político,
ese estado de inmadurez que solo parece calmarse ingiriendo el narcótico de la
satisfacción inmediata.
Como en el juego de las muñecas rusas, dos
Argentinas parecen convivir en un mismo territorio político. Por un lado, un
país maradoniano que, igual que las adicciones, ejerce una irresistible
tentación. Luego, esa otra Argentina que sueña con salir del laberinto y es
capaz de evaluar procesos y no solo resultados. Un ejemplo: las consultoras más
confiables revelan que más del 50 por ciento de los argentinos creen que el
principal problema ya no es la inseguridad, sino la economía. Más aún, para
Aresco, la encuestadora de Federico Aurelio, el 71% ponderan negativamente la
situación económica actual. La novedad es que ese mayoritario universo
pesimista es transversal: contiene tanto votantes del oficialismo como de la
oposición. Sin embargo, los críticos que respaldan a Cambiemos, con diversos
matices, interpretan que los bandazos de la economía no son responsabilidad
exclusiva del actual gobierno, sino que, además y sobre todo, son el fruto de
fallas estructurales que arrastramos durante décadas. Los núcleos duros de
estas dos Argentinas son los que se trenzan, a diario, en interminables guerras
tuiteras.
La mirada maradoniana, en cambio, se detiene solo
en la foto económica y olvida la película. Está anclada en el resentimiento.
Más aún, se nutre de él y de la adversidad. Practica el bullying y
el machismo con las chicas rusas, siguiendo el manual argento de Tinelli. Es
prepotente. La emprende a golpes con circunstanciales adversarios. Lanza
brutalidades como "Caballero, ojalá violen a tu hija y a tu mujer".
Desea que caiga (de nuevo) un gobierno democrático, tal como blanqueó esta
semana el Pollo Sobrero. Es esa porción de la Argentina que, tal como
reflexionaba Santiago Kovadloff en una entrevista reciente, le exige a la
selección que opere de droga para anestesiar temporalmente las sucesivas
frustraciones nacionales.
Hugo Moyano, protagonista del último paro contra el
Gobierno, sostiene implícitamente el mismo deseo que Sobrero: desgastar a Macri
en las calles. Pese a ello, el Presidente no termina de animarse con él. Más
bien oscila entre enfrentarlo y aliarse, como sucede en la AFA a través de
Angelici, su hombre de confianza. Como se ve, la Argentina maradoniana ejerce
un enorme poder de seducción, aun para aquellos que formulan salir de la
cultura de la trampa.
También hay un periodismo versión maradoniana. Es
el que, a menudo, confunde pensamiento crítico con daño. El que se regocija
mostrando lo turbio, la intriga, la interna, el robo, pero que no propone
caminos alternativos; tampoco muestra ejemplos inspiradores. El mismo que,
siguiendo el manual básico del populismo, destroza a Messi -o a Macri- cuando
se hunde y lo rescata cuando repunta. Una parte del mundo periodístico
contiene, en su interior, muchos de los pecados que critica afuera, pero, como
se sabe, en la Argentina nadie se reconoce como parte del problema: la sombra,
naturalmente, siempre es de los otros.
Ese periodismo es el que se erigió como intérprete
de los indignados con la selección nacional después de la derrota ante Croacia
y que llegó incluso a postular que ningún futbolista de alta competición
debería verse afectado por las emociones o la sobreexigencia. La cosificación
de los ídolos es una forma de violencia, tal como interpreta el psicólogo
Miguel Espeche. Solo así se entiende la carnicería desatada en torno a los
jugadores después de la derrota.
La que dice "Messi traeme la Copa" -frase
tribunera de la que se desprende que la Argentina se lo merece más que otros
países- es esa sociedad inmadura, que no parece tener otras gratificaciones en
su vida cotidiana más que ganar un Mundial. ¿Por qué? Kovadloff ofrece una
pista: "Una función que ha tenido históricamente el fútbol ha sido decir
que nuestra identidad no se agota en el fracaso; que, en otros planos, podemos
ser campeones mundiales. Una derrota, en cambio, nos vuelve parecidos a nosotros
mismos en otros terrenos, como la economía".
Otras sociedades, que no sobreexigen de un modo tan
cruento a sus jugadores, probablemente tengan distintos pilares identitarios.
Es la tesis de Espeche. Es decir, nutren su autoestima nacional de fuentes
diversas. Lo observamos en la impecable reacción de los rusos cuando fueron
goleados por Uruguay en su propio territorio.
La colocación de Messi en el lugar del caudillo,
del elegido que, con su genialidad, nos va a redimir de nuestras limitaciones,
también forma parte de esa Argentina maradoniana que siempre busca la
reivindicación de alguna supuesta injusticia. "El ídolo es un objeto que
tiene la obligación de gratificarme; por definición, me debe algo. Y cuando cae
me siento despechado. ¿Quién es el despechado? El niño al que se le ha quitado
el alimento", apunta Espeche, que es especialista en salud mental
comunitaria.
La Argentina "argenta" y maradoniana está
impregnada de cultura sexista. Un dato que no solo quedó expuesto en los videos
de los tres argentinos burlándose de las chicas rusas, sino también en
publicidades nacionales y hasta en un manual de la AFA que recomendaba a los
varones cómo "conquistar" mujeres en suelo mundialista. En paralelo,
sin embargo, algunos tuiteros propusieron esta semana que, a modo deprobation,
los acosadores deberían sentarse a escuchar el testimonio de Alika Kinan,
emitido recientemente por LN+, una sobreviviente de una red de trata que
durante 16 años fue el divertimento final en las salida de varones y que hoy
padece un cuadro de estrés postraumático similar al de un soldado que volvió de
la guerra. "Yo también solía reírme con las bromas de Marcelo [Tinelli],
pero en otro estado de conciencia", escribió uno de los tuiteros que lo
proponían, sinceramente herido por la conducta de sus congéneres.
La semana terminó con versiones falsas sobre la
muerte de Maradona, que el mismo protagonista se encargó de desmentir con un
audio enviado a su biógrafo, Daniel Arcucci. Allí, con voz pastosa, juraba por
su hijo menor y su nieto que "estaba todo bien". El audio no dejaba
en claro qué es lo que "estaba todo bien". Pero en la Argentina
maradoniana la mentira es la verdad.
© La Nación
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