Por Juan
Manuel De Prada
Cuando supe que se había muerto María Dolores
Pradera me golpearon las lágrimas; en lo que ya se nota que soy caballo viejo y
cansao, un corazón amarrao al que, cuando le sueltan las riendas, se desboca.
Pero ¿cómo no iba a llorar? Creo que María Dolores Pradera fue la primera mujer
de la que estuve enamorado, tras haberlo estado de mi madre.
O, para ser más
exacto, tendría que escribir que estuve enamorado de María Dolores Pradera a la
vez que de mi madre; porque, durante algún tiempo, pensé que María Dolores
Pradera y mi madre eran la misma persona.
En mi recuerdo más remoto me desperezo
placenteramente entre las sábanas con apenas tres años, en un aire perfumado
por la flor de la canela; y llega hasta mis oídos la voz de mi madre, cantando
las canciones de María Dolores Pradera desde el baño, o mientras se azacaneaba
en los fogones, o mientras recorría las habitaciones con un plumero en la mano.
Yo a mi madre siempre la veo (me basta cerrar los ojos para hacerlo) con
jazmines en el pelo y rosas en la cara; siempre me ha parecido que iba
perfumada de magnolia, rociada de mañanita; y cuando paseaba de su mano por las
calles de Zamora me sentía un caballero de fina estampa que la llevaba hacia
los zaguanes y los patios encantados, las plazuelas y los amores soñados.
Luego, cuando dejé los pantalones cortos, mi madre me cantaba, para reprocharme
mi desapego: «Y cuando al fin comprendas / que el amor bonito / lo tenías
conmigo…». Y, en fin, cuando en la turbia adolescencia me embroncaba con ella,
mi madre me lanzaba los mismos reproches y advertencias que María Dolores
Pradera: «¡No me amenaces! ¡No me amenaces! / Cuando estés decidido a buscar
otra vida, / pues agarra tu rumbo y vete. / Pero… ¡no me amenaces! ¡No me
amenaces! / Ya estás grandecito, ya entiendes la vida, / ya sabes lo que
haces». Echo la vista atrás y siempre recuerdo a mi madre con una canción
de María Dolores Pradera en los labios. Todas las efemérides de mi corazón
están ligadas a los boleros y las rancheras, los tangos y los valsecitos que
cantaba María Dolores Pradera. Toda mi infancia tiene música de María Dolores
Pradera y voz de mi madre, que allá en los yacimientos dormidos de la infancia
forman una sola persona, porque mi madre cantaba al menos tan bien como María
Dolores Pradera, con la finura y el sentimiento de quien no necesita ponerse
sentimental ni desgarrada para hacer vibrar de emoción a quien la escucha.
Las canciones de María Dolores Pradera que tantas
veces he escuchado de labios de mi madre me enseñaron que sólo es español
auténtico quien ama a todos los pueblos hispánicos y entona sus músicas. Luego
supe que todas aquellas canciones no las había compuesto ella y que otros las
habían cantado antes. Pero a un purista temerario al que se le ocurrió decirme
una noche de copas que María Dolores Pradera había desgraciado alguna de esas
canciones le largué un bofetón que lo tiró al suelo; pues fue como si me
hubiese mentado a la madre. Muchos años después vi a María Dolores Pradera en
sus películas juveniles, casi siempre al lado de Fernando Fernán Gómez (¡que
tan genial no podía ser, si había dejado escapar a esa mujer!). También supe
que María Dolores Pradera había tenido un largo idilio con el afortunado Luis
Calvo, director de ABC, quien al parecer se moría porque ella le
escribiese cartas; pero María Dolores Pradera sólo le escribió una, que se
publicó en ABC cuando Luis Calvo murió. Es una carta que
empieza admirablemente, con una mezcla de ironía, coquetería y pudoroso dolor
que revela gran finura de alma –«Con gran esfuerzo y sentimiento te escribo por
primera vez en mi vida, porque aunque no del todo analfabeta sí soy muy
perezosa»– y termina de forma grandiosa, como sólo una española con retranca
puede concluir la carta a un amante muerto: «Sólo te reprocho que no te hayas
despedido de mí. Ahora dime a quién consulto yo. No tengo más remedio que
comprarme una enciclopedia».
Pero yo creo que una mujer que nos ha llenado la
vida de canciones tan bellas y llenas de sentimiento merece, allá en la otra
vida, amanecer otra vez entre los brazos de quien más la quisiera en vida, despertar
llorando de alegría como yo también espero hacerlo entre los brazos de mi
madre, siendo otra vez un niño de tres años que la confunde con María Dolores
Pradera, y callar su boca con mis besos, y que así pasen muchas muchas horas,
tantas como tenga la eternidad. Y ahora voy a enjugarme las lágrimas, que he
escrito todo el artículo con la mirada borrosa.
© XLSemanal
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