Por Gustavo González |
La posmodernidad fue derribando las certezas sobre esas
ideas. Los gestos adustos y la violencia con la que se defendía cada posición
fueron dejando paso a las dudas y a la ironía.
En la Argentina, el debate sobre la interrupción voluntaria
del embarazo había logrado sobrevivir al derrumbe de la modernidad. Lo mismo
pasa aún en otros cinco países: el Vaticano, Malta, Nicaragua, República
Dominicana y El Salvador. ¿Qué cambió para que aquí dejara de ser un tema tabú
y todos los medios se cubrieran de notas al respecto? Cambió el afuera, el
tiempo social.
Es la evolución de una sociedad que hoy está más dispuesta a
escuchar al otro. Pero, sobre todo, es la posmodernidad que cruza cualquier
debate con una frivolidad que logra atenuar las pasiones políticas, culturales
y religiosas.
Aborto, la grieta
entendible. No es paradójico que la era del vacío que describió Lipovetsky
sea el contexto que lo permita. Su defensa de la frivolidad posmo es la que
amortigua odios y amores.
Unos entienden que quienes están a favor de legalizar el
aborto son asesinos de niños. Los otros, que los asesinos son quienes condenan
a muerte a mujeres que deben recurrir a abortos clandestinos e inseguros. Unos
no pueden entender que una madre mate a un hijo que lleva adentro. Los otros,
que alguien pueda creer seriamente que un embrión de 0,5 centímetros es un ser
humano. De todas, es la grieta más entendible. Porque no se trata de un debate
en el que está en juego un subsidio, sino la vida y la muerte. El otro ya no es
un “vendepatria” o un “corrupto”, es un asesino.
Solo en este tiempo líquido es posible que, después de esas
acusaciones, unos y otros se saluden casi amigablemente. Y que un presidente
que se proclama contrario al aborto sea quien haya promovido el debate y felicite
a todos los argentinos tras la aprobación del proyecto.
Pobre Papa: para él fue como escuchar “Los felicito por
haber debatido una ley por la que el Estado autoriza el asesinato masivo de
niños”. Cree que esa liviandad es producto de la concepción new age de Macri.
Pronto comprobará que es la misma liviandad que llevará a
Cristina a votar por la ley en el Senado, después de oponerse siempre a ella.
El gen de la no-política. El macrismo no es solo la
encarnación de una mayoría circunstancial frustrada con los gobiernos
anteriores. Es la mejor representación filosófica de esta era.
Toda su gestión está atravesada por la transformación
permanente de un estado líquido. Parece pragmatismo, pero es la natural
predisposición de los relatos débiles al cambio continuo. Los vaivenes económicos de esta gestión
también son producto de ese magma filosófico.
Su concepto es que quienes fueron eficientes empresarios y
economistas están preparados para manejar las cajas de un Estado. Parten de la
lógica de que ya no se requieren ideologías que hagan de examen de ingreso. La
falta de ideas fuertes permite cambios constantes, porque ninguna idea es lo
suficientemente profunda para que no se pueda reformular si fracasó o si una
nueva encuesta lo recomienda.
Como las ideologías son la base conceptual de la política,
el desdén del macrismo por ellas simboliza su desinterés por la política.
Otro signo de época: refleja el hastío de cierta mayoría con
el uso de la ideología como excusa para cualquier cosa. Ese sentimiento está
probado. Lo que no está probado es que un presidente que sienta eso pueda
gobernar siempre guiado por el impulso genético de la no-política.
Macri dice que para no interesarle la política, mal no le
fue. Debe ser muy difícil no creerse que es gracias a su capacidad, sus
estrategias electorales y sus ideas económicas que llegó donde llegó. En lugar
de pensar que llegó por eso, pero especialmente por ser el mejor exponente de
una mayoría que necesitaba reflejarse en alguien como él. Cambiemos es la
desdramatización del cambio. Su realidad es un modelo beta, en el que el cambio
es constante y se prueba online. Si
funciona sigue, si no, se reemplaza.
Descenso. Así, en
apenas una semana, Sturzenegger pasó de ser el presentador oficial del acuerdo
con el FMI al culpable de casi todo. Los economistas del Gobierno lo critican
por su contradictoria estrategia intervencionista para frenar el dólar. El ala
política, por creerse que manejaba el Banco Central de Alemania, el Bundesbank,
y no el banco de un país emergente. Y los banqueros lo acusan por todo lo
anterior y, además, por “soberbio”.
Fueron los banqueros los que habían recomendado mantener,
tras el anuncio del préstamo del FMI y por unos días, la oferta de US$ 5 mil
millones del Central para frenar la corrida. Como una forma de mostrarle al
mercado que el techo de $ 25 era el indicado para el Gobierno. Pero la decisión
fue retirar la oferta inmediatamente después de anunciar el acuerdo y el dólar
volvió a dispararse.
Cuando Macri le preguntó a Dujovne por qué no se había
escuchado esa recomendación, el ministro le argumentó en contrario en el marco
de una gestión que no se deja guiar por lo que dicen los demás. “Puede que
tengas razón, Nicolás –le habría respondido el Presidente–, pero ¿siempre está
mal lo que opinan los demás?”
También le podría haber preguntado por qué ni su ministro ni
ninguno de los economistas del equipo oficial supo predecir la actual
cotización del dólar. Y Dujovne le podría haber respondido que no se
preocupara, que tampoco ninguna de las consultoras más importantes de la
Argentina y del mundo lo previó. La culpa no es de los economistas, sino de
quienes creen en sus dotes predictivas.
La nueva confianza.
El desafío de Macri es regenerar su liderazgo político, derramar confianza en
la sociedad e imponer un nuevo optimismo, no caricaturesco, que reivindique los
siete trimestres consecutivos de crecimiento e, incluso, las eventuales
ventajas de la nueva paridad cambiaria.
El campo, los exportadores en general y ciertos industriales
podrían darle letra sobre lo que ahora ganan con un dólar alto. Y el Gobierno
podría pretender una nueva balanza comercial positiva que finalmente ingrese
dólares genuinos al país. La cuestión es que entienda que la economía es una
herramienta que tendrá éxito después de que la política cree las condiciones
necesarias. Es la política la que debe generar confianza para que la técnica
económica funcione.
La convertibilidad fue posible porque un gobierno convenció
a la sociedad de que era cierta la fantasía de que en el Central había reservas
para sostener la paridad de un peso igual a un dólar.
Macri convenció de que podía levantar el cepo cambiario K de
un día para otro sin una corrida. Fue la confianza la que evitó que todos
fueran a comprar los dólares que antes estaban vedados. No hubo corrida y la
divisa se estabilizó en el valor que antes tenía el dólar paralelo. No es la
economía, es la política. Y la política es, o debería ser, Macri.
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