Por Isabel Coixet |
Todo lo que sabemos de ellas está contenido
en los centenares de artículos de prensa de la época. No solo en los que se
publicaron en Galicia y en España, sino también en los que se publicaron en la
prensa de todo el mundo.
Durante unos meses, Elisa y Marcela fueron lo que
ahora calificaríamos de trending topic: acapararon portadas,
inspiraron una novela de Felipe Trigo, fueron la comidilla de todos los
salones, hicieron correr ríos de tinta e incluso empujaron a otra escritora
gallega ilustre, Emilia Pardo Bazán, a escribir un ensayo sobre ellas que, sin
eludir un tono crítico, defendió su inteligencia y arrojo.
Y, sin embargo, tras leer esos cientos de
artículos, el ensayo, la novela y el concienzudo y completísimo libro que el
historiador Narciso de Gabriel les ha dedicado, no puedo evitar la sensación de
que todo lo que sabemos de ellas es nada.
Las fake news o directamente las
calumnias también llenaban la prensa de la época, y muchas de las afirmaciones
que se publicaron como verdades incuestionables suenan a invención. Escribiendo
el guion de la película, visitando los lugares en los que vivieron, viendo la
admiración y el desdén a partes iguales que la mera evocación de su historia
provoca en la gente, Elisa y Marcela se acercan a mí con una tonelada de
cuestiones que se hacen más y más complejas, cuanto más sé de esta historia.
Rodando y recreando cada día fragmentos de su vida,
estas dos mujeres encarnadas con amor y devoción por Natalia de Molina y Greta
Fernández me resultan cada día más fascinantes. No pretendo que lo que mi
película cuenta sea lo que realmente pasó, y forzosamente he tenido que
fabricarles una vida cotidiana, una forma de amar y moverse y luchar y sufrir y
reír y gozar.
Nadie puede afirmar si una amaba y la otra se
dejaba querer o era al contrario, si urdieron el engaño a la Iglesia para estar
juntas o para cubrir el embarazo de Marcela. Hoy mientras rodamos en Bastavales
y suenan las campanas del poema de Rosalía, alguien me pregunta si ellas, Elisa
y Marcela, estuvieron aquí y sólo puedo contestar que no lo sé, pero que, de
haber estado, les habría gustado este lugar único y este cielo inmenso que se
abre ante nosotros desde el campanario, y estas rosas henchidas de agua de
lluvia que se balancean con el viento.
© XLSemanal
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