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viernes, 22 de junio de 2018

El Papa se reafirma en un rol político en la Argentina


Por Loris Zanatta (*)

De no haber sido sacerdote, Jorge Mario Bergoglio tampoco hubiera sido bombero: le habría faltado vocación. Sin embargo, sus voceros podrían abrir un cuartel de bomberos. En los últimos meses tuvieron que extinguir el fuego de los abusos sexuales en ciertas diócesis chilenas; Francisco había confundido a las víctimas con los verdugos, y acusado a las primeras de difamar a los segundos. Finalmente pidió perdón y culpó a los obispos chilenos. El mundo lo aplaudió: ¡qué gran gesto, qué humanidad, qué coraje! Era lo menos que podía hacer. De todos modos: felicitaciones a los bomberos.

Ahora el Papa incendiario ha lanzado dos nuevas bombas. Sobre la primera me parece que se creó demasiado alboroto: cuando el Papa dijo que la calumnia y el monopolio de los medios son la antesala de la dictadura, no hablaba de la Argentina. Es cierto que parecía aludir a su país, pero solo le salió con demora lo que se le había quedado en el tintero después de su encuentro con Castro y con Erdogan. El habitual "exceso de narcisismo argentino", explicaron los bomberos. ¡Pero Francisco también es argentino!

El fuego de sus palabras sobre el aborto, en cambio, no hay bombero que pueda extinguirlo: si el Congreso argentino aprueba una ley que despenaliza el aborto y, en espera de la decisión del Senado, el papa argentino compara el aborto con el nazismo, el mensaje es fuerte y claro: es un golpe en el estómago para los argentinos.

¿Qué pensar? Antes, una premisa: el tema es delicado y, según cómo se enfoque el debate, las decisiones que se tomen gozarán de mayor o menor fuerza y legitimidad. Si el espíritu es el de la hinchada de fútbol, se sembrará el odio que un día dará frutos envenenados. También aclaro, por honestidad, que estoy a favor de una legislación que despenalice el aborto, pero que respeto demasiado a aquellos que piensan diferente de mí como para emitir anatemas. Finalmente, no me olvido de que estamos hablando del cuerpo femenino: hay que respetarlo; no seré yo quien pontifique sobre lo que cada mujer sienta y decida en cada circunstancia. Dicho eso: el punto es la intervención del Papa. ¿Es adecuada? ¿Ayuda o complica? ¿Une o rompe? ¿Crea puentes o los destruye?

Que el Papa condene la despenalización y lo haga con fuerza es obvio desde su perspectiva. Que intente convencer a los fieles y a los ciudadanos es totalmente legítimo y no veo por qué criticarlo por eso. Pero una cosa es hacerlo defendiendo sus principios y la doctrina de la Iglesia y algo muy diferente es señalar con el dedo y cubrir de infamia a los que discrepan: ¡son como los nazis! Si me ofendés, se acabó el diálogo y comienza el choque entre hinchadas. ¿No fue él quién dijo que golpearía a quienes ofendían a su madre? A veces parece que al papa Francisco le cuesta contener la ira: arroja sal sobre las heridas, ulcera plagas ya profundas.

¡El Papa no dijo eso!, explicaron sus bomberos haciendo sonar las sirenas. ¡No dijo que la mujer que aborta es nazi! Se refirió a los países europeos donde está permitida la interrupción del embarazo en caso de ciertos síndromes o malformaciones del feto. También en caso de violación, pero me niego a pensar que el Papa aludiera a esos casos. Nazis, por lo tanto, son los países europeos; sus Parlamentos que aprobaron esas leyes, supongo. Pero también las mujeres que abortan de acuerdo con esas leyes: ¡nadie las obliga! Quizá votaron en su favor. En resumen: para el Papa, un poco nazis son esas mujeres. Pobres bomberos: no hay forma de explicar lo ilógico. Pero pensándolo bien, ¿qué tienen que ver los nazis con todo eso? ¿Es una comparación sensata? ¿O sirve para desacreditar las creencias de los demás? Sobre las leyes denunciadas por el Papa se ha discutido mucho y mucho se discutirá: se puede estar en contra de esas leyes, pero son el resultado de un largo proceso democrático. Una cosa es cierta: ninguna de ellas aspira a crear una raza superior, ningún aborto es coactivo; ¡vaya diferencias respecto de lo que hicieron los nazis! Sería buena profilaxis no utilizar la historia como un supermercado donde peras y manzanas dan igual.

Pero el aborto, dijo el Papa, "está de moda". ¿De moda? Siendo una vieja plaga social, causa de tantos dramas, encuentro una sola palabra para describir esta expresión: frívola. En mi país, Italia, que no es menos católico que la Argentina, ya estaba "de moda" en 1978, hace 40 años, cuando la despenalización fue aprobada por el Parlamento, antes de ser ratificada por un referéndum popular en 1981. Una vieja moda: desde entonces, los abortos han disminuido en un 75%. ¿No importa? Incluso en mi mundo ideal no habría abortos, la sexualidad sería responsable, el clima sereno y la mesa siempre llena. Pero antes de la ley los ricos abortaban en Suiza y los pobres en los trasteros a merced de un carnicero cualquiera. En el mundo de la realidad, la ley ha mejorado las cosas. Si tarde o temprano el problema es enfrentado por todos, habrá una razón. Y esta razón no es la "moda".

¿Conclusión? Los obispos argentinos invocaron "un debate sereno", pero el Papa no los escuchó: habló más como político que como pastor. Por formas y tiempos, apuntó al Parlamento argentino. ¿Fue un acto deliberado? ¿O el reflejo espontáneo de una antigua concepción de la relación entre política y religión? La sustancia no cambia: ¡no serán tan nazis para votar en favor de la despenalización del aborto, fue el mensaje a los parlamentarios! ¡No serán tan neoliberales, dicen los activistas sociales que corean su nombre marchando ante el Congreso para votar leyes "antipopulares"!

Nazis o neoliberales, en este caso, vendrían a ser lo mismo: no son palabras que aludan a un contenido, sino que definen un espacio. El espacio del enemigo. El enemigo eterno de la "nación católica", de su herencia moral y de aquellos que se erigen en sus amos. Siempre es el mismo guion, antiguo, repetitivo: la Iglesia está por encima de las leyes; ella es la unidad de medida de su legitimidad. Los legisladores son culpables de "estafa moral", dijo uno de los sacerdotes más cercanos al Papa, oponiendo una vez más el pueblo de Dios, que pretende encarnar, al pueblo de la Constitución, que eligió a esos legisladores. Él y su pueblo son los dueños de "lo moral".

Así es como la cruz de la "nación católica" y la espada de Damocles colocada por el Papa revolotean juntas sobre el Senado. No sé si Francisco ganará la batalla. Ciertamente, su exabrupto no les hizo bien a las instituciones ni acercó entre sí a los argentinos. En cambio, lo reafirmó en el rol político en el que sus tantos voceros quieren colocarlo, aunque no sea un rol prudente para un papa. Pero cuidado: las victorias políticas de la Iglesia a la larga socavan su fortaleza espiritual. ¿A quién le conviene? ¡Adelante con los bomberos!

(*) Historiador, profesor de la Universidad de Bolonia

© La Nación

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