Por Gustavo González |
Los antropólogos explican que el endocaníbal no es mal tipo,
solo que tiene el hábito de digerir personas en busca de cierta trascendencia o
de capturar sus poderes.
Registran casos como el de los Fore, en Papúa-Nueva
Guinea; los Guaraníes y los Yanomamis, de Venezuela. Pero nada dicen de los
argentinos.
La crisis político-económica que comenzó en mayo con la
corrida cambiaria y encontró esta última semana un intervalo en torno al
acuerdo con el FMI, revivió la histórica antropofagia argentina de creer que comiéndose
al otro se obtendrá su poder. Y que alguien saldrá ganando después de la cena.
Campaña permanente.
A un país inestable como la Argentina, se le suma un sistema electoral bienal
en el que los próximos comicios siempre son inminentes y en el que durante los
años pares se ajusta y los impares se gasta.
El instinto animal de la política juega al ritmo de ese
mercado electoral y se vuelve más salvaje cuando el peronismo está fuera del
poder y siente el olor a sangre.
Como tiburones de Wall Street, los políticos nacionales son
como brokers que apuestan en función de una inversión que se renueva en plazos
de 730 días.
No son solo apuestas
simbólicas. Invierten para quedarse con controles presupuestarios que van
desde la caja que maneja un legislador hasta el presupuesto de la República,
pasando por las miles de cajas municipales y provinciales. Que la ambición de
un político por mejorar la realidad esté rodeada de dinero no lo desmerece: es
el dinero con el que se concretan los cambios. También es el dinero con el que
se mantienen las estructuras políticas.
Solo que para el estado psicológico de la Argentina, la
renovación de los dueños de esas cajas cada 730 días implica un estrés político
y económico adicional al que ya tiene un país como éste. Es una inversión de
muy corto plazo para todo lo que está en juego.
Los comicios bienales condicionan la actitud de los
políticos. Y las decisiones que toman en función de continuar manejando esos
presupuestos o recuperar su manejo, inciden en el resto de la sociedad.
Tanto la determinación oficial de volver al FMI como las
reacciones opositoras por haberlo hecho, están relacionadas con esa necesidad
primigenia que conllevan los tiempos electorales.
Del Excel a la
realidad. Para el Gobierno, el período 2017/2019 contemplaba un escenario
en el que tras una economía más expansiva y el triunfo electoral de octubre, se
preveía un 2018 de ajustes estructurales para reducir el déficit y la
inflación.
La hipótesis oficial aceptaba cierto conflicto social y una
caída de hasta 12 puntos en la imagen presidencial. Un costo tolerable tras el
amplio triunfo sobre Cristina, un PJ maltrecho y un Macri con una imagen
cercana al 55%.
La verdadera previsión del oficialismo, más allá de lo
declamado, concluía en llegar a diciembre de 2018 con una baja de un punto en
el déficit, inflación próxima al 18% y un crecimiento cercano al 2%.
La campaña arrancaría después del Mundial (un triunfo de la
Selección le aportaría al oficialismo), con el tiempo suficiente para llegar a
2019 ya sin tarifazos, inflación más cercana a un dígito y una imagen
presidencial recuperada. Entonces, Macri lograría su reelección y el círculo de
la campaña permanente volvería a comenzar.
Pero cuando la estrategia pasó del Excel a la realidad no
todo salió como pensaban. Se castigó con brutal impericia la primera protesta
de diciembre frente al Congreso (se aprendió en la segunda), se cambiaron las
metas cuando nadie lo pedía, se degradó la independencia del Central y se dejó
en manos de técnicos la estrategia para bajar el déficit a fuerza de tarifazos
a repetición.
Esa poca sensibilidad para entender que la política es el
arte de lo posible, no de lo imposible, es la que también los llevó a cortar
lazos con los opositores más amigables y hasta con el ala política del mismo
gobierno.
A los errores propios se le sumaron malas noticias que lo
excedían, aunque no tan imprevistas: suba de tasas en los Estados Unidos; y
problemas climáticos en el campo.
Nuevo plan. El
acuerdo con el Fondo que proveerá US$ 15 mil millones en diez días, se da en el
marco de esa nueva realidad pero, antes, en función de la bienal electoral.
El pedido de ayuda al FMI había sorprendido a todos, en un
contexto en el que el Banco Central aún mostraba reservas importantes. Unos
sostuvieron que no era necesario y otros que era una carta quemada antes de
tiempo.
Pero lo cierto es que las cuentas del Gobierno tomaron en
consideración los tiempos electorales. No se trata solamente de cómo salir de
una encrucijada económica sino de cómo hacerlo para llegar en los plazos
necesarios a las elecciones del próximo año.
Otra vez está en marcha el reloj electoral. Y los US$ 50 mil
millones del acuerdo están calculados para llegar sin sobresaltos a los
comicios.
El nuevo escenario impulsa nueva estrategia: seguir la poda
del déficit, pero con mayor tolerancia a la inflación; mantener y quizás
profundizar el asistencialismo; recuperar el protagonismo de la mesa política
de Cambiemos encabezada por Vidal y Rodríguez Larreta; y volver a tender
puentes con el peronismo no K.
No está claro todavía que el acuerdo con el FMI sea
necesariamente un giro hacia una mayor ortodoxia económica (quizás se trate de
un gradualismo asistido, en función de las nefastas experiencias
internacionales del organismo, incluyendo la argentina de 2001), pero así lo
planteará la oposición.
El peronismo también invierte en función de los tiempos
electorales. Y no es que sean caníbales malos, como le explicó un macrista del
ala política a Macri: “Solo se quieren quedar con tu poder”.
Los presidenciales del peronismo no K coinciden en que en un
país cuyo PBI depende en casi un 70% del consumo, el monetarismo para achicar
el déficit y bajar la inflación abruptamente afectará ese consumo y, por lo
tanto, el crecimiento. Critican el acuerdo, el endeudamiento en general y la
distancia entre los técnicos del Gobierno y la realidad. Pronostican tiempos
difíciles y, claro, un futuro mejor cuando sean gobierno.
Mientras que el kirchnerismo habla de diciembre como si
fuera el día final.
18 meses electorales.
Con la campaña ya en marcha desde el mes
pasado, entre octubre de 2017 y octubre de 2019 se habrán invertido 18 meses de
militancia electoral. O 17, si el Mundial da un respiro. El 60% de la segunda
parte del mandato de Macri.
¿El Gobierno hubiera tomado exactamente las mismas
decisiones que tomó si las elecciones no fueran el año próximo sino el
siguiente?
¿La oposición diría lo que dice si no estuviera ya en
campaña y viera la posibilidad de suceder a Macri?
La otra pregunta que nos deberíamos hacer es si el actual
sistema electoral es el más eficiente para la idiosincrasia nacional.
O si esta bienal electoral le aporta una mayor cuota animal
a la natural antropofagia argentina.
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