El nuevo récord de
la divisa opaca al nuevo jefe del BCRA. Interna y quejas de Macri.
Por Roberto García |
Coronación interna,
efímero monarca. Transitorio el reino de Luis Caputo, quien tardó apenas 15 días en saltar a la
gloria heroica y, ahora, navegar hacia un destino de opacidad general. Lo había
ungido Macri por arrancarlo de la crisis cambiaria luego que le
advirtiera, como otros asesores, por un eventual epílogo dramático si
mantenía la errática conducta del Banco Central en manos de Federico Sturzenegger.
Hay que ir al FMI y cubrirse las
espaldas con un prestamista de última instancia para no terminar como Fernando
de la Rúa, sugirió. Avalaban Rodríguez Larreta, influido por un banquero
amigo, y su socia en la consulta,María Eugenia Vidal. Consentía hasta Dujovne, cuya
sintonía con Caputo siempre ofrece disrupciones menores. Solo la Jefatura de
Gabinete exhibía cierta resistencia por la repercusión políticamente incorrecta
de la decisión. Igual, para ese trío devaluado que eran los ojos de Macri,
tampoco había otra alternativa.
Allá vamos. Se operó entonces
el ingreso al dorado mundo del Fondo, hubo un crédito monumental para presumir
del préstamo más grande del mundo. Y en tiempo récord para las costumbres, con
la asistencia obvia de Trump, favor hasta ahora no reconocido públicamente.
Además, para el bolsillo del caballero, dos socorros duales de 4 mil millones
de fondos privados y un adicional: el upgrade en la calificación
financiera de frontera a emergente que también prometía aliviar las
turbulencias del dólar.
Gran parte de ese
proceso la encabezó Caputo, el nuevo rey. Y al Macri exhausto y desesperado lo
ganó la euforia: agradecido al cielo con los brazos abiertos, arrodillado.
Parecía Messi luego del gol a Nigeria. Ningún pájaro de mal agüero
le comentó que De la Rúa, antes de venirse abajo, había logrado un formidable
blindaje para sus déficits, y los tutores internacionales de aquellos tiempos
estuvieron a punto de convertir al país en investment grade, categoría aun
superior a la que ahora le brindaban a su gobierno.
De meritorio trader
como ministro, Caputo pasó entonces a sumo pontífice de la política monetaria
en el BCRA: había sacado la espada Excalibur de la piedra, el dólar estaba
vencido. Macri consagró al salvador, quien impedía –como la leyenda británica–
que perdiera sangre el Presidente, mientras el Versalles de Olivos se rendía
ante el nuevo preferido.
Como suele ocurrir
en todos los gobiernos, alguien fuera del patrón clásico del entorno se
convertía en estrella, y estrellas como Peña desvanecían su poder seductor. Ni
el famoso señor Quintana. Tampoco importó cierta cándida necedad del
flamante personaje promovido: nadie se acuerda del papelito en el Congreso pidiendo clemencia a
sus interrogadores ni su cuestionable declaración de que perder 11 mil millones
de dólares en reservas era lo mejor que nos había pasado. Fatuidades aparte, la
alfombra roja estaba a sus pies y hasta un excomulgado cronista retrataba su
meteórico ascenso, en estas líneas dePERFIL, hace una semana.
Efímero. Duró un
fósforo esa entronización. Cuando todos respiraban con mediana normalidad y
Macri se prevenía por las exigencias del compromiso internacional, se derrumbó
la casa del segundo chanchito sin que nadie lo imaginara: el temblor afectó a
estados vecinos pero hizo el doble de daño en esta tierra. Insólito, como si la
Argentina fuera la cabeza de la serpiente cuando la trataban como el animal
ejemplar que no contraía vicios populistas. Sin embargo, desde hace 72 horas
padece una agresión superior, un overshooting impensado frente al resto de los
emergentes: volatilidad extrema, suba del dólar a pesar de las garantías del FMI, violenta
caída de las bolsas, ni hablar de los bonos, hasta se empezó a nutrir como
peligro el aumento del riesgo país.
Ni Caputo, claro,
quedó en el pedestal. Su gigantografía financiera exhibe agujeros y el
funcionario ya no es una deidad. Por el contrario, Macri comenzó a quejarse en
su mesa chica por la recomendación de apartar a su amigo de antaño,
Sturzenegger (si el sucesor, ayer, repetía la misma estrategia de ventas).
En rigor, son
angustiosas y variadas las quejas del jefe de Estado, ya que extrañamente le
cuesta o no sabe entender al capital –quizás porque siempre dispuso de
abundantes recursos en la vida privada y en un distrito rico como la Capital–,
que hace más de un año hacía cola para aterrizar en el país y, ahora, sin que
mucho haya cambiado en su geografía numérica, pugna por escaparse, huir, de un
lugar inviable.
Facturas. Algo decepcionado,
quizás consigo mismo, cruzó Macri reproches con un pasmado Rodríguez
Larreta y la misma Vidal, ahora inhibida por la complicación de sus planes
futuros en la Provincia y cierto disgusto callejero: en las últimas horas le
han hecho escraches a la salida de un hospital y tuvo que retirarse de un
recinto por la puerta trasera luego de escuchar un rosario de insolencias
vertidas por un cura (Lugones) con instrucciones del Vaticano. Ahora discuten
si va a poner la mejilla otra vez ante sacerdotes a los que les paga un sueldo
o si procederá como Raúl Alfonsín, cuando le replicó a un obispo en
el medio de una homilía.
Conviene observar
que en Cambiemos no suelen ocurrir excesos hormonales. El trío Macri-Larreta-Vidal más un Peña, que es la otra cara del
Presidente, no encuentran la clave de la cerradura: hasta evitaron endosarle la
culpa de sus penurias a la oposición. Ni a Cristina.
Menos parece
alcanzar la intimidatoria propuesta de que a los inversores les conviene
sostener esta administración y que perdure después de 2019, debido a que un
reemplazo no deseado les complicaría aún más la vida. En todo caso, ese
argumento acelera hoy la salida de capitales. Sí esbozaron débiles argumentos
para explicar la crisis por la ciclotimia externa y la propia vulnerabilidad de
país africano.
Piensan ahorrar
imponiendo tributos a los viajeros al estilo soviético o quitarle subsidios de
todo tipo a la Patagonia, que descargaría presión sobre otras provincias.
Desechan, a pesar de haberlo anunciado, reducciones en el sector público. Otra
variante, tal vez, sea encarar de nuevo y disimuladamente otra
negociación con el FMI, que convertiría el acuerdo en más fugaz que el
reinado de Caputo.
Habrá que confesar
y decir que alguien se equivocó con los números.
© Perfil.com
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