Por Fernando Savater |
Si preferimos
la leyenda a la historia, como dice John Ford que ocurre en el Oeste y en
cualquier tierra romántica, Fred Archer, a finales del siglo XIX, fue el mejor
de los jinetes que en el mundo han montado. Ganó las pruebas más importantes en
Inglaterra y Francia, en lucha constante contra la báscula porque era demasiado
alto para su oficio y le costaba mantener el peso requerido. Para perder rápidamente
kilos tomaba un espantoso purgante de su invención, que destruyó su salud.
Se casó por amor,
cosas que pasan, y su mujer murió al dar a luz. Entonces se pegó un tiro. Tenía
29 años y utilizó una pistola semejante a la que medio siglo antes y casi a la
misma edad empleó Larra con idéntico fin.
Localicé la tumba
orientado por un viejo sepulturero, de raigambre shakespeariana. Allí reposaba
la pareja infeliz de enamorados. Pregunté a mi guía si había enterrado algún
otro jinete. Tras dudar, me llevó a la de Arthur Robert Freeman, que ganó un
Grand National y otras pruebas de obstáculos. En su lápida ponía: “Always
strong in the finish”.
Ser recordado por
la energía en los finales, sea de carreras, de amores o de la vida misma, es un
insuperable elogio. Lamenté no haberlo merecido y saber que nunca lo merecería.
Las tumbas enseñan humildad.
© El País (España)
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