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sábado, 16 de junio de 2018

Cuatro devaluados

Entró agua al cuarto. Inundó la sala de los ilustres liderazgos políticos y, de un papirotazo, les afeitó la supremacía dominante a cuatro argentinos. A la tentación absolutista.

Por Roberto García
Fue una devaluación instantánea para Macri, Cristina, Carrió y el Bergoglio papa. Con grados diferentes, la votación favorable a la despenalización del aborto en Diputados afectó la autoridad del famoso cuarteto, inesperadamente vinculado por un interés común. Fenómeno extraño provocado por la presión de una juvenilia portuaria que ya se garantizó la confirmación del Senado en su próxima sesión –palabra anticipada por Miguel Pichetto–, episodio que no figuraba en ningún cálculo por la reticencia del interior a consagrar esa norma (en Córdoba, por ejemplo, hubo una formidable concentración en contra de la legalización). Suele decirse: Dios está en todas partes, pero gobierna en Capital.

Afectados. Al margen del rito procesal que culminará en la Corte Suprema, sorprende el efecto no deseado de la norma: se alcanzó contra la voluntad de las cuatro figuras más notorias de la vida política, en particular con el disenso de sus fieles y seguidores, casi un desafío a personajes que hasta ahora imponían decisiones sin debate. Y adictos a la represalia interna si advertían disensos. Por ejemplo, de poco le sirvió a Cristina –obstinada en todo su gobierno en no legalizar el aborto, incluso evitando que hasta se discutiese– conservar el cerco de sus adeptos: esos confesos y ciegos militantes se le dieron vuelta, despreciaron la orden original, y no temieron siquiera el exabrupto de quien ha hecho gala de maltrato con los propios (basta escuchar las grabaciones con su dilecto colaborador, Parrilli). Menos se asustaron ante una eventual sanción discriminatoria, común en los Kirchner –del procurador santacruceño a Nicolás Fernández, de Cobos a Scioli–, partícipes de un peronismo que utiliza la palabra “traidor” para definir a un disidente. De un saque, entonces, dejó el hábito de monarca, de ser la reina Cristina, o Cleopatra, y ante el hecho consumado de la ley, ahora promete acompañar en el Senado con un oportunismo obvio. Igual, la ofrenda a los jóvenes no devuelve la edad ni recupera la totalidad del liderazgo rebanado.

Carrió, como suele ocurrir, fue quien se desangró en público con el resultado. Ofendida, prescindió del micrófono en Diputados para justificar la criminalización del aborto pero guardó aliento para indignarse con los suyos, los que votaron al revés de lo que ella pretendía. “Es lo que tenemos”, graficó para describir a sus socios inconsecuentes, y en la rabia amenazó hasta con romper la alianza oficialista si vuelven a defraudarla. Confesó, de ese modo, la disminución física de su jefatura, la partida transitoria de sus socios, cuestión más evidente en un núcleo cerrado con hábitos de secta, como lo es su personalista organización política. Ella exige una melodía única en gente que solo comulga en un mismo género.

Si quedó tocada, otro argentino padeció más el impacto: Francisco, el Papa, cuyos designios fueron burlados hasta por aquellos que han jurado por los Santos Evangelios y, en buena parte, han concurrido en dulce procesión a Roma para sacarse una foto con el Sumo Pontífice. Esa generalidad parlamentaria no incluye a los grupos sociales que él alimenta y sin embargo aportaron en la presión para influir sobre los diputados más remisos para aprobar la norma. En el Santo Padre se advierte mucho más la rasurada de poder: preside una Iglesia intolerante y excluyente con los que no comulgan –al menos en su historia– y con una visible corte de examinadores que, en el Vaticano, le recordará que a pesar del tiempo y el esfuerzo que le dedica a la Argentina, por reconocerse en ese país que lo crió, sus parlamentarios no le han devuelto el gesto. Para el liderazgo religioso y político de Bergoglio, la votación fue un sartenazo: la Iglesia perdió apoyo hasta entre algunos que van a misa los domingos.

Si al vicario lo condenaron en su propia tierra, a Macri no le fue mejor entre los cuatro desahuciados en el liderazgo tradicional, único, absoluto. Aunque promovió el proyecto para la discusión legislativa, con la aparente generosidad de impulsarlo a pesar de no compartirlo, pocos le reconocieron esa disposición democrática, ligeramente acomodaticia e inspirada en la conveniencia electoral del asesor Duran Barba. Por el contrario, los simpatizantes de la nueva ley lo ubicaron en el bando contrario. Y su tropa oficialista, dividida hasta en el encono en el Congreso, cabalgó en la ambigüedad de su jefe, mal vendida y peor explicada. Un daño al prestigio de quien, copiando a Cristina, tuvo su propio apartheid; no casualmente entre sus amistades le endilgan características de un calabrés, por origen y familia, como si los naturales de esa región italiana fueran todos vengativos. Nadie sabe aún si quiso o pudo controlar a los suyos, qué orden instruyó si es que hubo una; solo prevalece una certeza: también, como sus tres colegas, deterioró ese liderazgo.

Dualidad. Esa doble actitud de Macri con el aborto se advirtió como conducta en la crisis económica.

Festejó como un hallazgo el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que se firmó esta semana, al tiempo que nadie ignoraba el fundamento de la decisión: acudió al organismo porque un consejero le advirtió que es el FMI o es el default. Dilema dramático que volvió a sacudirlo hace pocas horas cuando, ante los desatinos del Banco Central por controlar o dejar ir al dólar, se le planteó: “Si seguimos con esta turbulencia cambiaria, con Sturzenegger, terminamos en una crisis bancaria”. Debió, entonces, actuar contra su voluntad: despidió al titular del BCRA.

Desde hacía meses coqueteaba con esa decisión, y la demoraba con una explicación: “No me traigan a alguien nuevo, dejen que trabaje con los que conozco”. Le agradecía a Sturzenegger haber organizado la salida del cepo como si hubiera sido una obra de ingeniería, Asuán en Egipto, cuando en verdad nunca hubo Nilo ni un hilo de desagüe. Ahora, por la ambivalencia en la gestión monetaria, por decir que actuaba en momentos disruptivos y nunca saber cuándo eran esos momentos, lo cesanteó del cargo.

Dirán, claro, que se ocupaba demasiado de los medios y que insistía con propuestas inútiles como las metas de inflación, obsoletas ante la realidad (prometer 17% cuando ya pasa el 27%). Cierta veracidad había en la imputación: el FMI también aceptó que esa intransigencia técnica era inútil, a pesar de que consideraban a Sturzenegger un amigo y había sido firmante del acuerdo.

Para Macri, otra pérdida agregada, poco soportable en el campeonato de los liderazgos omnímodos. Cuesta aceptar, como a Cristina, el Papa o Carrió, la desobediencia.

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