Entró agua al cuarto.
Inundó la sala de los ilustres liderazgos políticos y, de un papirotazo, les
afeitó la supremacía dominante a cuatro argentinos. A la tentación absolutista.
Por Roberto García |
Fue una devaluación instantánea para Macri, Cristina, Carrió
y el Bergoglio papa. Con grados diferentes, la votación favorable a la
despenalización del aborto en Diputados afectó la autoridad del famoso cuarteto,
inesperadamente vinculado por un interés común. Fenómeno extraño provocado por
la presión de una juvenilia portuaria que ya se garantizó la confirmación del
Senado en su próxima sesión –palabra anticipada por Miguel Pichetto–, episodio
que no figuraba en ningún cálculo por la reticencia del interior a consagrar
esa norma (en Córdoba, por ejemplo, hubo una formidable concentración en contra
de la legalización). Suele decirse: Dios está en todas partes, pero gobierna en
Capital.
Afectados. Al
margen del rito procesal que culminará en la Corte Suprema, sorprende el efecto
no deseado de la norma: se alcanzó contra la voluntad de las cuatro figuras más
notorias de la vida política, en particular con el disenso de sus fieles y
seguidores, casi un desafío a personajes que hasta ahora imponían decisiones
sin debate. Y adictos a la represalia interna si advertían disensos. Por
ejemplo, de poco le sirvió a Cristina –obstinada en todo su gobierno en no
legalizar el aborto, incluso evitando que hasta se discutiese– conservar el
cerco de sus adeptos: esos confesos y ciegos militantes se le dieron vuelta,
despreciaron la orden original, y no temieron siquiera el exabrupto de quien ha
hecho gala de maltrato con los propios (basta escuchar las grabaciones con su
dilecto colaborador, Parrilli). Menos se asustaron ante una eventual sanción
discriminatoria, común en los Kirchner –del procurador santacruceño a Nicolás
Fernández, de Cobos a Scioli–, partícipes de un peronismo que utiliza la
palabra “traidor” para definir a un disidente. De un saque, entonces, dejó el
hábito de monarca, de ser la reina Cristina, o Cleopatra, y ante el hecho
consumado de la ley, ahora promete acompañar en el Senado con un oportunismo
obvio. Igual, la ofrenda a los jóvenes no devuelve la edad ni recupera la
totalidad del liderazgo rebanado.
Carrió, como suele ocurrir, fue quien se desangró en público
con el resultado. Ofendida, prescindió del micrófono en Diputados para
justificar la criminalización del aborto pero guardó aliento para indignarse con
los suyos, los que votaron al revés de lo que ella pretendía. “Es lo que
tenemos”, graficó para describir a sus socios inconsecuentes, y en la rabia
amenazó hasta con romper la alianza oficialista si vuelven a defraudarla.
Confesó, de ese modo, la disminución física de su jefatura, la partida
transitoria de sus socios, cuestión más evidente en un núcleo cerrado con
hábitos de secta, como lo es su personalista organización política. Ella exige
una melodía única en gente que solo comulga en un mismo género.
Si quedó tocada, otro argentino padeció más el impacto:
Francisco, el Papa, cuyos designios fueron burlados hasta por aquellos que han
jurado por los Santos Evangelios y, en buena parte, han concurrido en dulce
procesión a Roma para sacarse una foto con el Sumo Pontífice. Esa generalidad
parlamentaria no incluye a los grupos sociales que él alimenta y sin embargo
aportaron en la presión para influir sobre los diputados más remisos para
aprobar la norma. En el Santo Padre se advierte mucho más la rasurada de poder:
preside una Iglesia intolerante y excluyente con los que no comulgan –al menos
en su historia– y con una visible corte de examinadores que, en el Vaticano, le
recordará que a pesar del tiempo y el esfuerzo que le dedica a la Argentina,
por reconocerse en ese país que lo crió, sus parlamentarios no le han devuelto
el gesto. Para el liderazgo religioso y político de Bergoglio, la votación fue
un sartenazo: la Iglesia perdió apoyo hasta entre algunos que van a misa los
domingos.
Si al vicario lo condenaron en su propia tierra, a Macri no
le fue mejor entre los cuatro desahuciados en el liderazgo tradicional, único,
absoluto. Aunque promovió el proyecto para la discusión legislativa, con la
aparente generosidad de impulsarlo a pesar de no compartirlo, pocos le
reconocieron esa disposición democrática, ligeramente acomodaticia e inspirada
en la conveniencia electoral del asesor Duran Barba. Por el contrario, los
simpatizantes de la nueva ley lo ubicaron en el bando contrario. Y su tropa
oficialista, dividida hasta en el encono en el Congreso, cabalgó en la
ambigüedad de su jefe, mal vendida y peor explicada. Un daño al prestigio de
quien, copiando a Cristina, tuvo su propio apartheid; no casualmente entre sus
amistades le endilgan características de un calabrés, por origen y familia,
como si los naturales de esa región italiana fueran todos vengativos. Nadie
sabe aún si quiso o pudo controlar a los suyos, qué orden instruyó si es que
hubo una; solo prevalece una certeza: también, como sus tres colegas, deterioró
ese liderazgo.
Dualidad. Esa
doble actitud de Macri con el aborto se advirtió como conducta en la crisis
económica.
Festejó como un hallazgo el acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional que se firmó esta semana, al tiempo que nadie ignoraba el
fundamento de la decisión: acudió al organismo porque un consejero le advirtió
que es el FMI o es el default. Dilema dramático que volvió a sacudirlo hace
pocas horas cuando, ante los desatinos del Banco Central por controlar o dejar
ir al dólar, se le planteó: “Si seguimos con esta turbulencia cambiaria, con
Sturzenegger, terminamos en una crisis bancaria”. Debió, entonces, actuar
contra su voluntad: despidió al titular del BCRA.
Desde hacía meses coqueteaba con esa decisión, y la demoraba
con una explicación: “No me traigan a alguien nuevo, dejen que trabaje con los
que conozco”. Le agradecía a Sturzenegger haber organizado la salida del cepo
como si hubiera sido una obra de ingeniería, Asuán en Egipto, cuando en verdad
nunca hubo Nilo ni un hilo de desagüe. Ahora, por la ambivalencia en la gestión
monetaria, por decir que actuaba en momentos disruptivos y nunca saber cuándo eran
esos momentos, lo cesanteó del cargo.
Dirán, claro, que se ocupaba demasiado de los medios y que
insistía con propuestas inútiles como las metas de inflación, obsoletas ante la
realidad (prometer 17% cuando ya pasa el 27%). Cierta veracidad había en la
imputación: el FMI también aceptó que esa intransigencia técnica era inútil, a
pesar de que consideraban a Sturzenegger un amigo y había sido firmante del
acuerdo.
Para Macri, otra pérdida agregada, poco soportable en el
campeonato de los liderazgos omnímodos. Cuesta aceptar, como a Cristina, el
Papa o Carrió, la desobediencia.
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