Volvimos al FMI
asustados por la corrida. Macri y CFK, siempre la ‘pelea de Fondo’.
Por Roberto García |
De tanto insistir con la necesidad de un Plan B, finalmente
apareció el Plan B. Se importó del exterior, una matriz que el FMI distribuye
desde hace décadas, ahora con una leyenda políticamente correcta que la señora
Lagarde repite cada vez que auxilia a un socio: el nuevo plan corresponde al
país firmante, a su autoría intelectual, no proviene del organismo. Obvio: le
importa el resultado, se prescinde de las medidas para alcanzarlo.
Casi la
filosofía del chino Deng Xiao Ping: “No me importa si el gato es rojo o negro,
lo que me importa es que capture ratones”. De ahí que, en el compromiso del
FMI, se permitan excepciones como el destino de una reserva para emergencias
sociales, caballito sobre el que jineteará Macri para no mostrarse insensible
ante la población. Nada nuevo: hasta al Plan Austral de Raúl Alfonsín se le
admitió un desvío en apariencia intolerable para la ideología del dador del
préstamo: el control de precios.
Traiciones. Lo
del Plan B es una traición a la ruta del abecedario: jamás hubo un Plan A. Y el
nuevo acomodo a normas internacionales de la economía supone, además, una
experiencia cercana al milagro si logra concluir con cierta decencia
profesional: la apelación al FMI fue producto del susto cambiario, de la
corrida o “turbulencia” –según la jerga oficial–, no de la reflexión
concienzuda o del apartamiento minucioso de otras alternativas. Una argentinada
más, de acuerdo con la traducción al inglés, disfrazada como si fuera el
invento del dulce de leche o del colectivo, y que el Gobierno promueve como si
hubiera ganado el Mundial de Fútbol.
Cuenta con algunas ventajas el ensayo: la devaluación ya fue
hecha, la caída del PBI ya había empezado hace tres meses, también la reducción
del déficit para este año, hasta se renueva el carry trade y el héroe de la
administracion será Luis Caputo por conseguir el regreso a los mercados
celebrando nuevos créditos de dos fondos privados (resta, inclusive, la
materialización de un swap con China). Una cobertura digna de Houdini que
imagina un rebote para el próximo año, sin fecha precisa, luego de atravesar un
largo y agitado desierto de austeridad, o el invierno alsogarayano, dos meses
con alta inflación (junio y julio) y gente clamando en las calles por las
condiciones siniestras que impone el FMI. Otra argentinada, esta vez del bando
contrario: nunca desde ese sector se
preguntaron por las condiciones que antes exigían los bancos y a tasas
obscenamente superiores.
La crisis por la suba del dólar movilizó sueños en la
oposición ante las elecciones de 2019, desató candidaturas dormidas y
postulantes redivivos, enérgicos, que guiados por las encuestas favorables a la
continuidad de Macri los obligaban a pactar con el oficialismo. Se diluyó esa
supremacía, el Presidente se desplomó y hasta el menos relevante de los
cuzquitos se animó a participar del asado.
Ese vértigo repentino, sin embargo, ahora se oscurece: el
acuerdo con el FMI modifica en parte el tránsito de esa ecuación y garantiza
otro modelo de competencia más restrictiva, menos abierta: renueva la grieta,
polariza de nuevo entre dos dirigentes, Macri y Cristina, tal vez excluya a la
multitud de aspirantes que se habían hecho los rulos con un protagonismo
inesperado. Pero la lista se constituyó en el interregno: De la Sota prometió
lanzarse en un mes, a su vuelta de una temporada sanitaria en España, un Massa tímido
se comprometió a anotarse, hace dos noches, si reúne los consensos. Aparece tan
humilde y comprensivo que hasta provoca sospechas. Urtubey reconoce que se
atrasó en plantear su voluntad de candidato, al menos frente a Pichetto, el
primero que se atrevió a romper el cascarón.
El más reciente de los postulantes ha sido Lavagna padre,
quien consintió el anuncio de Eduardo Duhalde propiciando esa aventura. Hasta
le costaba decirlo por su cuenta.
Bailando. La
fórmula de Duhalde se completa con el animador Tinelli como postulante a la
gobernación de Buenos Aires. No es lo que desea el conductor de “Bailando”: si
decidió presentarse, si lo acompañan los hados de los sondeos, si toma clases
sobre políticas de Estado y reitera consultas a especialistas, considera que su
destino político debe ser superior, sin detenerse en el ámbito bonaerense.
Todos, a pesar de discrepancias personales, dispuestos a inscribirse en una
interna que determine al ganador. Casi ninguno acepta que en esa confrontación
intervenga Cristina. El argumento: no pertenece al peronismo. Más: muchos
consideran su proscripción, lo cual medido en antecedentes favorece a la dama,
ya que el propio Perón se fortaleció en el apartheid. Al rol de víctima siempre
le sacó jugo.
Sin embargo, esta explosión de postulantes tropieza ahora
con una pinza, las derivaciones del acuerdo con el FMI. Por un lado, el bando
que invita a sostener el Plan (Macri) y, por el otro, aquellos que pugnarán por
derrumbarlo (Cristina). Dos núcleos sin espacios para los grises, derrengados
unos con el orden y la estabilidad, los otros deshilachados en la carestía con
movilizaciones, paros y piquetes. Dos mundos, dos personas, ajenos abstenerse.
Inclusive, con la posibilidad de que cierta violencia urbana –epicentros previstos
para la cita del G20 o un diciembre ardiente para las fiestas– se enmarañe,
intransigente, entre ambas tendencias y desplace al resto que predica amor, paz
y entendimiento.
Para el G20 y las fiestas de fin de año se sospechan
acontecimientos graves, clave que anima al Gobierno para otorgarle prioridad a
la seguridad (más gendarmes, por ejemplo, o compra de sofisticado material
telefónico semejante al que le atribuían a Milani, aquel militar preferido de
la viuda de Kirchner). A Cristina parece seguirla en la protesta social una izquierda con utopías prerrevolucionarias
y grupos vecinales al Papa que se quejan de que a Ella la persiguen tribunales
condicionados por el Gobierno con el caso Nisman. Estiman que no hay fechas
fijas para el reclamo social, que será un continuado en lo queda del año.
Curiosamente, entonces, volverían al enfrentamiento una
Cristina del 30% como piso y un Macri con proporciones semejantes. El FMI lo
hizo y, en ese dilema electoral, ambos destacan un mismo temor, se inquietan
por una Justicia que los aguarda detrás de la esquina, angustia perpetua de los
que no están en el poder. En eso también están juntos.
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