Por Carmen
Posadas
Aquí me tienen, disfrutando de La feria de
las vanidades; no la de las vanidades patrias, que también se las traen,
sino de las originales, las que describió William Thackeray allá por 1847. Leí
la novela hace mil años, en el colegio, y me ha encantado releerla, sobre todo
porque es la antítesis de lo que se lleva actualmente en literatura.
Ahora lo que gusta, tanto en libros como en
películas, son esas obras que los ingleses llaman feel-good fiction,
es decir, historias chorreantes de buenos sentimientos, llenas de mensajes
positivos; ‘inspiradoras’ las llaman también.
Son historias que, supuestamente, le hacen a una
sentirse bien porque tratan, por ejemplo, de una mujer maltratada por su marido
que sobrevive a mil adversidades. O que tiene por protagonista a un niño con
capacidades diferentes. O a un emigrante bondadoso. O a un perrito abandonado.
No es que tenga nada contra ninguno de ellos, al contrario, procuro ayudarlos
siempre que me es posible, pero ver una película que los tenga como
protagonistas no me hace sentir mejor persona. Al contrario, más bien me ponen
de los nervios porque me molesta que manipulen mis emociones.
Pienso, como André Gide, que con buenos
sentimientos no se hace buena literatura. Resultona sí, comercial también,
rentable no digamos, pero buena no. En mi opinión, la buena literatura –y por
extensión cualquier talentosa obra de creación– no es la que le pasa a uno la
mano por el lomo. Es más bien la que lo coge a uno por el cuello y lo vapulea.
O lo conturba, lo conmociona.
Una buena obra no reafirma a uno en lo que
creía/pensaba/sentía de antemano, sino que le hace ver un ángulo distinto de la
realidad. Y, si al hacerlo además logra arrancarle una sonrisa o carcajada, más
me gusta todavía. Esto encuentra uno al leer La feria de las vanidades,
una novela, como reza su subtítulo, «sin héroe». Y en efecto no parece haberlos
porque (casi) todos sus personajes, empezando por Becky Sharp, su protagonista,
son bastante malvados, por no decir miserables. ¿Cómo se identifica uno con un
miserable?, se preguntarán ustedes, porque una de las premisas posmodernas es
que el corazón del lector o del espectador debe latir al unísono con el de su
protagonista, ser uno en santa comunión. Y, sin embargo, esta es una necesidad
bastante reciente. O, mejor dicho, reciente en un público adulto. En literatura
para adolescentes esa identificación con los héroes ha sido siempre un
ingrediente indispensable. Pero, en la literatura de mayores, ocurre más bien
lo contrario.
De hecho, si se fijan ustedes, los más célebres
personajes de la historia son todos terribles. Macbeth es un asesino; Otelo, un
maltratador que mata a la pobre Desdémona por celos; Humbert Humbert, el
protagonista de Lolita, un pederasta; Madame Bovary y Ana Karenina,
dos frívolas que abandonan a sus hijos por sus amantes; Scarlett O’Hara, una
egoísta caprichosa; Raskolnikov, un psicópata que se cree un superhéroe; Medea,
una filicida, y así podría seguir horas, porque la lista es interminable. ¿Qué
ha hecho, al menos hasta ahora, que estos personajes hicieran universalmente
célebres a sus autores, siendo tan reprobables? ¿Qué función cumplían? Para mí,
que contrariamente al noventa por ciento de la gente me siguen gustando los
malvados, la explicación es simple. A diferencia de los personajes buenos, los
otros, los que tienen más sombras que luces, nos ponen frente a nuestras
propias incoherencias y contradicciones, nos revelan nuestro lado más oscuro y
nos ayudan a comprender aquello que no nos atrevemos siquiera a confesarnos a
nosotros mismos. Nos hacen, por tanto, sentirnos menos solos, menos incomprendidos,
menos raros, porque nos damos cuenta de que en todas partes se cuecen habas.
Y eso yo lo veo mucho más reconfortante que las
historias blanduchas que le hacen a uno sentirse bien, mira qué persona tan
sensible soy, cómo me emociono porque derramo un par de lagrimitas. No, ni
Becky Sharp ni ninguno de los grandes personajes antes mencionados le harán
sentirse bien. Pero le regalarán datos muy reveladores sobre los demás y, en
especial, sobre ese gran desconocido que es usted mismo.
© XLSemanal
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