Macri tiene la
oportunidad de aprovechar el oxígeno vital
que aportó el FMI para hacer los
cambios que necesita
su Gobierno.
Por Ignacio Fidanza |
Lo bueno del acuerdo con el FMI es que superó los cálculos
más optimistas. Lo malo es eso. Los 50 mil millones de dólares anunciados
contagiaron una comprensible sensación de triunfo político a una administración
que la venía pasando mal.
No está mal regalarse un día de sol. Pero después hay
que volver a la oficina. Entremos.
A esta situación se llega después de una durísima derrota
política como fue la implosión del gradualismo, vía maestra de la primera mitad
del experimento macrista. Ahora escucharemos desde el Gobierno que el FMI es un
paso perfectamente calculado de la misma senda virtuosa que vienen transitando.
El problema no es que lo digan, el problema es que se lo crean.
La receta económica que impuso el Fondo es exactamente la
que rechazó el gradualismo de Macri y Marcos Peña por inviable en términos
políticos: Aceleración a fondo del ajuste fiscal, fin de las asistencias del
Central al Tesoro, libre flotación del dólar y camino de salida para las
Lebacs.
El núcleo de las medidas es duro y su impacto social va a
ser contundente. En el poder adquisitivo, en la obra pública, en la actividad y
en la inflación.
Aclarado esto, pasemos a lo que falta. Más importante que
los 50 mil millones de dólares anunciados -después de todo no es más que un
número en un papel membretado, sujeto a condicionalidades varias-, son los 15 mil
millones que se supone ingresarán al Tesoro el 20 de Junio. Ese es el acuerdo y
es importante.
Es un número de una magnitud suficiente como para darle al
Gobierno un ruta de salida posible al problema del dólar, que es donde todo
comenzó.
En la Argentina, cuando el precio del dólar se dispara suele
ser un avatar de problemas más profundos. Pero es un avatar muy particular que
en el camino de su fuga devora todo lo que se le cruza y se va transformando en
un monstruo incluso más grande que aquel que representa. Por eso, la operación
más delicada para la gobernabilidad inmediata de esta ingeniería que se acordó
con el FMI, es contener al dólar en valores razonables sin quemar reservas como
leña en invierno. Estamos ante un blindaje financiero que da un piso de
estabilidad.
Dicho de otra manera, lo que se buscó con este acuerdo no es
dinero si no recrear expectativas positivas, que es la materia más esquiva y
valiosa que opera en los mercados. Para reforzar ese efecto, la hoja de ruta
más sensata proyecta un sendero claro: Un gabinete reducido de ministros con
poder y acuerdo con el peronismo que se pueda acordar, para sacar adelante el
ajuste.
El problema es que Macri resiste la receta por una doble
vía. No se siente cómodo con gente que le discuta -como haría un ministro con
peso político propio- y mantiene soterrada pero vigente, la convicción que el
peronismo tiene más que ver con los problemas que con las soluciones. O mejor
dicho, que el peronismo es el problema.
Mucho se habló en estos días sobre el destino de Marcos Peña.
Lo cierto es que el jefe de Gabinete fue de los primeros en aceptar la
necesidad de hacer cambios en un gabinete que amenazaba en su disfuncionalidad
con llevarse puesta su propia carrera política. Pero por primera vez en mucho
tiempo se chocó con una pared cuando quiso influir en Macri. Hoy el presidente
es el principal escollo para un cambio de gabinete, que si se produjera podría
dar otro golpe de recuperación a su Gobierno. Suena paradójico, pero así son
los caprichos.
En la emergencia, lo máximo que transigió Macri es permitir
que se recupere la participación de hombres que fueron claves para su arribo a
la Casa Rosada, como Emilio Monzó y Ernesto Sanz. Y así surgió una mesa
política que los integra, junto a Frigerio, Peña y los gobernadores de Cambiemos.
Pero no es la única mesa, ni tampoco la que decide. Se trató más de un
ejercicio de contención que de ampliación real del campo de análisis y
decisión.
Entonces, estamos ante dos tendencias que se solapan. El
sector más político del PRO entiende que rebotaron sobre la lona y se
anticiparon a contactar a los puentes de un posible acuerdo. Vidal y Larreta se
reunieron con Massa y después con Pichetto ¿Fueron en representación de Macri?
Pero acaso más relevante, Peña visitó al líder del Frente Renovador en su
oficina de la avenida Libertador.
Una curiosa transversalidad de supervivencia se empieza a
tejer así entre aquellos que compiten, ante la mirada recelosa del presidente.
"Macri hoy es el halcón", afirma un destacado operador político al
tanto de las internas de la Casa Rosada.
Pero claro en la Argentina todo es especial ¿Qué significa
ser halcón cuando se está en un momento de objetiva debilidad política? ¿Es de
halcón dirigirse a un ajuste duro con un gabinete de palomas?
Lo que viene es para boxeadores entrenados en las esquinas y
sin guantes. En Agosto, cuando haya pasado el Mundial y el ajuste se combine
con el impacto pleno de los últimos aumentos en las boletas, ya nadie se
acordará de ese número mágico que por estas horas, algunos adictos al
entusiasmo visualizan como la solución de todas las cosas.
© LPO
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