La trastienda de la
reunión entre el Presidente y
la gobernadora bonaerense, su hija política.
Por Gustavo González |
El encuentro fue el sábado 12 de mayo en Olivos. A solas.
Tuvo lugar en medio de la corrida bancaria y tras el anuncio de que se recurriría
al FMI en busca de un crédito salvador. Mauricio Macri recibió a María Eugenia
Vidal con la sonrisa que siempre le muestra cuando la ve. No es su hija
biológica, pero sí su hija política. Detrás de la gobernadora estaban, sin estar, las figuras del
sector político del PRO.
Aquellos que no son empresarios, ni CEOs, ni técnicos,
ni economistas. Políticos como el ministro Frigerio o el jefe de Diputados, Monzó.
Y también Rodríguez Larreta.
Podían haber ido todos, como fueron luego. Pero acordaron
que, si iba solo ella, Macri entendería que no habría especulaciones ni otra
motivación detrás de lo que le iba a plantear. Vidal le llevó dos puntos
centrales. Se fue con un sí y con un “no, por ahora”.
El primero era abrir el juego a los sectores políticos y
empresarios para transmitir el mensaje de “juntemos a los que no desean que al
país le vaya mal (quiere decir: todos, menos los kirchneristas) porque si nos
va bien ganamos todos”. El tender puentes hacia esos sectores incluía tenderlos
antes hacia adentro mismo de Cambiemos. Recomponer relaciones con los heridos
de estos dos años y medio de gestión, como Sanz o Monzó.
Es la parte del plan a la que Macri dio un OK inmediato y
que se puso en marcha esta semana, como se vio en los encuentros que tuvieron
lugar en Olivos y la Casa Rosada.
La segunda idea a debatir que llevaba Vidal era más
delicada. Se trataba de una mirada crítica por la forma en que se estaba
conduciendo la crisis cambiaria. Por un lado, la duda sobre la eficiencia de la
multiplicidad de ministros de esa área (Hacienda, Finanzas, Producción), y dos
subjefes de Gabinete (Lopetegui y Quintana), que tienen más poder que los ministros
aunque en lo formal están por debajo. También el titular del Central, Federico
Sturzenegger, estuvo en la mira por su manejo de la corrida.
El Presidente habría respondido que no a la posibilidad de
cualquier cambio en zonas tan álgidas. Pero más por el ruido que eso generaría
en las autoridades del FMI, en plenas negociaciones por el préstamo, que por un
espaldarazo presidencial a algunos de los involucrados.
Ligado a lo anterior, la gobernadora promovió un fuerte achicamiento
de ministerios, para generar un ahorro importante y, sobre todo, enviar a la
sociedad el mensaje de que el compromiso de bajar el déficit comienza por las
estructuras políticas. También en este caso hubo un “no, por ahora”.
Otro ADN. Vidal
transmitió el resultado de la reunión a quienes la habían instado a ir. La
pregunta que quedó flotando entre los referentes del PRO es si Macri de verdad
tomó nota de la trascendencia de su rol político y la necesidad de diálogo
hacia adentro y hacia afuera de la coalición gobernante. O si es apenas una
táctica obligada que descartará cuando la economía lo permita.
El rol de la gobernadora fue clave en estas semanas. Dos
días antes de su reunión con Macri, se había encontrado con Monzó. El diputado
venía de anunciar, imprevistamente, que no renovaría su banca en 2019. Tras
cerrar esa grieta, y junto a Rodríguez Larreta, elaboraron las propuestas que
le elevaría al Presidente.
Vidal y Rodríguez Larreta llevan el ADN del macrismo en la
sangre, pero son muy distintos a los otros socios fundadores. Ninguno de ellos
fue CEO o empresario. Él es economista, pero solo tuvo un cargo de analista en
la firma Esso. Hijo de un importante dirigente desarrollista, toda su vida estuvo
orientada a la administración pública y a la política.
Ella es una hija de la típica clase media argentina que se
inició en la política justamente en el grupo Sophia, que fundó Larreta. Y
conoce, desde su adolescencia, el espíritu del trabajo social en sectores carenciados.
Ambos entienden que gobernar es algo muy distinto a administrar empresas. Que
lo hagan mejor o peor es otra cuestión.
Están tan profundamente ligados a Macri que cuando se habla
del “sector político” del PRO no se los incluye (como sí a Frigerio y Monzó).
Pero su fidelidad al líder no les impidió desarrollar en sus distritos un juego
propio en el que la negociación con opositores y grupos sociales es habitual en
tiempos turbulentos.
¿Qué hacer con lo que
hay? Hoy, el Gobierno juega con tres cosas a su favor:
1) La sociedad parece juramentada a no volver a 2001, a otro
final de un gobierno no peronista en medio de una crisis general.
2) Una mayoría social tampoco quiere regresar a otro pasado:
el del kirchnerismo.
3) Ese kirchnerismo le dejó una situación económica compleja,
pero con bajo endeudamiento externo que ahora aprovecha.
Y con otras tres en contra:
1) El fin de la era de tasas bajas en los Estados Unidos.
2) Una sequía seguida de inundaciones que le restan cerca de
US$ 7 mil millones del campo a las arcas de este año.
3) La histórica dolarización del país, que traslada a los
precios cualquier incremento de la divisa.
A favor y en contra, son factores que exceden lo malo y lo
bueno que el Gobierno puede hacer por ahora.
Pero existe algo que el Presidente sí puede hacer y que es
de su excluyente responsabilidad: hallar los puntos en común que sepan unir los
intereses de distintos sectores de la sociedad, la política y el mundo de las
empresas y el trabajo para construir ciertos consensos básicos de corto y largo
plazo.
Ese es el arte de la política.
El momento justo para hacerlo era tras las elecciones de
octubre. Quizá no antes, porque era difícil construir ese consenso sin
ratificar el predominio macrista con un triunfo electoral nacional, en especial
sobre Cristina Kirchner.
Pero sí se podía después del avance de Cambiemos en todo el
país y con Macri saliendo de esos comicios con una imagen superior al 50%.
Magnánimo. Claro,
hay que sentirse muy seguro para entender que eso hubiera representado más poder,
no menos.
Dicen que el rey magnánimo es aquel que demuestra
generosidad y grandeza de espíritu. Eso es lo que parece, pero no lo que es.
La magnanimidad es la jactancia de quien se cree superior y desde
allí imparte benevolencia hacia los que menos poder tienen. Macri estaba en
condiciones de haber tenido esa actitud a finales del año pasado. Le habría servido
para avanzar con transformaciones económicas consensuadas. Además, la mayoría
hubiera interpretado esa magnanimidad como el gesto noble de alguien que está más
allá de las pequeñeces de la política.
El jefe de Estado se maneja muy bien como el rey magnánimo
de los CEO. Allí sí se siente seguro y superior. Arma equipos, escucha, se deja
convencer, no teme rectificarse y promueve nuevos liderazgos. Pero no tiene la
sintonía fina de la política. Su inseguridad en ese terreno lo hizo encerrarse,
después de ganar octubre, entre técnicos y economistas que no saben más que él
de política.
Sus dos “cables a tierra” eran, y son, Marcos Peña y Jaime
Duran Barba. El primero lo suaviza ideológicamente y le aporta cierta
sensibilidad de gestión: “Es quien más me hace cambiar de opinión”, reconoce.
El segundo le lleva el pulso de las encuestas y el análisis de las expectativas
sociales. Es Duran Barba quien repite que los timbreos con Macri no se hicieron
para mejorar su imagen, sino para mejorar a Macri.
Y en el Gobierno, algunos creen que el mejor Macri vendrá en
su segundo mandato. El problema es que antes debe ser reelecto.
0 comments :
Publicar un comentario