Por Julio María Sanguinetti (*) |
Aquel protagonismo del Comandante Chávez primero y de Maduro más tarde, de Evo
Morales y del matrimonio Kirchner, le dio a la Unasur un fuerte contenido
ideológico de tono populista. Los cambios de gobierno ocurridos en ese lapso
fueron generando una tensión que ahora ha culminado con esta ruptura profunda,
que deja a la UNASUR agonizando.
Yendo más al fondo de la cuestión, sigue pendiente la
discusión sobre la idea misma del proyecto, que nació primero en Brasil, de la
mano de un eminente intelectual, Helio Jaguaribe, con quien tuvimos el honor de
discutir su propuesta desde aquellos años 2000, cuando todavía gobernaba
Fernando Henrique Cardoso. Entrado Lula al Gobierno, Brasil da vuelo a la idea,
que adquiere así una aureola de “anti-OEA”, acentuada en estos años, en que el
Secretario General Almagro ha sido particularmente crítico con la situación venezolana.
El proyecto en sí nos pareció siempre empequeñecedor. Luego
de un siglo de construir el concepto de “América Latina”, ¿qué nos llevaba a
alejarnos de México y Centroamérica? El argumento oportunista que se hacía en
Brasil era que México tenía un acuerdo de libre comercio con EE UU, como si no
lo tuviera Chile también y como si no hubiera una unidad cultural mucho más
amplia y abarcadora que la dimensión comercial. México, en efecto, ha sido el
corazón de nuestra cultura, de cara a la anglosajona de la otra América. No
somos los rioplatenses, más vinculados tradicionalmente a Europa, quienes hemos
profundizado esa idea del carácter latino, de la personalidad histórica
iberoamericana y de la afirmación del español en la frontera del Norte. Desde
José Vasconcellos hasta Octavio Paz y Carlos Fuentes, han sido mexicanos
quienes más han escrito al respecto, sin olvidar la rutilante poesía del
nicaragüense Rubén Darío.
Recuerdo que en un Foro Iberoamérica, en Campos do Jordão,
en el corazón del Estado de San Pablo, allá por 2003, junto con Felipe González
nos batimos a duelo oratorio, sosteniendo la idea de que separarnos de México
era un grave error político y una amputación cultural sin sentido.
Personalmente, como uruguayo, me siento rioplatense, latinoamericano,
occidental, pero no sudamericano, porque no encuentro allí ninguna de las
dimensiones de nuestra identidad.
Hablando aún más claro: Brasil había dejado atrás su rivalidad
histórica con Argentina, pero ahora se encontraba con un México crecido, un
par, que —en la visión de algunos políticos y diplomáticos— era más cómodo
alejar que asociarse para juntos dinamizar el espíritu y la fuerza económica y
política de la región. En una palabra, se renunciaba a compartir un liderazgo
continental, para refugiarse en una hegemonía subregional.
Esa discutible idea tomó luego su vuelo y, desgraciadamente,
la organización pasó a ser una suerte de club populista, del que ahora se apartan
quienes han perdido interés en ese proyecto tan vacilante del punto de vista
democrático y tan estrecho en la visión internacional. No ignoramos que se han
hecho algunos esfuerzos interesantes de infraestructura, que bien podrían
retomar un espacio de cooperación que ya existía (IIRSA) y donde la geografía
sí es importante. Pero es hora de terminar con esta ficción de que América
Latina termina en la frontera con Panamá, a la cual nos resistimos. Con mucho
respeto para Surinam y Guyana, digamos con toda claridad que las sentimos mucho
más lejos que México, América Central y ese Caribe que ha evocado estos días en
Madrid Sergio Ramírez, con emoción e inspiración poética.
(*) Expresidente de Uruguay
© El País (España)
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