Marcos Peña |
Por Claudio Jacquelin
Dos presentes, dos futuros, dos mundos, dos países,
dos gobiernos. Dos formas de hacer política. Si la dicotomía se diera entre
oficialistas y opositores, solo se trataría de una radicalización de las
dinámicas naturales de la política. Cuando la divergencia en la percepción de
la realidad llega a ciertos extremos dentro de una misma fuerza, sorprende. Y
cuando se registra dentro del oficialismo, alarma.
La actualidad que preocupa a un vasto arco de
miembros de Cambiemos, integrado por unos pocos integrantes del gabinete que se
animan a expresarlo, legisladores y dirigentes de los tres partidos de la
coalición oficialista y funcionarios de Pro de gobiernos distritales, contrasta
férreamente con la cotidianeidad que describe y el futuro que proyecta el jefe
de Gabinete, Marcos Peña.
"Estamos muy bien. Fue una semana con señales
muy positivas". Con esta aseveración comenzó el viernes por la tarde el
diálogo de Peña con este cronista. El combo de la disputa por las
tarifas , que el Gobierno está a punto de perder en el
Congreso, y lainflación indómita,
que le ha provocado una caída de entre 6 y 9 puntos en imagen, sumado a la disparada del
dólar , que le costó al Banco Central la pérdida de reservas
por US$4300 millones en solo una semana, son para Peña problemas esperables y
coyunturales. Para los otros, son luces de alerta de que algo no está bien y,
peor aún, de que algo no se quiere aceptar. El jefe de Gabinete replica que hay
señales estructurales alentadoras, como el récord de ofertas para participar en
los programas de obras públicas de participación público-privada (PPP) y el
aumento del 5,1% de la actividad económica en febrero, aunque admite que en los
próximos registros se producirá una desaceleración por los efectos de la sequía. Con extraordinaria
convicción afirma que no hay desconfianza externa sobre el rumbo del país y
augura que la inflación empezará a ceder el mes próximo. Lo mejor no solo está
por venir, sino que no tiene dudas de que va a llegar. Sus aciertos
político-electorales siguen abriéndole crédito ante los agnósticos, aun en
materias en las que no exhibe los mismos pergaminos.
No hay lugar en los dos principales despachos de la
Casa Rosada para las objeciones internas y los análisis críticos de analistas
independientes respecto de la acumulación de tensiones simultáneas en los
frentes político y económico. Adjudican las críticas a falta de información
calificada a la que solo ellos estarían accediendo, a dirigentes que han
perdido peso dentro del oficialismo o que no asumen su responsabilidad como
oficialistas y a intereses de sectores perjudicados por sus políticas.
Frente a tal disparidad de visiones empieza a
ponerse en cuestión la forma de hacer política de Cambiemos y la comunicación
que existe hacia dentro de la coalición. La tardía aparición de Macri para
explicar las alzas de tarifas desde Vaca Muerta el lunes pasado y su columna
publicada ayer en el diario El Litoral, de Santa Fe, casi un mes
después de que desde las filas propias surgieran los primeros llamados de atención,
resultan elocuentes ejemplos. Fue como aconsejar a la gente sobre la
conveniencia de comprar matafuegos cuando ya se les estaba quemando la casa,
resumió uno de los críticos que dice no sentirse escuchado.
La situación parece la consecuencia ineludible de
la concepción política mecanicista que encarna el Presidente y su núcleo más
cercano. "Haciendo lo que hay que hacer" no sería solo un eslogan
propagandístico para resaltar a un gobierno que gestiona y hace, sino también
una definición de roles y funciones. Cada parte del oficialismo, sea
funcionario del Poder Ejecutivo o legislador, es vista como un engranaje de una
gran maquinaria con un manual preestablecido de funcionamiento. Allí la palabra
no aparece como una herramienta de construcción, salvo en tiempos electorales,
ni el diálogo como un elemento de cohesión. La construcción de relaciones
personales, más allá de quienes comulgan o adscriben a una misma visión,
también aparece en el debe.
De todo eso se quejan en reserva desde distintos
sectores del oficialismo. Para ellos, el anuncio de retiro anticipado del
presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, es un síntoma de esa
concentración creciente del poder y de la toma de decisiones, sin margen para
la disidencia, sin espacio para el debate abierto ni paciencia para con los
díscolos. Nadie excluye la cuota de motivos que pudo haber aportado Monzó para
perder su lugar en la mesa chica.
Una reciente disposición de Peña, con el aval de
Macri, para que los integrantes del Poder Ejecutivo solo hablen on the
record con los periodistas no fue vista en este contexto como un plan
para ampliar la información ni para mejorar la calidad de la comunicación, sino
como una forma de controlar más lo que se dice. Cuando el clima empeora,
abundan las suspicacias.
En la Casa Rosada minimizan los efectos de
decisiones como la de Monzó, aunque los analistas de opinión pública los
incluyen entre los hechos que dañan la imagen del Gobierno para tomadores de
decisiones, que empiezan a temer por la cohesión del oficialismo cuando todavía
le queda mucho por hacer para darle sustentabilidad a su proyecto. No se les
escapa que sigue en minoría en un Congreso donde los opositores empiezan a
encontrar incentivos para actuar juntos.
Los asesores presidenciales tal vez deberían tomar
nota de la inusual cantidad de consultas recibidas en la Argentina desde fondos
de inversiones y analistas financieros del exterior, inquietos por las
turbulencias de estos días, que muy probablemente toquen un pico esta semana
si, como se prevé, los diputados opositores logran aprobar un proyecto para
reformular las alzas de tarifas. El Gobierno busca llevar calma con el anticipo
de que si el proyecto es convertido en ley, la vetará. No ha dicho cuál es su
cálculo de los costos políticos de la medida. Sí habla del costo
económico-financiero que tendría un traspié de su programa para avanzar hacia
la eliminación de los subsidios al consumo de energía, que engordan un déficit
fiscal cada vez más duro de financiar, como lo ha dejado trascender el propio
Macri.
En la Casa Rosada confían en el diagnóstico de Peña
de que esta suma de males es solo coyuntural y que en pocos meses empezarán a
percibirse mejoras en la economía, tanto macro como micro, para aventar
fantasmas y aplacar reverdecidas ilusiones del peronismo. Ya consumido más del
60% del mandato y con más por hacer que lo ya hecho para concretar el
"país normal" prometido, necesitará una fuerte inyección de oxígeno
en este terreno.
Falta aún, pero a la salida de Monzó, que cada vez
se pone más en duda que llegue al 10 de diciembre, deberá sumar que no contará
en un eventual segundo gobierno con otros dos legisladores claves en la primera
mitad de su gestión. El presidente del bloque de diputados de Pro, Nicolás
Massot, ya ha dicho que no quiere seguir en la Cámara y evalúa ofertas del
sector privado por si no le llega la oportunidad de ocupar un cargo relevante
en el Poder Ejecutivo. A él se suma el jefe de la bancada peronista en el Senado,
Miguel Ángel Pichetto, la mejor ayuda con la que ha contado el Gobierno en la
Cámara alta, aunque en su caso el alejamiento empieza a percibirse
paulatinamente a medida que crece en su rol de armador del justicialismo
poskirchnerista.
La ansiedad electoral ha empezado a crecer dentro y
fuera del oficialismo y la marcha de la economía no está funcionando como
ansiolítico eficaz. Son pocos y serán menos los que quieren compartir costos.
Ya se lo están haciendo sentir los gobernadores peronistas con una situación
fiscal más aliviada.
Para seguir perteneciendo al club de los
dialoguistas, algunos mandatarios del PJ quieren asegurarse sus privilegios,
pero eso tiene costos para el Gobierno.
En medio de la disputa por las tarifas en Diputados
y mientras el Ejecutivo les pedía a sus legisladores que resistieran a pie
firme, Macri recibió al gobernador peronista Juan Schiaretti. El enojo y el
desconsuelo de los diputados cordobeses de Cambiemos por no haber sido avisados
de que se venía esa foto trascendió las paredes del Congreso. Consecuencias de
la arquitectura modular electoral del macrismo.
No parece difícil entender, así, la diferencia de
visiones y percepciones entre las partes que integran la coalición. Pero no se
advierte vocación desde el vértice del poder por modificar o atenuar el
mecanicismo político en busca de recuperar la cohesión interna. La confianza en
que llegarán los buenos resultados y en que los logros curarán heridas
anestesia cualquier atisbo de autocrítica. Aunque no faltan socios fundadores
de Pro que empiezan a reclamar alguna revisión antes de que las cosas se
compliquen más.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario