sábado, 26 de mayo de 2018

Un país atraído por el abismo


Por Héctor M. Guyot

En el país del sálvese quien pueda es esperable que todos traten de obtener rédito del río revuelto. Así se ha medrado siempre en estas tierras. Durante estas semanas en las que el Gobierno mordió la banquina y empezó a derrapar, muchos jugadores mostraron sus cartas.

Peor que eso, la escalada del dólar y la turbulencia económica activaron respuestas reflejas que, de tan previsibles, parecen inscriptas en nuestro ADN. Apenas la película se encarriló en el déjà vu del viejo y conocido guion, los actores corrieron a ocupar su papel en la farsa. Como Ringo en aquella vieja canción de los Beatles, todo lo que debían hacer era actuar naturalmente. Sale solo. Conocen la trama de memoria. Y acaso sientan un placer inconfesable con solo prefigurar de nuevo el desenlace, ese final anunciado al que se entregan con la atracción fatal del suicida que se arroja al vacío para castigar a quienes odia, sin conciencia de que en ese acto pierde la vida.

Nos mata la palabra. El pico. Las horas de televisión que hay que llenar de opiniones sobre el minuto a minuto de la política. Todo eso pasa a la caja de resonancia de las redes, una galería donde se expone, en un happening abierto, nuestro inconsciente colectivo. Que de colectivo tiene poco, porque lo que han demostrado estos días es que apenas el barco da señales de estar haciendo agua, en lugar de colaborar en la reparación del casco para salvar el conjunto, y sobre todo a los que viajan en la bodega, aquellos que viajan en primera y están, aun en momentos de zozobra, muy por encima de la línea de flotación, salen corriendo en busca de los botes salvavidas mientras pergeñan el modo de sacar ventaja de las circunstancias. Lo que vale, lo que paga, lo que se busca es la renta inmediata de la catástrofe. Aunque después el barco se hunda y perdamos todos, o casi, como tantas veces ocurrió.

Los cínicos anhelan el rédito de la catástrofe y por eso la llaman. Pero también están los que te empujan al abismo por corrección política. Hay razones para criticar al Gobierno. Pero perder la perspectiva es una inconsistencia que siempre se paga caro y que los cínicos saben aprovechar muy bien. Muchos eligen ver la foto y no la película para pegar duro al oficialismo. Les cuesta la operación intelectual de unir causas y consecuencias y con un simplismo conmovedor apelan al pensamiento mágico. O lo hacen de una manera artera. Para el caso, los efectos son los mismos. Si hubieran criticado de la misma forma al gobierno de Cristina Kirchner desde temprano quizás hoy el país no estaría como está. Hoy le exigen al Gobierno soluciones inmediatas con el dedo en alto, como si no tuvieran ninguna responsabilidad -y todos o casi todos la tenemos, en más o en menos- en el actual estado de cosas.

En buena medida, el peronismo en su conjunto, si cabe la figura, nos ha traído hasta aquí, y ahora debería colaborar críticamente en la construcción de un camino de salida. Sin embargo, con el Gobierno en apuros, vieron el hueso de 2019 y el instinto tira. Todo indica que han salido de pesca en río revuelto, cuanto más revuelto mejor. Hay que favorecer la agitación de las aguas, no importa si al final la correntada se sale de cauce y arrasa con todo. Las pujas por el poder y sus privilegios han conspirado siempre contra la posibilidad de que el país tenga un destino. El Estado como botín. Esta concepción inconfesable de nuestras elites ha ido dando forma a un corporativismo prebendario que vacía las arcas públicas y a políticas clientelísticas imposibles de sostener que, paradójicamente, perpetúan la pobreza. Así se explican el déficit del Estado, las distorsiones de la economía y nuestros niveles históricos de corrupción. ¿Qué es el costo argentino si no una linda manera de llamar al fruto de una cultura que lleva décadas de maceración?

Tal vez con esta crisis el Gobierno haya despertado a la magnitud del desafío que enfrenta. Un país no es una empresa, y mucho menos este. Aquí los números aprietan, pero igual o más aprieta la política. Se acusa a Macri de encabezar un gobierno encerrado en sí mismo, autosuficiente. Puede ser. Pero hay que reconocerle una virtud que no abunda: capacidad de rectificarse. Además de una mesa económica, Macri ha armado una mesa política a la que se sumaron referentes importantes de otros partidos de la coalición oficialista. Una apertura que se le reclamaba hacía rato. Ojalá sea algo más que un gesto dedicado al marketing. El Gobierno necesita fortalecer la coalición que lo sostiene tanto como adquirir mayor cintura política. Y, sobre todo, ampliar el repertorio de ideas con el que intentará llegar a buen puerto.

© La Nación

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