Por Javier Marías |
Si lo tengo grabado no es porque esa fuera una de
las tres finales perdidas por el Madrid, de las quince a que ha llegado (serán
dieciséis ahora). Las derrotas dejan tanta huella como las victorias, si no
más, de igual manera que duran más las tristezas que las alegrías, los fracasos
que los éxitos, las ofensas que los halagos. Es, sobre todo, porque en los
preliminares, si no me equivoco, hice la única entrevista de mi vida, y por eso
me sentí aún más involucrado y concernido. A título muy personal, además de
como madridista.
Tenía por entonces
una novia estadounidense que llevaba años viviendo en Madrid. Había sido
trapecista del circo Ringling Brothers en su país, y ahora ejercía de modelo y
empezaba a hacerlo también de fotógrafa. La verdad es que no teníamos mucho que
ver. Era una de esas personas que no le ven sentido a estarse quietas, por lo
general condición indispensable para leer libros. También era bastante
calamitosa en la vida cotidiana: siendo bondadosa y encantadora, atraía los
problemas como un imán (y algún desastre de vez en cuando). Yo procuraba
ayudarla a salir de ellos, en la medida de mis posibilidades. Vivía con una
gata blanca contagiada del carácter de su dueña, y por su culpa (de la gata)
estuve a punto de perder mi amistad con Don Álvaro Pombo. Pero esa es otra
historia. Aquel verano CB (esas eran y son sus iniciales) lo iba a pasar en su
ciudad natal, Seattle, y se le ocurrió hacer en España una serie de entrevistas
con personajes de aquí que se pudieran ofrecer y vender allí. Apenas había
entonces españoles conocidos en los Estados Unidos. Creo que consiguió un
encuentro con Antonio Gades, y, aunque nuestro fútbol no es popular en América,
le sugerí probar con el extremo del Real Madrid Laurie Cunningham. Si el equipo se coronaba campeón y
Cunningham destacaba… Cunningham fue el segundo futbolista negro en jugar para
la selección inglesa a cualquier nivel, y el primer británico que el Madrid
había fichado en toda su historia. Ese tipo de detalles podrían hacerlo
atractivo en los Estados Unidos. Pero CB no entendía nada de fútbol, así que
pueden imaginarse a quién le tocaba hablar con el gran e intermitente extremo
izquierda. No tengo ni idea de cómo, logré contactar con él y me citó, me
parece, en el gimnasio en que se recuperaba de una lesión que lo había tenido
de baja bastante tiempo. Al menos tenía todo el rato un pie descalzo; me suena
que lo habían operado de la rotura de un dedo. Grabé sus declaraciones en
inglés (como casi todos los jugadores británicos —véanse hoy Bale y antes
Beckham—, era incapaz de aprender lenguas), luego las transcribí y se las
entregué a CB, que ya partía en breve. Cunningham dejó, sobre todo, una
actuación espectacular en el Camp Nou, que lo ovacionó pese a haber marcado un
gol o dos y haber traído de cabeza a la defensa blaugrana.
No fue tan memorable su participación en aquella Final, en la que saltó al
campo con Camacho, Del Bosque, Stielike, Santillana, Juanito y unos cuantos más
con menos poso.
Así que el
Madrid-Liverpool lo vi deseando no sólo que el Madrid ganara, como he deseado
siempre salvo en alguna ocasión con Mourinho al frente, sino que Cunningham
triunfara a lo grande, por él y por mi novia, que en ese caso quizá podría
vender la entrevista. No fue así. En el minuto 82 el Liverpool sacó de banda
(¡de banda!), un defensa nuestro se despistó y el lateral izquierdo Alan
Kennedy metió el gol único y definitivo, uno de los poquísimos de su carrera.
El Madrid era el perdedor. Cunningham brilló a ratos, pero andaba mermado. En
1983 o quizá 1984 el club lo dejó ir, y en 1989, a los treinta y tres años, se
mató en un accidente de coche en Madrid, adonde había vuelto para jugar en
Segunda con el Rayo Vallecano.
Llevo aguardando el
resarcimiento de aquella derrota aciaga desde 1981, me doy cuenta ahora con
sorpresa. Lo más probable es que ningún futbolista actual del Madrid sepa quién
fue Cunningham, ni siquiera Zidane seguramente. Pero tengo el pálpito —es puro
deseo— de que el próximo sábado ganarán su tercera Final consecutiva,
impulsados por otros motivos. Pero, si así sucede, yo se lo agradeceré
doblemente, porque no podré evitar pensar en el pobre Laurie Cunningham, que me
cayó bien, que no tuvo suerte con las lesiones y además murió muy joven dejando
viuda y un hijo españoles. Y me acordaré vagamente de la mañana en que lo
entrevisté en un gimnasio con su pie descalzo, para ayudar a la novia de
entonces, algo calamitosa y encantadora.
© El País (España)
0 comments :
Publicar un comentario