Por Carmen
Posadas
El caso Weinstein ha marcado un antes y un después
en lo concerniente al acoso sexual, e incluso puede decirse que también en las
relaciones entre hombres y mujeres. Tal como ocurre en otros muchos órdenes de
la vida, de pronto un oscuro secreto a voces se quiebra y todo el mundo empieza
a prestar atención a una situación sabida (y consentida) durante siglos.
En
psicología social este fenómeno se conoce como ‘ignorancia pluralista’. Se
llama así a una situación en la que la mayoría rechaza un determinado comportamiento
creyendo, incorrectamente, que el resto de la gente sí lo acepta, de modo que
todos siguen sometiéndose a él, hasta que un día alguien alza la voz para
denunciarlo.
Se rompe entonces la espiral de silencio y se
producen a continuación multitud de denuncias hasta convertirse en un clamor.
Así ha ocurrido con lo que ahora llamamos ‘movimiento Me Too’, uno que comenzó
a hacerse viral cuando la actriz Alyssa Milano creó un hashtag con
dicha etiqueta animando a las mujeres a tuitear sus experiencias para demostrar
cuán extendido está el comportamiento machista. Desde entonces no solo se ha
viralizado, sino que hasta la revista Time nombró ‘Persona del Año’
(personas, en este caso) a las artífices de romper el silencio, personificadas
en cinco de ellas, las que según Time más han colaborado en
generar lo que el editorial de la revista denominó «El cambio social más veloz
y notable desde los años sesenta».
Dicho movimiento ha propiciado desde entonces que
hombres del mundo del cine, la música y todas las artes, también la política,
la empresa, etcétera, fueran acusados de acoso. Algunos hasta de acosos
cometidos veinte o treinta años atrás y sin más prueba que la palabra de la
persona supuestamente acosada. En ciertos casos incluso después de que la
Justicia se hubiera pronunciado a su favor absolviéndolos de los cargos
presentados. Es el caso, por ejemplo, de Steven Galloway, profesor de la
Universidad de Columbia Británica, al que las autoridades universitarias
suspendieron de su cargo impidiendo así la posibilidad de que el profesor se
defendiera de las acusaciones que pesaban sobre él y que más tarde se
demostrarían falsas.
Entre los firmantes de una carta remitida a la
Universidad deplorando dicha arbitrariedad figuraba Margaret Atwood, candidata
al Nobel y célebre autora de El cuento de la criada. Casi la
achicharran viva en esa moderna pira inquisitorial que son las redes sociales y
se vio obligada a defenderse. Lo hizo en una carta titulada ¿Soy una
mala feminista?, en la que comenzaba diciendo que el Me Too era un síntoma
de lo defectuoso que es el sistema judicial, de modo que las mujeres, al no
poder obtener audiencia imparcial a través de los cauces legales, decidieron
valerse de la nueva herramienta de Internet, con el éxito que todos conocemos.
«Esto ha sido muy efectivo –añadía Atwood en su carta–. ¿Pero ahora qué?
¿También la justicia se va a impartir en Internet?». A continuación mencionaba
algo que, a pesar de ser una obviedad, no está de más recordar: que, para
que las mujeres tengamos derechos humanos y civiles, antes debe haber derechos
humanos y civiles para todos. «¿O es que las buenas feministas que me
acusan de mala feminista –concluía Atwood– piensan que solo las mujeres merecen
estos derechos?».
Yo también debo de ser una mala feminista, porque
estoy de acuerdo en todo lo que ella dice. Es más, me niego a ser una feminista
buena si eso significa ser ventajista o injusta o Torquemada. Dicho esto,
existe una razón más para precaverse. En los Estados Unidos ha comenzado a
producirse un curioso efecto colateral del Me Too. En no pocas empresas altos
directivos prefieren tratar y negociar con colegas de su mismo sexo, no sea que
una acusación de conducta impropia (recuérdese que para acusar ahora ya no se
necesitan pruebas) suponga una suspensión o un despido. Dirán ustedes que esto
es una exageración y que aquí en España no puede pasar. Pero las
sobreactuaciones –y yo creo que en este asunto se ha sobreactuando bastante– acaban
produciendo exageraciones e injusticias también por la otra parte. Me Too ha
puesto fin a muchos años de ominoso silencio. Ojalá no muera ahora de éxito.
© XLSemanal
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