Sturzenegger retomó
el mando de la política monetaria.
Con costos, claro. Dujovne y Quintana, golpeados.
Atenti con CFK.
Con costos, claro. Dujovne y Quintana, golpeados.
Atenti con CFK.
Por Roberto García |
Jornada aciaga la de los Santos Inocentes del año pasado. Aunque sin
inocentes ni santos.
Casi una broma oficial aquella conferencia del 28 de diciembre para modificar el rumbo económico, un acto tan vulgar y chistoso como la celebración universal de ese día que conmemora una matanza: el infanticidio de Herodes persiguiendo al hijo de Dios.
En esa fecha, el objetivo de Peña, Caputo, Dujovne y Quintana como autor intelectual, era corregir al testigo Sturzenegger del Banco Central, que utilizaba altas tasas como disciplinador de la inflación y el tipo de cambio. Entonces, se oficializó bajar ese nivel de intereses para mejorar la actividad económica.
Casi una broma oficial aquella conferencia del 28 de diciembre para modificar el rumbo económico, un acto tan vulgar y chistoso como la celebración universal de ese día que conmemora una matanza: el infanticidio de Herodes persiguiendo al hijo de Dios.
En esa fecha, el objetivo de Peña, Caputo, Dujovne y Quintana como autor intelectual, era corregir al testigo Sturzenegger del Banco Central, que utilizaba altas tasas como disciplinador de la inflación y el tipo de cambio. Entonces, se oficializó bajar ese nivel de intereses para mejorar la actividad económica.
Ayer, para anular o suspender la corrida del dólar, el Gobierno
registró la mayor y desesperada suba de tasas que
hasta ahora había impuesto. Al revés, claro, de lo anunciado el Día de
los Inocentes, en el que los apresurados protagonistas no sabían que
estaban disfrutando, como se comprobó más tarde en las cifras, del mejor
momento de actividad económica del año. Un dislate. No estaba notificado de esa
evolución el mejor equipo de los últimos cincuenta años –según la propaganda de
la Casa Rosada– ni el propio damnificado.
Sturzenegger, horas antes de aquel episodio, había recibido un mensaje del propio Macri: “Tengo que
decirte, Federico, que el equipo (jefatura de Gabinete más adláteres) considera
que la dirección de tu política monetaria no es la correcta y la va a revisar”.
Fue una invitación al despido, aunque el Presidente tuvo la gentileza de
invitarlo a subir a su coche. Hasta había reemplazante asegurado, el ex JP
Morgan Vladimir Werning, un favorito de Quintana.
Como algunos maridos engañados, Sturzenegger se hizo el distraído,
bajó la cabeza jurando venganza y apeló a una reflexión comprensible: invertí
tanto tiempo y trabajo por Macri Presidente que no me voy a ir por esta
penetración en la autonomía del BCRA. De repente descubrió su vocación de
sumiso militante. No podía dilapidar tanto esfuerzo y tanta contribución. Hasta
se acordó de cuando le regaló al ingeniero jefe de Gobierno, para sede de la
alcaldía porteña, el formidable edificio inteligente de Parque Patricios que le
correspondía a él como titular del Banco Ciudad. Generoso con lo
ajeno, igual que a la hora de hoy para desprenderse de reservas. Confesó esta
semana, sin precisar precio ni costo: “Si tengo que vender los 60 mil millones
del BCRA para contener la corrida, lo
voy a hacer”. Hombre de fe, ahora puede decir que le ganó a Quintana al subir
las tasas por encima de las nubes y contrariar aquella forzada intromisión en
su mundo.
Finalmente venció al que no le reconoce, como tantos profesionales de la
economía, títulos ni versación. “Pero yo soy licenciado en Economía”, puede
argüir el vicejefe de Gabinete. “Sí –le replican–, pero no sos economista”. Esa
carencia, en la primera etapa del gobierno, intentó ser suplida cuando Carlos
Melconian era titular del Banco Nación: le pidieron que le diera
clases a Quintana. El mediático economista se negó, ya había tenido suficiente
docencia con Macri. Como se sabe, luego duró poco en el cargo.
Llamado a la humildad. Tampoco puede presumir Sturzenegger de sabiduría.
Perdió con la inflación, por goleada, con el peso fuerte que había anunciado, y
ni hablar de la descalificación que merece por haber asegurado que iba a
desaparecer el efectivo de las calles (hasta importó a un escandinavo con esa
recomendación).
Junto con Dujovne integran la lista de declarantes que garantizan que
“la inflación está bajando”, cuando en pocos meses la ubican en 10, la suben a
15, luego a 20 y, con la mejor buena voluntad, quizás la cierren unas décimas
debajo de la del año pasado. Si pueden.
Uno, el ministro, pretende jugar en la NBA a pesar de su estatura. Y el de la galaxia
BCRA supone poseer los bucles y la densidad capilar de Brad Pitt. Para colmo,
Dujovne aparece enredado en otros disturbios internos: Macri le ordenó explicar
ayer que fructificaba su tarea de bajar el déficit primario, una forma de
apartar versiones de su renuncia y, al mismo tiempo, revelar que entre ellos
dos había una comunicación sin interferencias de la jefatura de Gabinete. Ya
que, dicen, el ministro de Hacienda recortaba gastos pero no lo comunicaba por
temor a que Peña & Cía se los apropiara para su consumo presupuestario.
Igual, Dujovne aparece desgastado por las
miserias de las golosinas de chocoarroz que le hace pagar al Estado, al que
también obliga a solventar vino italiano y no argentino en sus recepciones a
extranjeros. Se tapa los oídos, por otra parte, cuando Carrió dice que
no lo tendría en el gabinete porque no trajo sus depósitos en el exterior.
Macri en su laberinto. Como al Presidente solo le importa contener la
avidez por los dólares que lo conmueve institucionalmente desde hace una
semana, aceptó que Sturzenegger encabezara de nuevo su política de carry trade,
justamente la misma bicicleta financiera –más cara, obvio– que enterró al
Gobierno en la incertidumbre. Un recurso efímero, expectante, casi paranormal,
para intentar domesticar una corrida que ha expuesto más la estabilidad de
Macri que la de sus funcionarios.
Hasta debe pensar que tal vez se equivocó en su terquedad por no
designar un ministro de Economía que le opacara el ego, olvidando que los
tecnócratas cosechan fama en el éxito, pero también absorben el fracaso sin
contaminar al Ejecutivo que lo designó. Quiso ser Kirchner, desplazando a
Lavagna, sin computar que al sureño le sobraba la plata por los precios de la
soja y él tiene que recurrir a limosneros profesionales porque no dispone de un
cobre.
Peor: cuando cesa como ahora el crédito externo a la Argentina, planea
una pregunta: si fue difícil gobernar viviendo de prestado, ¿cómo será
el futuro para gobernar sin asistencias? Interrogante que bien
merecían atender sus socios de la alianza, radicales y Carrió, antes de
embarrar la política tarifaria oficialista.
Ceguera partidaria mientras un rapto de lucidez, en cambio, iluminó
a Cristina: parece que decidió elegir como candidato para 2019 a Felipe
Solá en lugar de Agustín Rossi, a quien le reserva el
funerario segundo lugar del binomio. Braman de cólera los acólitos más cerriles
de la viuda, pero su determinación electoral de buenos modales busca
sacudir a la clase media que la detesta.
© Perfil
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