Por
Francisco Narla (*)
Como con el asunto de si fue antes el huevo o la
gallina, el debate de si es la televisión o el espectador está resuelto desde
hace tiempo.
Se ha discutido sobre el asunto en abundancia. Y
muchos han opinado que la programación televisiva se limita a satisfacer los
deseos de los espectadores y que, por tanto, las parrillas se ordenan en
función de los gustos del público. Sin embargo, especialmente gracias a la
preocupación por el impacto de la violencia en las frágiles mentes de los
niños, pueden encontrarse con facilidad multitud de estudios que demuestran lo
contrario; que cuanto se ve en la pantalla tiene innegables consecuencias en
las tendencias, gustos y preferencias del espectador.
En cualquier caso, tampoco hacen falta estudios de
universidades celebérrimas. Basta ver el uso de las televisiones que hacen, por
ejemplo, los gobiernos totalitarios. La torticera manipulación de los medios
públicos es una de las primeras herramientas a las que se agarran los mezquinos
cuando llegan al poder, en un sentido o en otro. Así el Sauron de tupé rubio se dedica, desde su torre oscura de Nueva York, a calificar de mentiras cualquier noticia
que no le cuadra; así el Pennywisecon el
reglamentario corte número tres acicalando su pelo negro se dedica en el
septentrión de Korea a inutilizar las mentes
de los lugareños; y así hemos vivido y vivimos en estos pagos la conversión en
cruzada santa de una locura escatológica sinsentido cuando en el cuadrante del
nordeste una troupe de convertidos a la fe
de la estrella ha usado su canal de televisión para adoctrinar a los
discípulos.
Queda claro, la televisión define al espectador y,
de hecho, se usa con ese fin. Más o menos, en mayor o menor medida, pero
innegable.
Dada esta premisa, yo, por desgracia, tengo el
descorazonador convencimiento de que, en cuanto a los libros, la literatura,
los escritores y los que nos ganamos la vida cazando historias, la televisión
ha entrado en barrena y caerá pronto en un picado irremediable.
Todos recordamos aquellos debates achispados
de Arrabal, la
sonrisa circunspecta de Moix, el anuncio vehemente de Cela sobre su capacidad
para absorber analmente una prodigiosa cantidad de agua desde una palangana, o
el monumental cabreo de Umbral porque
no se estaba hablando de su libro.
Ellos y muchos más estaban presentes en la
televisión de no hace tantos años. Lo estaban y ya no lo están, ni ellos, ni
aquellos que, con más o menos talento, hemos venido a ocupar su lugar.
Sin embargo, ahora, en ninguno de los habituales
programas de entrevistas de cualquiera de los canales se ve a escritores
hablando de sus novelas; como mucho, un puñado de ellos se gana unos pocos
garbanzos como tertulianos en programas de otra índole.
Y, salvo honrosas excepciones en canales menores y
a horarios impredecibles, hace tiempo que no se encuentra en la parrilla un programa dedicado a
los libros y a sus tareas. Algo hay, pero muy poco. Una flagrante
ironía cuando, cada vez más, las productoras acuden a la oferta de novelas para
construir los guiones de sus series.
La televisión fagocita las creaciones literarias y
saca provecho de ellas en cuanto alguna propuesta entre las estanterías de las
librerías despunta en las listas de los más vendidos. No es algo que siempre
llegue a buen puerto, por desgracia yo mismo he vivido esas ofertas que se
quedaron en agua de borrajas, pero sucede, y sucede cada vez más a menudo.
Sin embargo, no hay contrapartida. La televisión rara vez devuelve el favor.
Y yo creo que es un error.
Entiendo que algo de culpa podemos tenerla los propios
novelistas. No siempre mostramos nuestros trabajos de una forma atractiva para
el público. Basta ver buena parte de las presentaciones de novedades que se dan
en cualquier librería de cualquier ciudad cualquier día: en la mayoría de las
ocasiones se trata de actos con poca o ninguna gracia en los que nosotros, los
escritores, no logramos conectar con los asistentes porque nos hemos empeñado
en escribir lo mejor posible sin comprender que, en el presente, parece
obligatorio saber, además, cómo comunicar. Ahora bien, no creo que eso sea
excusa para que se refugien los directores de programación. En muchas ocasiones
vemos en la televisión entrevistas a cantantes o actores que tampoco demuestran
un desparpajo excesivo y cuyas respuestas carecen de interés. O las
declaraciones de la mayoría de futbolistas tras acabar un partido:
prácticamente pueden intercambiarse las de unos por las de otros e incluso
sustituirlas por las de temporadas pasadas. Casi siempre son hueras y con muy
poco atractivo.
Por eso mismo no logro comprender por qué nuestros canales cojean en cuanto a enjundia literaria.
Además, no creo que el éxito de un determinado programa venga únicamente
determinado por el contenido, sino que, en buena medida, se desprende del modo
en que dicho contenido se presenta al espectador.
Continuamente vemos cambios en las parrillas tras
el estreno de un programa que no ha funcionado, y hasta los que conocemos la
televisión desde la lejanía somos conscientes de que es un entorno duro, pero
pienso que la cadena podría intentarlo igualmente. Bastaría construir un
programa atractivo que procurase presentar los libros de un modo que conectase
con el espectador. O, al menos, intentarlo.
Porque, sin duda alguna, la literatura tiene su
público, y es amplio. Aun así, los canales se colocan de costado y persisten
con transmisiones sobre asuntos que no tienen en las redes sociales o internet
un volumen de movimientos o búsquedas tan apabullante como el mundo de los
libros.
No le sucede lo mismo a la música, o al cine. Ambos
dos son habituales en la pequeña pantalla. Pero la danza, la escultura, la pintura,
la arquitectura y, por supuesto, la literatura brillan por su ausencia.
Y eso pese a que sabemos y aceptamos que el arte,
las artes, suponen un bien que preservar y fomentar, un tesoro que mostrar al
público para que se embelese, una disciplina en la que el conocimiento suele
llevar al amor.
Por eso, sabiendo que la televisión causa un
impacto en el espectador, reconociendo que hace tiempo que los libros no ocupan un lugar destacado en la pequeña pantalla,
y deseando como país que la lectura se fomente, no entiendo porque no se le
devuelve a los escritores y a sus obras el papel relevante que tuvieron en las
programaciones de antaño.
No lo entiendo.
Con Bertín solo
coincidí en una ocasión, y después de los protocolarios saludos y el entorno
del sarao en el que andábamos los dos no logré sacarle respuesta alguna. Solo
la advertencia de que en determinados estudios me asegurase de mantener la
espalda bien pegada a la pared… Con los demás, como Motos, Griso o Quintana, no he coincidido nunca, pero a
todos ellos les digo que estaría bien que lo intentasen.
Una pena que a Milá no le
saliese bien. A mí no me gustaba mucho el formato, pero estaba encantado con
que alguien se hubiera animado a hacerlo. Una pena…
Por cierto, lo del huevo y la gallina quedó resuelto
hace tiempo; entre otros, el propio Stephen Hawking afirmó
que primero había sido el huevo. Y él también se quejaba de que en sus
entrevistas se le preguntaba poco por sus libros.
(*) Escritor
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
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