Por Javier Marías |
La editora se tomó la molestia de hacer una reconstrucción
histórica (hasta donde le fue posible) y le anunció el resultado a la
escritora: acababan viendo la luz, proporcionalmente, más textos femeninos que
masculinos. Su sorpresa fue grande cuando la feminista profesional, en vez de
alegrarse del dato y suspirar aliviada al comprobar que no en todas partes se
ninguneaba a las de su sexo, reaccionó con desagrado y le vino a decir: “Ah no,
esto no puede ser, esto no me vale”. La editora comprendió que no se había
tratado de saber la verdad, sino más bien de encontrar un motivo más para cargarse
de razón, algo con lo que fortalecer sus tesis sobre la discriminación
sistemática de la mujer, algo que contribuyera a enardecer su queja habitual,
que le permitiera afianzarse y exclamar una vez más: “¿Lo veis, lo veis?” No
recuerdo si al final la editora dio su ponencia o se cayó del cartel, al
contradecir sus conclusiones la inamovible teoría.
Hoy abundan las
personas que protestan —con justicia a menudo— de una u otra situación, pero
que por nada del mundo quieren ver mejoradas esas situaciones. Es más, lamentan
que mejoren (cuando lo hacen), porque, si eso sucede, se quedan sin objetivo en
la vida, sin lucha ni función, sin Causa, a veces sin manera de ganarse la
vida. La anécdota que acabo de relatar me vino a la memoria hace un par de
meses, al ver la gran encuesta que EL PAÍS publicó con ocasión del Día
de la Mujer. Las encuestas y las estadísticas son cualquier cosa menos fiables.
Todas están desvirtuadas desde el inicio, por: a) las preguntas que se hacen;
b) las que no se hacen; c) cómo están
formuladas las que sí (son capciosas con frecuencia y “teledirigen” las
respuestas); d) el tipo y el número de individuos interrogados; e) cómo son
presentados los resultados. EL PAÍS tituló aquel día: “Una de cada tres
españolas se ha sentido acosada sexualmente”, lo cual invitaba al lector a
llevarse las manos a la cabeza y pensar: “Qué espanto, qué bochorno, ¡una de
cada tres!” Pero cuando uno iba a mirar los diversos cuadros en detalle, veía
que la pregunta rezaba, claro: “¿Se ha sentido acosada sexualmente en algún
momento?”, dando entrada con ese verbo (“sentirse”) a la más estricta
subjetividad (hay gente más sensible y susceptible que otra). Se ofrecían
cuatro apartados para contestar: a) una vez; b) algunas veces; c) muchas veces;
d) nunca. Las que respondían “Nunca” eran en total el 63%, porcentaje que entre
las de 65 años o más (es decir, entre las que habían dispuesto de mayor tiempo
para sentirse acosadas) ascendía al 74%.
Que en un país tan
machista como ha sido España, el 63% de sus
mujeres no se hayan sentido acosadas sexualmente nunca (nunca en la vida), a mí —ustedes
perdonen—me parece una buena noticia. Y, de haber sido el encargado de
brindarla a los lectores, es lo que habría destacado porque lo habría visto
como lo más destacable, y no tanto el tercio de las acosadas, repartidas así:
una vez, el 7%; algunas, el 23%; muchas, el 2%. Todas sumadas, el 32%. Había
otra serie de preguntas subjetivas, relacionadas con “el hecho de ser mujer”. A
“La han menospreciado por el desempeño de su trabajo”, contestaba “Nunca” el
69%. A “La han menospreciado por sus opiniones y comentarios”, “Nunca” el 54%.
A “Se ha sentido juzgada por su físico o apariencia”, “Nunca” el 50% y “Muchas
veces” el 17%. A “La han tratado de intimidar”, “Nunca” el 60%. A “Le han
tratado de hacer o le han hecho tocamientos”, “Nunca” el 74% y “Muchas veces”
sólo el 2%. Etc.
Sí, España fue un
país brutal y legalmente machista. Hace poco más de cuarenta años, bajo la
repugnante dictadura, una mujer casada o menor no podía sacarse el pasaporte,
ni abrir una cuenta, ni montar una empresa, ni comprar bienes inmuebles, ni
casi trabajar, sin el permiso expreso del marido o del padre. Su adulterio
constituía un delito y podía ser denunciado, mientras que el del hombre no. Hoy
hay todavía razones de queja: la brecha salarial es la más llamativa e
intolerable, y resulta criminal que haya varones que aún se crean dueños de sus
mujeres. Pero que precisamente aquí, con ese pasado, haya porcentajes tan altos
de ellas que nunca se han sentido acosadas,
ni menospreciadas, ni intimidadas, ni han sido toqueteadas, yo diría que es
para congratularse y mirar el futuro con optimismo.
Me temo que quienes
presentaron esta encuesta a los lectores se asemejan a la feminista profesional
del principio. Si el resultado es esperanzador, si demuestra que ya se ha
operado un enorme cambio de mentalidad para bien, “no me vale”. Es un ejemplo
de lo que hoy se da en muchos campos, no sólo en este, en absoluto. Existe
demasiada gente furiosa que no quiere que nada mejore, para así poder seguir
enfurecida.
© El País (España)
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