Macri sabía que mayo
iba a ser un mes clave. Errores
propios y compartidos.
Por Roberto García |
Fue Macri quien se infligió el daño. Y, singularmente, lo
había advertido hace mucho más de un mes cuando, palabras más, palabras menos,
afirmó ante su equipo: si no tenemos buenos números económicos en mayo, el que
paga la fiesta voy a ser yo. Nada mejoró y su gobierno se cayó varios escalones
navegando entre el susto y el pánico por la corrida cambiaria. Pudo contenerse
con un cable ajeno: el Fondo Monetario Internacional.
Y la factura tan temida
de la fiesta, del Versalles de Luis XVI, dolió más que el costo dinerario. Tan
solo por una pregunta de los inversores internacionales: ¿se puede reelegir
esta administración argentina en el 2019?
Una tribulación que no estaba en los cálculos –los cándidos
extranjeros se habían tragado sin reparos la tontería oficialista de una
renovación segura cuando se lanzó prematuramente la candidatura de Macri– que
revela un vengativo bumerán: en apenas veinte días, el Gobierno extravió la
confianza política de fuertes ahorristas, también la promesa de continuar un
cambio en las costumbres populistas del país y, a disgusto, convocar al
mal gusto histórico de volver a vivir traumáticos episodios como las crisis de
Isabel, Alfonsín, Menem o De la Rúa. La Argentina papel carbónico, cíclica,
otra vez más pobre, con baja del PBI per cápita y cero crecimiento en el último
trimestre de este año, lo que probablemente se mantenga durante todo el
2019. Augurio de profesionales. Entonces, parece una entelequia hablar de
resultados electorales para esa fecha. Macri se enredó en su propia red, hora
del cilicio.
Bajo la superficie.
Como no todos ven el fin del mundo, se deberían observar otros fenómenos. Por
ejemplo, la poca explicable decisión de fondos poderosos como Templeton que han
realizado una apuesta al aceptar tasas de 20% en sus créditos en pesos cuando
se paga 40% y los activos externos, en este año, le han ganado a las Lebac en
forma estruendosa. Un misterio en el mercado. Quizas confían a largo plazo en
que las tasas tengan supremacía sobre el tipo de cambio y que el peso
argentino, en rigor, se fortalezca frente al dólar. Jugadores de ruleta o
creyentes en que las recetas del FMI, una vez concluido el acuerdo, se
aplicarán a rajatabla para adecentar el Presupuesto. Y que la crisis, en esta
ocasión, lo obligó al aterrorizado Presidente a salir de su facilista
gradualismo, a dejar las aspirinas para curar la gangrena. O a superar
demagogias como la instalación de su propia reparación histórica que cuesta
1,1% del PBI cuando Dujovne canta victoria por bajar algunos decimales del
déficit.
Esos fondos proceden, en apariencia, como si el país no
fuera a reiterar su comportamiento. Extraño el riesgo en gente que gana plata
casi sin riesgo. Tan raro como la conducta del público minorista en la última
corrida, contraria a sus actitudes de antaño. En esta ocasión, mientras trepaba
el dólar y fondos de afuera y grandes operadores escapaban por la puerta de
emergencia, en bancos y casas de cambio no se agolpaban multitudes ni se
advirtió frenesí por la cotización del minuto a minuto. Como si los ahorristas
pequeños fueran pingüinos esperando que se los fueran a comer las orcas.
Inclusive, para mayor masoquismo, hasta incrementando los depósitos en bancos, sin
temor a un corralito, a pesar de que ciertos arúspices lo anunciaban por la
tele. Quizás sea un síntoma del desconcierto que impera en el Gobierno esta
nueva actitud colectiva.
Dispuesto a firmar, desesperado, el Gobierno habrá de jurar
ante el FMI bajar el déficit este año a 2,5%, nada improbable si se cree
que Dujovne había prometido reducirlo a 2,7%.
De aquí en más.
Quedan pocos meses para hacer algo más. Sí, un desafío mayor el año próximo, en
el que el compromiso se fijaría en 1,2%, lo que significa una modificación
radical de los planes electorales de Macri y cuando se suponía –en el esquema
gradualista de la Jefatura de Gabinete– que podría expandirse más de 3 puntos
para satisfacer la clientela política antes de los comicios. Un cambio
cualitativo en números y cualitativo en estrategia: del Gobierno que hace
(obras, cordón y cuneta, aumenta planes sociales vía Stanley) al Gobierno que
ahorra pensando en el futuro de los hijos, sacrificio de hoy para grandeza del
mañana. Así se entiende la nueva mesa política del Gobierno, un elenco para
disimular daños pasados y futuros.
De paso, alguna invocación a la no dependencia del FMI –que
aportará plata al 4% y habilitará líneas gratificantes de otros organismos–, ya
que se establecerá una meta numérica, pero sin que el instituto intervenga en
la forma de lograrlo. Es decir, no habrá recomendación o exigencia sobre lo que
se debe recortar, paralizar, echar o sintetizar. Buena parte del mercado
reconocerá que, a pesar de las restricciones, garantizarse una barata
asistencia crediticia para el próximo año y medio significa una ventaja frente
a las dificultades de otros países con la amenaza de ocho subas de tasas de
interés para ese período, ya anunciadas en los Estados Unidos.
Efímero logro para el
fin de semana de Macri, disipación de la tempestad shakespereana que lo
agobiaba. Hasta que piense en el año próximo. Mientras, disimula las culpas
de su equipo a pesar de que un CEO ya habría despedido a los más ineptos. Pero
a él le gusta trabajar con los que conoce, aun con los más recién llegados:
Caputo, el más radiante, que siempre tiene una agenda de “chicas fáciles”
el sábado a la noche a la hora de pedir plata; Dujovne y sus números, al que
casi no conocía y en un momento de zozobra lo imaginó para Economía; Quintana,
al que sacó del sarcófago luego de que se retirara por su propia cuenta y
error. De los viejos, requiere aún de Sturzenegger para no bajar un centímetro
las tasas y no incluye en responsabilidades a Peña, el tutor de todos. Lo trata
como si fuera un hijo no reconocido. Finalmente, es cierto, todo ha sido obra
de Macri, incluido su perjuicio, por la sencilla razón de no proceder como
pensaba. Pareció Kirchner durante dos años y medio; no lean mis labios, vean lo
que hago. Ahora el FMI dirá si cambió.
© Perfil
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