Por James Neilson |
Y para
colmo, luego de una etapa de tranquilidad relativa en que parecía que el
presidente Mauricio Macri tenía asegurada la reelección, acaban de surgir dudas
en cuanto a su capacidad para mantener un nivel aceptable de popularidad.
El horizonte económico y político se ha cubierto de nubes
oscuras. Los peronistas, tanto los racionales como los delirantes, ya no se
sienten condenados a pasar un rato largo a la intemperie hasta que, por fin, un
gobierno de otro signo se las haya arreglado para entregarles una economía más
o menos viable. Aun cuando los más tranquilos comprendan que no les convendría
que el país sufriera una nueva catástrofe “terminal”, todos se han puesto a
aprovechar las oportunidades para anotarse puntos a costillas del oficialismo,
hablando con altanería de “errores no forzados” que ellos mismos nunca
cometerían y de lo malo que es permitir que la inflación siga su marcha
demoledora.
Una vez más, pues, se ha difundido un clima de
incertidumbre, lo que puede ser letal para cualquier proyecto oficial, en
especial uno “gradualista” que para brindar sus frutos tendría que durar varios
años, quizás décadas y que, sobre todo, necesita confianza.
Por razones conocidas, para funcionar bien la Argentina
tiene que contar con un líder “fuerte” y “carismático” que sea un muy buen
“comunicador”, ya que de otro modo no le será dado defenderse contra los
resueltos a derribarlo. ¿Macri es uno? ¿O es que su atractivo se debe a que sea
considerado un gerente eficaz al que le gusta rodearse de un “equipo”
tecnocrático y que, a diferencia de su antecesora en el cargo, es
llamativamente lacónico? Tal vez fuera comprensible que el electorado, después
de sufrir una sobredosis de elocuencia fantasiosa y autoritarismo caprichoso,
optara por probar suerte con un dirigente como Macri, pero hay señales de que
habría comenzado a aburrirse.
Al votar por la eficacia burguesa y en contra del
voluntarismo populista, la gente advirtió que, por un rato, juzgaría al
Presidente según los resultados concretos de su gestión. Fue una forma de
decirle al ganador del duelo electoral que sus intenciones, por buenas que
fueran, serían lo de menos. Puesto que el éxito o fracaso de la gestión de
Macri dependerán por completo de la evolución de la economía, no sorprende que
en las semanas últimas su imagen haya perdido brillo.
Tampoco sorprende que quienes suponen que, dadas las
circunstancias, cualquier alternativa a la continuación de Cambiemos en el
poder sería peor, hayan empezado a pensar en la posibilidad de que Macri se
conforme con un período en la Casa Rosada. Por fortuna, la coalición gobernante
cuenta con dos figuras que no se han visto excesivamente perjudicadas por la
turbulencia de las últimas semanas. Ambas han perdido algunos puntos, pero sus
imágenes respectivas siguen iluminando el gris cielo político del país.
Una es Elisa Carrió, pero por varias docenas de razones
pocos la creen la persona indicada para cumplir un rol administrativo; es una
opositora vocacional que deshace por la noche lo que hace de día, una costumbre
que haría muy emocionante una presidencia hipotética pero que también le
garantizaría un fin teatral.
Otra es la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Para
extrañeza de quienes la bautizaron “Heidi”, no tardó en mostrarse fuerte,
carismática y capaz de comunicarse con sectores del electorado que
presuntamente permanecerían inmunes a los encantos del “partido de los CEOs”.
Si bien Mariú misma se niega a considerarse un rival de Macri al que ha jurado
lealtad eterna, y es legítimo cuestionar los motivos de los afiliados del PRO y
la UCR que desde hace meses, cuando en su programa televisivo la politicóloga
Mirtha Legrand planteó la variante, la están promoviendo como una eventual
alternativa para las elecciones presidenciales del año que viene, la
especulación cauta en tal sentido no carece de significado.
En la Argentina por lo menos, lo normal es que todo
presidente procure brindar la impresión de creerse imprescindible y por lo
tanto irreemplazable, pero Macri nunca ha hablado como si se supusiera un
hombre providencial. Aunque tal actitud sería considerada elogiable en un país
parlamentario, en uno tan presidencialista como la Argentina los hay que la
toman mal. Les parece insultante; gobernar la Argentina no puede ser un
pasatiempo como el golf. Por lo demás, la sensación de que, siempre y cuando
lograra hacerlo de manera digna después de completar el mandato previsto,
abandonaría la Casa Rosada sin sentirse traicionado por el destino, sólo puede
alentar a los deseosos de encontrar un sustituto.
A partir del 10 de diciembre de 2015, el gobierno de Macri
se ha deslizado desde la “centroderecha” en que lo habían ubicado quienes ven
la política a través de cristales ideológicos hacia un lugar más cercano a la
“centroizquierda” europea. Lo han impulsado las circunstancias. Puede que dos
años y medio atrás, el ingeniero Macri hubiera preferido gobernar como un
“neoliberal” nato, pero no ignoraba que intentarlo le sería suicida. Estarían
en lo cierto los halcones ortodoxos si la Argentina fuera un modelo
computarizado como los usados por científicos, pero es un país poblado por
seres de carne y hueso con temores, esperanzas y, quisieran hacer creer,
derechos inalienables.
Asimismo, Macri no mentía cuando dijo que le sería
prioritario procurar reducir drásticamente el nivel de pobreza. No habrá sido
por sensiblería que se comprometió a hacerlo sino porque, lo mismo que aquellos
CEOs, sabía que la Argentina nunca podría erigirse nuevamente en un país líder
con la tercera parte de la población hundida en la miseria. Para alcanzar las
metas ambiciosas que el Gobierno se ha fijado, necesitaría los aportes de
muchos millones de personas que, de esforzarse, podrían desempeñar un papel
valioso en la vida nacional, como hacen sus equivalentes en Corea del Sur. Es
que hoy en día el status de los distintos países en la comunidad internacional,
se ve determinado no sólo por las hazañas de miembros de la elite sino también
por la capacidad de la población en su conjunto, es decir, de su “capital
humano”.
Así las cosas, concentrarse en mejorar las condiciones en
que viven los rezagados no es privativo de izquierdistas o populistas; antes
bien, desde el punto de vista de Macri y otros que nunca se han destacado por
su voluntad de llamar la atención a sus tiernos sentimientos solidarios, es una
cuestión de sentido común. Puede que sólo quieran disponer de una fuerza
laboral mejor capacitada para aquellos “empleos de calidad” que prometen crear,
pero si alcanzan sus objetivos los beneficios serían mil veces mayores que los
propuestos por quienes quisieron que el país se dejara dominar por militantes
rencorosos que se dedicarían a organizar protestas multitudinarias.
De todos modos, para que el proyecto actualmente liderado
por Macri de revertir la decadencia casi secular de la Argentina comience a
cobrar forma, el país tendría que someterse a una serie prolongada de cambios
grandes y chicos. Lo saben muy bien tanto los encargados del Gobierno como los
jefes más lúcidos y más honestos de la oposición peronista que, si no fuera por
los instintos competitivos que son propios del sistema democrático, estarían
colaborando con Cambiemos. Según algunos, estarían más que dispuestos a ayudar
pero Macri no los deja. ¿Es así? En parte, ya que a pesar de la convicción aparente
de quien estuviera al mando de Boca Juniors de que el Gobierno tiene que actuar
como un equipo, es evidente que no le gusta compartir el poder, razón por la
que con tanta frecuencia habla pestes de la noción de que lo que la economía
requiere es un “superministro”.
Los partidarios de un Plan B por si no se recuperara la
imagen del Presidente bien antes de octubre del año venidero, lo que haría casi
inevitable el balotaje en que tendría los vientos a favor un opositor, sea un
peronista moderado, un kirchnerista furibundo o un personaje aún desconocido
que, como Donald Trump, consiga humillar a toda la clase política tradicional,
insinúan que sería mejor que María Eugenia guiara el país a través del desierto
del ajuste que, más tarde que temprano, tendría que cruzar para llegar a la
tierra de promisión de la “normalidad”, porque a su juicio, Macri carece de las
cualidades personales precisas.
El Presidente les parece demasiado frío, demasiado
razonable, demasiado reacio a considerarse protagonista de una gesta épica. No
es que la gobernadora sea una versión menos disparatada de Cristina que pensaba
tanto en la epopeya de la que era la estrella máxima que terminó en un universo
paralelo bolivariano, sino que en opinión de sus admiradores ha resultado ser dueña
de un toque humano que, para alarma de los consustanciados con el viejo orden,
le permitiría movilizar millones de voluntades.
© Revista Noticias
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