Por Gustavo González |
Los estadounidenses lo interpretaron como la promesa de mejorar
sus condiciones económicas cotidianas, más allá de los grandes relatos
políticos, y le dieron su voto.
Para los economistas, la frase remite a que, detrás de todo, se esconde
el interés, la lógica y la necesidad económica. Entienden, con razón, que la
economía es la estructura de una sociedad sobre la que se montan luego
superestructuras legales, jurídicas y hasta culturales y religiosas.
Eso es cierto, solo que los que mueven las teclas de la economía
son los dedos de la política. Esa misma ductilidad que usaron Clinton y
Carville para llegar a la presidencia de la primera potencia mundial. La economía
es la estructura, pero la política es la que determina qué estructura se elige.
La economía. Esta semana la Argentina terminó conmovida por lo que más la suele
conmover: la disparada del dólar. Se la asocia de inmediato a tres problemas
serios: 1) corrida financiera, 2) inflación y 3) recesión. Como si le faltara
alguna dosis de dramatismo a un dólar de 23,30; el jueves pasado se cerraba con
Carrió transmitiendo en vivo desde la Casa Rosada para “llevarle tranquilidad”
a los argentinos.
En el Gobierno sostienen que ninguno de esos tres fantasmas
existe. Creen que sobre hechos reales, otros debatibles y muchos falsos, la
oposición y cierto establishment “juegan con fuego”.
Explican en privado lo mismo que en público: hay un reacomodamiento de
la divisa tras la suba de tasas en los Estados Unidos y cambios de cartera en
el mercado local, y que el Central tiene el poder de fuego para controlarlo:
“Corrida es otra cosa y, más allá de la incertidumbre que se genera, el mercado
financiero está tranquilo”.
El problema incuestionable es el de la inflación y el temor a que el
nuevo aumento del dólar vaya a los precios. Algo que, pese a lo que digan los
funcionarios, va a suceder. Y no solo por la porción de productos total o
parcialmente importados que se consumen aquí y que ahora habrá que pagar más al
convertirlos en pesos. O por los bienes dolarizados, como las propiedades y el
combustible. También por las empresas extranjeras cuyas casas centrales
seguirán pidiendo los mismos resultados en dólares que tenían previsto, más
allá de la cotización en pesos de la divisa.
En cualquier caso, será inevitable que el incremento del dólar
se traslade, en mayor o menor porcentaje, a los precios. Abril rondaría
2,5% de inflación y, con el nuevo dólar, mayo difícilmente baje del 2%.
Las mismas cifras que los Kirchner escondían y subestimaban, son un
grave problema para un Presidente que llegó prometiendo que no solo bajaría la
inflación sino que hacerlo sería fácil. No es fácil, pero sí
imprescindible para cualquier gobierno que pretenda ordenar cuentas y
darle previsibilidad a la sociedad.
El otro desafío que Macri se autoimpuso es el de terminar con el déficit
fiscal. El viernes Dujovne y Caputo celebraron que este año incluso se
superará la meta prevista, bajándolo del 3,2 al 2,7% del PBI.
Es el resultado de un ajuste en la administración pública y de la quita
de subsidios. Y la reducción de subsidios es el origen del incremento de las
tarifas de luz (560% en promedio), agua (416%) y gas (290%) aplicado desde la
asunción de Macri. Solo en este primer semestre, las subas en el transporte le
agregarán un 62% a los boletos de tren y otro 67% a los de colectivo y subte.
Estos aumentos achican el déficit, pero retroalimentan mes a mes el
proceso inflacionario y dejan en manos del Banco Central la difícil responsabilidad de,
aun así, frenar la espiral. Lo intenta, acotando la flotación libre del dólar y
sin mucha suerte. Debió vender US$ 7.500 millones de reservas en dos meses y
llevar las tasas al 40%, con el consiguiente enfriamiento de la economía. El
primer trimestre terminó con una caída del consumo del 1% con respecto al mismo
trimestre de 2017, que ya había sido frío.
El déficit y la inflación son dos problemas que los gobiernos deben
afrontar. La diferencia es que el primero afecta a casi todos los países y el
segundo a casi ninguno.
De 186 estados, hay 147 que están en rojo con sus cuentas fiscales. Casi
el 80% del total. De ellos, algo más de un tercio está igual o peor que la
Argentina.
Con la inflación, el ranking es distinto. Hay solo seis países con más
inflación que el nuestro: Venezuela, Sudán del Sur, Congo, Siria, Libia y
Sudán. Naciones cruzadas por miserias y guerras internas.
La política. La definición de que la política es el arte de lo posible, indica
como contrapartida que el arte de alcanzar objetivos imposibles no se llama
política. Puede ser magia u otra ciencia social, pero política no es.
El objetivo de Cambiemos de ordenar la economía es meritorio. La
cuestión es cómo hacerlo. ¿Será posible reducir el déficit con shock de
incrementos en tarifas y servicios, bajar la inflación a pesar de eso y
aplicando tasas del 40% y lograr, con todo, que ni la economía ni la sociedad
se enfríen?
Si una Nación se manejara como una empresa todo sería más sencillo. Lo que se gasta
nunca podría ser más de lo que ingresa, no al menos por mucho tiempo. No habría
más empleados que los necesarios ni obligación de donar dinero para que el
vecino viva mejor. Manejar un Estado es tan distinto que, por ejemplo, para
salir de las crisis recurrentes del capitalismo (y solo para eso) Keynes
recomendaba profundizar el endeudamiento y la impresión de billetes. Imagínense
si un CEO tuviera esa posibilidad.
Sería un error decir que Macri no entiende de política, por algo llegó
donde llegó, pero su especialidad es la administración privada, la elaboración
de estrategias electorales y la voluntad para estar preparado cuando la
historia lo necesitó.
Los economistas tienen que saber sumar, restar y alguna otra operación compleja. Pero los políticos son los filósofos de la economía, los que estudian las causas y efectos de esas sumas y restas.
Que Macri sea un ingeniero no significa que no pueda desarrollar una mayor
sensibilidad para entender que en la conducción de un país no hay física sin
metafísica ni matemática sin cierta épica. Y que no habrá eficiencia económica
sin eficiencia política.
Un poeta español, Antonio Machado, decía que en política solo triunfa quien
pone la vela donde sopla el aire, no quien pretende que sople el aire donde
pone la vela. Macri ganó porque supo representar a una mayoría social
que soplaba en esa dirección. Su desafío ahora es tener la sensibilidad
suficiente para hacer de la política el arte de obtener los resultados
económicos que pretende a través de un camino posible y en los tiempos
posibles.
No es algo que puedan resolver sus múltiples ministros de Economía. Es
algo que solo pueden resolver los políticos.
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