Venía escaldado el
ministro de Hacienda, pero la corrida
contra el peso le dio protagonismo. Qué
hará el FMI,
amén del “buenismo”.
Por Roberto García |
Boleto para Dujovne. Nunca imaginó, antes de ir al FMI y volver, cuando
arreciaban versiones sobre su renuncia y estaba averiado en la interna del
Gobierno –tan nervioso que le trastabillaban las palabras ante los medios–, el
rédito personal que había logrado por invitar dos meses antes a la señora
Lagarde a una cena en su casa. Nunca mejor gastado el dinero de los
contribuyentes.
Al menos para él, quien soportaba los daños de la
corrida cambiaria con pronóstico reservado hasta que Macri decidió recurrir como
solución final a la asistencia del organismo y galvanizó a su ministro de
Hacienda como figura protagónica de la negociacion. Frágil mandato: junto a
Dujovne también volaron su segundo, Galeani (quien ya dimitió al cargo por
anticipado) y Llach por el BCRA, de quien el sistema financiero no guarda la
mejor de las opiniones.
Justo es admitir que, previamente, Dujovne había logrado cierta
consideración con el Presidente cuando le garantizó reducir un
adicional de medio punto en el déficit primario; nadie sabe si por misterios de
la contabilidad creativa, no pago de proveedores o recortes verdaderos. Igual
Macri evitaba detalles: le servía la promesa para presumir y calmar a los
críticos ortodoxos de su gestión.
Salvó el pellejo Dujovne. Nadie piensa que lo cambiarán en medio de la
deliberación con el organismo internacional, al
que le sobra plata y le faltan clientes. De ahí que a Lagarde también le vino bien la opípara cena
en lo del ministro: no se vende este tipo de servicios del FMI
con avisos en los diarios. Requiere habilidad en el trato, sumisión, ungüento
en las alabanzas. Si uno desconoce estas características en Dujovne, en cambio
no las ignora en la mujer: ese rentable felpudismo está documentado por su
propia letra en cartas secretas a su ex jefe Sarkozy.
La coincidencia de intereses también exhibe interrupciones: el
FMI deseaba avalar la economía argentina luego de las elecciones del año
próximo, si es que las gana Macri. Sería un auxilio con cuatro años de
perspectiva. Al revés del acuerdo que hoy se gesta con más límites en el tiempo
y menos garantías para la política del organismo, ya que si el ingeniero no
logra hacerse reelegir, temen una lluvia ácida (otra más) sobre su historial de
asistencias. A ver si lo culpan por perderlas.
Pero Macri no puede esperar: se angustió con la corrida del dólar y las
fantasmales derivaciones, un terremoto no previsto en sus cálculos; por lo
tanto, prefiere enredarse ahora con el FMI y aguardar presuntos
resultados positivos el año próximo. Tanto lo objetaban por llegar tarde a las
medidas que en esta ocasión optó por anticiparse. Prevenir, como hace
decir a la propaganda oficial. Esa urgencia no lo favorece en la
negociación. Quizás no haya tanto dinero como requiere (de 30 mil a 20 mil
millones), aunque siempre hay complicidades para engordar la cobertura, y lo
más probable es que el tipo de acuerdo no sea diferente a los tradicionales
stand by.
Existe un manual que el FMI debe respetar,
aunque siempre encuentran resquicios (al Plan Austral, por ejemplo, le
habilitaron una suerte de control de precios que era un sacrilegio en la
entidad). Sí, tal vez le apresuren los trámites por la emergencia cambiaria y,
en lugar de dos meses, le adelanten una Carta de Intención básica con un monto
aproximado de préstamo más algunas condicionalidades. Quienes ruegan por esta
decisión suponen que entre el lunes y el martes próximos podría divulgarse el
documento. Vital balsámico para tranquilizar los mercados, frenar la velocidad
de la crisis y la eventual extensión de la corrida.
Clave doble. Restan en esta etapa crítica dos cuestiones: el cumplimiento del
compromiso y el respaldo de la oposición. Para la Argentina el último
reembolso del FMI se aplicó el día que voltearon las Torres Gemelas. Como
el país no cumplió sus compromisos, se acabó el suministro. Larga historia de
juramentos burlados. O sea que habrá baile cada tres meses, una vez formalizado
el acuerdo.
A esto debe sumarse el consentimiento opositor, ya que el entendimiento
no requiere apoyo legislativo, pero las condicionalidades a ejecutar
–previsionales, laborales, etc.– sí requerirán nuevas leyes. Existen tratativas
en ese sentido con los adversarios políticos que los fuegos de artificio no
logran distraer: el Gobierno se enfrenta con el peronismo por la cuestión
tarifaria, o viceversa, arden de cólera en el recinto por una guerra fútil,
Macri aseguró que vetaría cualquier imposición legislativa al respecto.
Mientras, casi en silencio, la oposición le habilitó el Congreso al Gobierno
para aprobar dos normas importantes en la misma jornada del reñidero (la ley de
capitales y la de competencia). Nadie habla de esta complacencia ni de
las transacciones que implican.
A su vez, los gobernadores suelen prestarse a los pedidos de Macri y
hasta Cristina ha realizado la proeza de callarse frente a la negociación con
el FMI. Por si no fuera poco, el influyente senador Pichetto hace pocos días produjo
una declaración que ningún miembro de Cambiemos se atreve siquiera a repetir.
Sostuvo que no se puede tener 10 u 11 millones de subsidiados por la asignación
universal, quizás debamos observar fenómenos de países más desarrollados, como
Finlandia, que han suprimido este tipo de plan sin controversias.
Son más fáciles de explicar estos ejercicios que otras contradicciones.
Por ejemplo, Carrió endulzando la posible llegada del FMI cuando antes
repudiaba por escrito una misión de ese organismo (visita de Anoop Singh) o el
criterio del JPMorgan, que, en un mismo día, produjo tres expresiones
diferentes: 1) El titular en la Argentina, diciendo que en la economía no pasa
nada, que está todo bien. 2) Otro portavoz desde EE.UU. vaticinando un probable
“desorden” el próximo martes con el vencimiento de las Lebac. 3) Suscribiendo
un informe en el que se aconseja invertir en Lebac y no en dólares.
Puede agrandarse la lista de un voluntariado colectivo que reitera que el FMI será bondadoso con el
país porque no desea que regrese el populismo. Olvidando que ese mismo concepto
se aplicaba en tiempos de Alfonsín, cuando el organismo iba a apoyar al
gobierno para que permaneciera la democracia y no volvieran las dictaduras.
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