Por Gustavo González |
Expertos en errar.
Los economistas también son expertos en predecir el futuro, aunque sus colegas
astrólogos creen que aciertan menos que ellos. Quizás se refieran a las predicciones
de Malthus sobre el crecimiento exponencial de la población y a su desaparición
por hambrunas. O al fin del capitalismo pronosticado por Marx. O a la ganancia
tendiente a cero de este sistema, según las proyecciones de Ricardo. Aunque
todo eso puede suceder algún día.
Es cierto que si las sociedades se guiaran por los errores
históricos de los economistas, nadie volvería a confiar en ellos. Imagínense si
recordáramos que la inmensa mayoría de los economistas no pudo predecir la
terrible crisis del 30 en los Estados Unidos ni la fabulosa recuperación posterior.
Prakash Loungani es un macroeconomista que asesora al FMI.
Tras analizar el nivel de confiabilidad de las predicciones sobre las crisis de
los años 90 y 2009, llegó a una conclusión: “El historial de fracasos a la hora
de predecir recesiones es prácticamente intachable”. También detectó que los economistas
siguen mayoritariamente una misma dirección con sus análisis. Y que, cuando esa
dirección cambia imprevistamente, los economistas cambian con ella.
Paul Samuelson, el Premio Nobel y autor del famoso manual de
economía, sostenía en ese sentido que sus pares se comportan como seis
esquimales en una cama: “De lo único que se puede estar seguro es que se dan
vuelta todos a la vez”. Lo decía Samuelson, que un año antes de la recesión estadounidense
de 1974 pronosticó… la imposibilidad de una recesión.
Más allá de la
economía. Las sociedades vuelven a confiar porque peor que un pronóstico
fallido es no tener pronóstico, perder la esperanza de que existan técnicos que
conocen el futuro y que sabrán guiarnos hacia él.
Mal que nos pese, la economía es una ciencia social, no
exacta. Es una especialidad fundamental, porque trabaja sobre la parte
estructural de una sociedad (las relaciones económicas) sobre la que luego se
construyen superestructuras jurídicas, sociales, culturales, religiosas.
Son analistas imprescindibles para ayudar a comprender lo
que pasa. Como los historiadores son intérpretes de las fuerzas intrínsecas del
pasado; los sociólogos, de los fenómenos que ocurren en una comunidad; los
filósofos, de la esencia de las cosas; o los psicólogos, del porqué hacemos lo
que hacemos.
Pero son los políticos los responsables de unir esos
saberes. Para entender qué motiva a las personas, los intereses de sus grupos
de pertenencia, la red de alianzas entre unos y otros, la lógica de las mayorías
y minorías, el devenir de la historia y el momento oportuno para hacer o dejar
de hacer.
A los políticos que les va bien luego se los llama
estadistas. En general son aquéllos que tienen la inteligencia suficiente para
reunir esos conocimientos y la humildad necesaria para entender que no llegaron
adonde están por esa inteligencia, sino por haberse preparado para estar en el
lugar justo en el que la historia los necesita.
Son los que se saben reflejo de fuerzas sociales en pugna y
de una mayoría circunstancial que lo elige como representación de sus
intereses, egoísmos y aspiraciones.
Son los capaces de entender que los otros existen. Otros que
lo construyeron a él. Otros que lo ven como encarnación del bien o del mal.
Incluso otros que quieren ocupar su lugar. No son otros peores o mejores que
él, son otros distintos.
Si hubiera que elegir una condición del buen político (más
allá de su profesión de origen) es la noción de otredad. La capacidad de ver
más allá de una cifra o un ombligo.
Keynes proponía que los economistas se consideraran a sí
mismos “como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas”.
Dejar en manos de los economistas la resolución de los
problemas económicos de un país es tan arriesgado como dejar en manos de los
dentistas la solución de los problemas de salud de un paciente. La medicina
tampoco es una ciencia exacta, pero son los médicos clínicos los más preparados
para comprender al paciente en toda su magnitud.
Un médico clínico ahí.
Cavallo sigue creyendo que fue el máximo responsable de la estabilidad económica
de los 90. En lugar de entender que fue la mano de un político como Menem (que
a su vez fue la mano de una mayoría social posmoderna y aspiracional) que le
dio apoyo y contexto.
Tampoco fue Cavallo el máximo responsable del fracaso de la
Alianza, sino un político como De la Rúa que llevaba en su ADN la debilidad de
una clase media sin el poder suficiente para, por sí sola, dotar de
gobernabilidad a sus presidentes.
Macri heredó una
economía en problemas. Nada parecido a la hecatombe de 2001 con la que a algunos
oficialistas les gusta comparar al fin del kirchnerismo, pero sí con un agudo
enfriamiento que durante el segundo gobierno de Cristina hizo rondar el PBI
entre magros –2,5 y + 2,7%, la inflación en torno al 25% y la pobreza entre el
26 y el 29%.
Dos años y medio después, esos grandes indicadores económicos
son similares. Como con los Lorenzino y Kicillof de Cristina; a los Prat-Gay,
Melconian, Sturzenegger, Quintana-Lopetegui, Caputo y Dujovne de Macri se les
exigen conocimientos de clínica médica que no traen en su formación. No
significa que un economista (o historiador, filósofo, sociólogo, psicólogo) no
pueda hacer la carrera de político, pero es otra carrera a la cual deberían
estar supeditados los conocimientos específicos.
La novedad esta semana fue dotar a Dujovne del poder de “coordinación”
sobre otras áreas económicas. El objetivo es reducir más el déficit fiscal, que
es el tema que obsesiona a los economistas y, por ende, a un gobierno que puso
en sus manos la salida de la crisis y el crecimiento del país.
La meta parece razonable, más allá de que el 80% de los
países conviven, a veces muy bien, con ese déficit. El problema no es ése, sino
la decisión de que sea un técnico el responsable de lidiar con todo lo que
viene detrás de un ajuste.
Casi como contrapeso, el Presidente aceptó el regreso a la
mesa chica de políticos como Monzó, Frigerio y Sanz. Como para mostrar que “el
mejor equipo de la historia” no solo está compuesto por CEOs y técnicos. Pero
son éstos en los que de verdad confía Macri.
Solo los ignorantes y quienes están muy lejos del poder
(Teorema de Baglini) son capaces de decir que es fácil desandar años de
estancamiento económico. Pero le toca a Macri la obligación de intentarlo.
Todavía está a tiempo de comprender que no serán los Dujovne ni algún superministro
de Economía los que le digan a él cómo hacerlo. Es al revés.
Y no es que deba conocer los resortes de cada indicador
micro y macro- económico. Eso lo hacen los dentistas. Él debe determinar el
diagnóstico, entender profundamente el estado y las necesidades del paciente y
decidir la dosis justa de remedio para salvar al paciente en lugar de matarlo.
Si la operación tiene éxito, el único responsable será él. Si fracasa, también.
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