martes, 15 de mayo de 2018

Argentina y el eterno retorno: una mirada psicológica sobre las crisis cíclicas

Por Giselle Rumeau
A esta altura de los acontecimientos, una certeza pavorosa asoma sin rodeos: la Argentina está condenada a repetir de manera inexorable su destino. Crisis políticas o financieras, crisis bancarias y de deuda, crisis inflacionarias y de todos los pelajes, retornan cada doce años de manera impiadosa a mostrarnos las fauces hasta al fondo. Basta con repasar los sacudones de los últimos 40 años para dar cuenta de esa tendencia siniestra de la que no podemos escapar.

Desde el Rodrigazo, en los 70, a la crisis de deuda y la hiperinflación, en los 80. Del costo de la convertibilidad, en los 90, y la gran crisis del 2001, a la corrupción y el estancamiento económico de los Kirchner. El final del capítulo de Cambiemos aún está por escribirse pero la volatilidad en la que quedó inmerso el país en los últimos 15 días, con la escapada del dólar, la inflación que no da tregua, la caída de la confianza en el Gobierno, y la aparición es escena del Fondo Monetario Internacional, revivió todos los fantasmas. Fue como descender a los sótanos de las pesadillas.

Los economistas podrán arracimar infinitas causas para explicar esta dolorosa tendencia cíclica: la falta de ajuste en tiempo y forma, el permanente déficit fiscal, el atraso cambiario, la incidencia de la deuda pública, el mal manejo de la política monetaria, la inseguridad jurídica y los cambios de modelos, en general dentro del peronismo, tan habituado a reciclarse al punto de las contradicciones extremas como para poder oscilar del neoliberalismo de Carlos Menem y Domingo Cavallo, al populismo de los Kirchner y al pensamiento de izquierda duro de Carlos Zannini y Axel Kicillof.

Pero eso no alcanza. Pese a las explicaciones más doctas, las situaciones penosas se repiten, sin dar el brazo a torcer. Y en lugar de reincidir con los análisis, quizá es hora de acudir a otras disciplinas para poder esclarecerlas. ¿Puede la psicología explicar esta tendencia a la repetición que padece la Argentina desde hace décadas?

En el texto Más allá del principio del placer, Sigmund Freud trabaja sobre la compulsión a la repetición. Según esta teoría, la repetición es un proceso automático de origen inconsciente por el que el sujeto se coloca en situaciones penosas y repite esas experiencias antiguas sin recordar su origen, con la creencia de que son generadas en la actualidad. Como aquello que se reprimió por intolerable siempre quiere salir a la luz, intenta retornar al presente en forma de sueños o a través de distintos síntomas en los que se repite. El trauma se olvida pero en lugar del recuerdo surge la repetición. Y así, se repite lo traumático. No se reproduce como recuerdo sino como repetición del acto y siempre se hace sin que uno se dé cuenta.

Es común escuchar a las personas que fracasan de manera persistente en sus relaciones amorosas o en aquellas que siempre llegan tarde a todos lados, culpar a los otros, al azar o a las fuerzas de las naturalezas por sus pesares. Sin embargo, quien padece esos males y dolencias no es una víctima. Si bien se vuelve a experiencias displacenteras, el sujeto en cuestión siempre encuentra algún tipo de goce inconsciente en ese malestar, algo que Freud calificó como dualismo pulsional, es decir, la existencia de pulsiones de vida y pulsiones de muerte en constante contraposición. Recién cuando ese recuerdo reprimido o trauma se hace consciente en la sesión terapéutica y se vivencia en la transferencia con el psicoanalista, deja de repetirse.

Pues bien, si la tendencia a la repetición es el síntoma de un trauma que se quiere olvidar, ¿cuál sería el trauma de la Argentina? O, mejor dicho, ¿qué queremos olvidar los argentinos, que hace que no aprendamos de los errores del pasado y repitamos las situaciones traumáticas (crisis) de manera inevitable?

De la ilusión al desencanto

Antes de pasar al diván, el politólogo Luis Tonelli resume como nadie a 3Días la esencia desoladora del ser argentino. "El trauma que queremos olvidar es, como dice el tango, "el dolor de haber sido y ya no ser", dice con su ironía de siempre. "La pobreza ha crecido en los últimos 40 años al increíble ritmo del 7% anual. Creemos que somos un país rico, y no lo somos. Al proyectar una imagen falsa de nosotros, cuando nos recuperamos después de una crisis pensamos que "esta vez sí vamos a ser el país que nos merecemos". Tras una debacle, con un país abaratado internamente por una devaluación machaza, asume el peronismo, de quien mi tía Nacha dirá que es el único que puede gobernar este despelote. Las cosas mejoran, pero el peronismo va por más, quiere la re-re reelección y entonces impone un uno a uno que nos hace sentir a los argentinos literalmente en el Primer Mundo. Todo es, obviamente, insostenible, y entonces empiezan los problemas económicos. Ahí, mi tía Nacha dirá: Es porque estos peronchos se roban todo. Conclusión: ganan las elecciones los no peronistas, pero el Titanic está ya chocado, poco pueden hacer, y el país entra de nuevo en crisis. Todos comienzan a creer de nuevo que solo el peronismo puede gobernarnos. Y así, reiniciamos el ciclo de la ilusión y el desencanto", relata de manera filosa y descarnada. Uno no sabe si reír o llorar.

Para entender la complejidad de un país que repite sufrimientos, inestabilidad y estancamientos, 3Días consultó al médico psiquiatra y psicoanalista, José Eduardo Abadi. Con una trayectoria de 45 años en el consultorio, el profesional no ve a la terapia psicoanalítica sino como el logro de que un paciente deje de repetir. "Cuando uno no puede recombinar y pensar de nuevo, y repite con modalidad anterior un problema de hoy, es porque está frente a un problema no resuelto", destaca.

Abadi cree que la Argentina sufre, en rigor, una crisis permanente, más tácita o tapada, que en determinados momentos se agudiza y genera formas aún más explosivas. Y enumera algunos problemas básicos y esenciales para trabajar en el diván:

- Pensamiento mágico: el país -dice- está tomado por el pensamiento mágico. "Existe una enorme adherencia a que las cosas sean como deseamos más que como queremos. ¿Qué significa esto? Que no ponemos en marcha el esfuerzo y la voluntad que llevan a que aquello que deseamos se pueda convertir en algo concreto y logrado, que es el querer. Entonces, el pensamiento mágico conspira porque nos deja atrapados en la ilusión -que inevitablemente lleva a la decepción- y en el paternalismo arcaico, que inevitablemente llevan al infantilismo", remarca. En el pensamiento mágico -agrega- la decepción provoca frustración, depresión y rabia. "Nos cuesta entender el esfuerzo como una lucha importante y una exigencia imprescindible. Lo vivimos como un sacrificio injusto. Y se busca culpables en otro lado".

- La negación y la desmentida: Abadi destaca que estos dos problemas muy profundos, ligados al anterior, permiten el síntoma argentino. "Sabemos una cosa y creemos otra. Lo que actuamos no es en función de lo que sabemos. Escuchamos a personas que vienen macaneando y mintiendo, lo reconocemos como tal y después las llevamos a las urnas y las votamos. Eso es porque el deseo de que las cosas sean como nos dicen y no como son le gana a nuestra capacidad de objetivar", insiste.

- Falta de normas: Abadi explica que al no tener normas, que provienen del ejercicio de la ley, no hay sanción. Y por lo tanto, no podemos tener confianza. "Sin confianza, no podemos tener una ligazón que nos una y por lo tanto no hay proyecto común", destaca.

- Ausencia de identidad colectiva: es quizá el punto más álgido del síntoma argentino. "Nos falta esa historia oficial, ese relato que nos reúna en algo que trascienda lo individual y lo partidario, algo que nos lleve a una humana trascendencia y nos unifique como ciudadanos de este país. Entonces, la ausencia de esa identidad colectiva, nos priva del empuje simultáneo hacia un mismo objetivo y nos deja estancados en partes aisladas que no logran conformarse como un territorio común", subraya.

Así como el psicoanálisis usó el mito griego como fuente argumentativa para descifrar el sentido de las manifestaciones del inconsciente, Abadi recurre a un ejemplo que involucra al espíritu del antiguo pueblo griego para reforzar el concepto de la historia común. "Cuando las legiones romanas invadieron Grecia, el emperador Octavio Augusto llama a su confidente y consejero político Cayo Mecenas para que le explique los motivos por los que esa gente no se sentía esclavizada y mantenían una autonomía que no se podía doblegar. Y Cayo Mecenas -importante impulsor de las artes- le responde: Sabe lo que pasa, Emperador. Esta gente es libre. Porque tiene un argumento que los reúne, que va más allá de la individualidad. Ellos tuvieron un poeta que les escribió La Ilíada y La Odisea, relacionada con héroes y con dioses. Es algo que los trasciende. ¿Saben lo que hizo Augusto apenas escuchó la respuesta? En lugar de enviar más legiones, le pidió a Virgilio que escriba La Eneida. Así, los romanos podían también tener el mito unificador", relata.

Abadi señala que no hay en la historia una sola situación traumática que dé origen al síntoma argentino. "Son varias pero un punto crucial se da a partir de la crisis institucional de 1930: "La ley pasa a ser destruida y la verdad comienza a ser propiedad de unos pocas que la usan en su propio beneficio".

-¿Tenemos remedio? -pregunta 3Días.

Abadi no es optimista.

"Por ahora, no. O al menos, no lo hemos encontrado. Hemos pasado de pastillita mágica en otra. Si queremos superarnos, al menos deberían darse tres condiciones: como un paciente que se quiere curar, tiene que reconocer que está enfermo, asumir un intenso trabajo y esfuerzo para poder superarlo y tener paciencia y saber que las cosas no se resuelven de un día para el otro". Algo aún difícil para la viveza criolla que nos infecta cada día.

La historia de los sacudones económicos

El economista Rodrigo Alvarez, Socio y Director de Analytica, repasó para 3Días las crisis que más golpearon en lo últimos 40 años. "Tuvimos en ese tiempo cuatro crisis de magnitud: el denominado Rodrigazo (1975), una crisis de Deuda (1982), Hiperinflación (1989) y de Convertibilidad (2001). La primera y la tercera tienen como factores determinantes la dominancia fiscal de la política monetaria con altos niveles de inflación. Los otros dos episodios están asociados a problemas de sector externo combinados con vulnerabilidades domésticas. Salvando las enormes diferencias, los problemas económicos que hoy nos acucian se asemejan más a las condiciones que originaron el segundo grupo de crisis; es decir una reversión en los flujos de financiamiento en un modelo muy vulnerable a a la falta de dólares", razona.

En esa línea, dice, acudir al Fondo Monetario Internacional es, en la memoria colectiva, una mala noticia. "Las circunstancias actuales no son comparables a los noventa, ni para la Argentina ni para el FMI, pero la huella de la última crisis sobre la conciencia del país es profunda. Es por ello que el Gobierno no sólo tendrá que lidiar con la economía sino, y fundamentalmente, con las expectativas. No alcanza con trabajar en la comunicación. Para alejar los fantasmas del pasado habrá que convencer ante todo a los principales actores argentinos que esta vez es distinto. Es clave anclar expectativas y mostrar un camino de cooperación donde todos cedan en función de interés general. Políticos, empresas, trabajadores y gobiernos deberán trabajar para minimizar los costos del ajuste, que sin duda llegará", afirma. Y concluye: "Como en el ciclo de vida de las personas, la Argentina puede alcanzar la adultez si resuelve con éxito sus crisis de la adolescencia".

© 3Días

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