El Gobierno busca
más afuera que en propia tropa a
los responsables del sube y baja del clima
social.
Por Roberto García |
Con deliberado empeño y argumentos plañideros, el Gobierno
recurre al mismo fantasma cada vez que lo sorprenden en un error público.
Dice: la oposición, el cristinismo en particular, propicia un golpe de Estado
para que Macri no concluya su mandato. Más allá de que el K residual pueda
fantasear con la alternativa de un derrumbe, el argumento oficial se ha vuelto
rancio. Esta reiteración acusatoria, encabezada por Peña y sus traductores
mediáticos, se advirtió en la semana con el bochorno por la discusión del incremento de
las tarifas públicas, cuando el oficialismo les endosó a los
peronistas in totum la voluntad de repetir el siniestro ejercicio que volteó a
Fernando de la Rúa en 2001.
No mencionaron, sin embargo, que el mayor volumen de la demanda provenía
del radicalismo y de una dama descarriada de ese partido, Elisa Carrió, motor
de la iniciativa para modificar la política tarifaria del Gobierno, más
preocupados en apariencia que el Presidente por las consecuencias sociales de los aumentos.
Confirmaban el mensaje peronista: Macri es un insensible.
Si el jefe de Gabinete trata de asustar con la comparación del penoso
derrocamiento de 2001, el desenlace y la violencia final ejecutada por los
barones del Conurbano –entre otros–, merece también incluir el rol de la UCR de entonces
como partido gobernante, su discrepancia pública con el mandatario, la exposición risueña a la que fue sometido De
la Rúa, y cierta irresponsabilidad en actos que hasta semejaron
una conspiración. Sin necesidad de comparar con el repentino brote social por
las tarifas de Carrió y la UCR –más declamado afuera que en las reuniones de
adentro–, no expresado en las audiencias públicas ni cuando se conoció el plan,
más de uno recuerda las revueltas desatadas en calles y universidades para
bloquear un modesto ajuste de la economía inspirado por el ministro López
Murphy, a quien obligaron a desalojar del gabinete. Buena parte de esos
hombres hoy merodean o acceden a la Casa Rosada y ni se detienen en aquella
anécdota desestabilizadora.
Macri aún no sabe si debe preocuparse por sus adversarios peronistas o
por la irresponsable perfidia de sus socios en la coalición. Repentinamente, en
apenas 48 horas, se le vino abajo la escenografía, incluyendo mínimas
manifestaciones callejeras en su contra sin saber si era necesario tanto
estruendo para escuchar un ruido que afectaba a todos y, seguramente, no se
calmará con la austeridad en la casa o con aquella recomendación de Chávez de
ducharse en menos de tres minutos.
Postales. Incomparable López Murphy con Aranguren: hay uno que no tiene ningún
amigo. Y si a López Murphy la UCR de Alfonsín cometió el desatino de expulsarlo
hasta del partido, en el caso de Aranguren la hostilidad es superior: el
ministro no recibe ni atiende radicales, los desprecia por incompetentes (caso
Transener, por ejemplo). Casi una repetición sepia y aburrida de
aquellos tiempos pasados en que el Gobierno revela una fisura cuyo alcance no
precisa aún la ecografía.
Un primer daño. Agravado por una segunda lesión: el oficialismo se dividió ante el
público y el peronismo unificó personería parlamentaria por primera vez en esta
administración; figuras intolerables entre sí coincidieron en votar juntas para
una frustrada sesión, no registraron asco personal Graciela Camaño y
el hijo de Kirchner, Marco Lavagna y Kicillof: todos fueron
una voz para insultar a Massot, quien detrás de un cortinado dibujaba gestos adolescentes
e irritantes contra el peronismo. También de otra época.
Como si no fueran parte de la misma empresa, Carrió y los radicales se retiraron de una cumbre con
Macri arrancándole promesas de una tarifa plana y de que los usuarios paguen
sus servicios de gas en cuotas (ni se habla de la energía
eléctrica, tan cara al corazón del Presidente, ni del agua). Es decir, que
sumen deuda personal los contribuyentes a la que terca e institucionalmente
acrecienta Luis Caputo. Un mecanismo tan temido como el de extender de treinta
a cuarenta los años para pagar las obligaciones hipotecarias. A su vez, según
la Casa Rosada vuelve a ganar el mandatario:se mantienen los aumentos a
pesar de todo, también su firmeza para eliminar los subsidios que generan
déficit, aseguran que hay un diestro capitán de barco en el medio de la
tormenta, como jura Peña. Una ingenuidad publicitaria que alguna vez se sostuvo
con Menem, De la Rúa, Duhalde o Cristina, inmodificable consejo de los Duran
Barba de turno.
Jueces. Lo cierto es que la historia sobre las tarifas no se completó aún, hay amparos en danza y una recurrencia a jueces y a la Corte Suprema para suspender los actuales incrementos basados en la desopilante e imprecisa doctrina que el mismo instituto proveyó en su momento, que vale tanto para un roto como para un descosido. Favor que el Gobierno le debe requerir a Lorenzetti cuando el equipo judicial de Macri, el de la transparencia, impulsa la posibilidad de abrirle juicio político por una catarata de denuncias de Carrió que, en su mayoría, aluden más a presuntas debilidades o ambiciones personales que a su desempeño. Por el momento, naufraga esa alternativa en el Congreso (como otra similar al resto de los miembros por el fallo del 2x1).
En la distancia, se sabe del ruinoso aporte que hizo el radicalismo para
echar a López Murphy cuando ensayaba un ahorro para equilibrar cuentas
públicas, luego encumbrar como magia a Domingo Cavallo y finalizar con la partida en helicóptero de De la Rúa.
El mismo radicalismo se pegó un tiro en el pie. Ahora, con Carrió,
despierto por una repentina conciencia social, provocó un turbión inesperado en
el Gobierno y sacude a un Macri que no entiende la diferencia entre un mundo que
lo ensalza, de la tapa deTime a las fotos con la ubicua
Lagarde, y un purgatorio local enfervorizado. Justocuando estaba convencido
de su reelección, cuando programó la campaña electoral con 22 meses de
anticipación, cuando creía conservar clase media y sumar pobres a su causa,
cuando se halagaba escuchando que era mejor político que ingeniero, se le
desploma una parte del telón de las tarifas, clave en su política económica.
Entre la multitud encuentra a miles de culpables, casi todos peronistas
desperdigados. No se sabe si mira a su entorno.
© Perfil
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