La decisión
judicial de nombrar a Barrionuevo como nuevo presidente justicialista conmovió
a una fuerza ya en crisis.
Por Roberto García |
Por culpa de un depredador político, los paquidermos empezaron a
moverse. Proponer la reelección de Macri & Cía con más de veinte meses de
anticipación, una campaña electoral más larga que la avenida Rivadavia, les
desbordó el hábitat selvático a radicales y peronistas. Quedaron retrasados,
asombrados. Entonces, unos debieron desperezarse para mejorar sus ingresos
dentro del Gobierno y, los otros, salir del sueño para intentar
regresar al Gobierno.
Aunque el numen oficialista, Jaime Duran Barba,
niega que el Presidente lanzó ese operativo y responsabiliza a los medios por
la conjetura, esa deliberada maniobra de distracción despertó a los dos
elefantes de la hibernación Walt Disney.
A socios y opositores se les impuso una agenda, quizás sin
advertir las consecuencias por meterse en otro barullo. Por la nueva
velocidad, en la misma semana una cúpula efervescente de la UCR deliberó en el
restaurante Marcello un día antes de su reunión con Macri, prometiendo reclamos
airados que luego pacíficamente olvidaron; mientras en la misma sintonía de
ebullición, la jueza Servini provocaba un revulsivo en el PJ:
ordenó su intervención designando al sindicalista Luis Barrionuevo para ese
cargo.
Se escandalizó parte del peronismo bienpensante, varios se rebelaron
contra el nominado –a quien consideran el Herminio Iglesias de otrora– pero
confían en que este martes la Cámara Electoral invalide la
decisión de la magistrada. Operaciones múltiples hasta ese día. Curioso y
típico del peronismo: la objeción es al hombre, no a la naturaleza jurídica de
la intervención.
Sorpresa y media. Servini sorprendió. En un mismo día, no solo encumbró a Barrionuevo en el PJ,
también puso entre rejas al financista Blacksley, conocido como el estafador
“Madoff” del subdesarrollo (interesante seguir la pesquisa por si alcanza a
presuntos y famosos socios). No es mujer de disponer prisiones, al menos su
carrera así lo destaca. Pero también arrastraba algún malhumor: 72 horas antes
habían complicado otra vez a su hijo, ex administrador del Consejo de
la Magistratura, en compras pasadas de ese organismo.
La intervención del partido, para alguien siempre cerca del
justicialismo –hace unos meses visitó como turista el Mausoleo de Perón en San
Vicente– se horneaba en su juzgado desde hace más de un año, requerida
inclusive por algunos que hoy se manifiestan en contra. Se presentó a los
premios Duhalde (quien esta semana debió suspender encuentro con Ricardo
Lorenzetti para hablar mal de Elisa Carrió) alentado por
una de las manos derechas de Macri, el abogado José Torello. No le alcanzó.
A su vez, Servini tentó sin éxito a Miguel Pichetto, también
a Carlos Corach; mientras el cristinismo crítico empujaba a Ginés
González García y le probaban el traje de interventor; finalmente era
un vecino de la dama en San Nicolás. No pudo ser.
Hoy quizás la jueza se asombre de la explosiva repercusión política de
su medida, ya que en otro momento nadie dijo nada cuando designó por años en el
cargo a un amigo,Ramón Ruiz, el “Pelado”, de baja figuración partidaria,
que no generó ningún tipo de observaciones. Y, en una derivación supuesta del
Derecho, el que pudo lo menos debería poder lo más. Pero le llueven reproches
de Alberto Fernández (con quien solía cruzarse en el mismo
restaurante de Puerto Madero), vaivenes de Duhalde, Rodríguez Saá y
gobernadores varios.
Alegría oficial. Mientras, en el Gobierno parecen festejar tal
decisión judicial, como lo revelaban algunos funcionarios durante los agasajos
a Mariano Rajoy. Le imputaron precio al desenlace, falta de doctrina jurídica y
hasta la influencia del radical Enrique Nosiglia para ascender
a su amigo Barrionuevo.
Tanta carga de dinamita seguramente pesará en lo que habrá de determinar este martes la dupla Corcuera-Dalla Via, otros veteranos de la Justicia como la “Chuchi”, por lo tanto no amistosos entre sí.
Barrionuevo, si atraviesa la nueva valla judicial,
modificará la conducta del PJ aplicada por la dupla Gioja-Scioli con
relación a la viuda de Kirchner, de seguidismo y subordinación manifiestos. De
ahí la rabia de ese sector político que había empezado a dominar una
estructura que despreció cuando fue gobierno.
Menos nítido se advierte el vínculo con la Casa Rosada. Si bien el
sindicalista mantuvo óptima relación con Macri y había parientes enlazados,
distintos episodios enturbiaron el trato. Al extremo de que hace pocos meses,
un familiar de Barrionuevo le sugirió una reunión conjunta al mandatario, que
derivó en una tajante respuesta: “No tengo nada contra Luis, pero mejor que
se encuentre con el ministro de Trabajo. Conmigo no tiene nada que hablar”.
Para Macri, algunos sartenazos del gremialista habían resultado
insoportables. El último: le truncó la alianza sindical que se había
armado en la CGT para voltear el triunvirato y encabezar la central
con un solo jefe. Quien paralizó la jugada en Azopardo fue el mismo
sindicalista que luego pidió la intervención del PJ para justificar a Servini: Carlos
Acuña, un recuerdo permanente en la mesita de luz del líder gastronómico.
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