Por Isabel Coixet
Me encantan los proverbios porque me hacen soñar con
aquellos que los escribieron. Me encantan los proverbios porque son
sentenciosos y pedantes y pomposos. Me encantan los proverbios porque son
misteriosos y te hacen dudar y reír y pensar. Me encantan los proverbios
absurdos, porque son los que más sentido tienen, y los sabios, porque de
primeras parecen absurdos.
Me encantan los proverbios que a veces uno cita
equivocadamente y todos asienten como si no hubiera habido error. Me encanta
que me regalen libros de proverbios y regalarlos, como ha ocurrido en mi último
cumpleaños, en el que me regalaron dos libros: uno de proverbios japoneses y
otro de chinos. Y los abro al empezar la semana al azar y me encuentro piezas
que no sé si tienen sentido, pero que mi proverbial amor a los proverbios hace
que lo tengan.
El lunes abro primero el libro japonés: «Si vences a un enemigo,
será siempre tu enemigo; si lo convences, será tu amigo». La duda me invade y,
con ella, la angustia: ¿cómo convencer al enemigo, que lo último que quiere es
ser convencido? ¿Quién es el auténtico enemigo? ¿Y si no quiero ser amiga del
enemigo?, ¿si lo único que quiero es que me deje en paz? Seguimos con los
chinos: «No intentes escapar de la inundación agarrándote a la cola de un
tigre». Aquí ya lo veo más claro: entre morir ahogado y morir devorado por un
tigre no hay mucha diferencia: tomo nota mentalmente de no acercarme a las
playas o ríos en países en los que se críe el tigre.
Seguimos el martes: «Una palabra que se escapa no se puede
atrapar»; ergo, cuando metes la pata, metes la pata. Tienen toda la razón los
sabios japoneses. Y, ahora, uno chino: «Si quieres ser dragón, debes comer
pequeñas serpientes para desayunar». O sea que ni los dragones lo tienen fácil,
especialmente los vegetarianos. Porque, además, si uno quiere ser dragón es
precisamente para no tener que tragar ni sapos ni culebras, especialmente a la
hora del desayuno.
El miércoles empieza bien: «Uno puede también rezarle a una
sardina, es cuestión de fe». Me gusta el proverbio, aunque soy mucho más
partidaria de rezarle a una anchoa, supongo que para el caso será lo mismo.
Tampoco me gustan los boquerones. Este chino es un clásico: «Cuando el sabio muestra la luna, el tonto
mira el dedo». Este siempre me ha fascinado porque pienso en él cada vez que
leo un blog de alguien que busca gazapos en las películas. Ahora, uno
japonés con el que no estoy de acuerdo: «Es de idiotas buscar peces en un
árbol». Yo puedo afirmar que a veces hay peces en los árboles o, si no los hay,
buscarlos allí igual te lleva a descubrir otras cosas, otros frutos, otras
respuestas. «La lluvia cae sobre todas las flores, ahoga a unas y hace florecer
a otras». Incuestionable: casi todo, incluido que te duren y crezcan bien las
plantas del patio, es absolutamente aleatorio. Como tantas cosas en la vida.
Como la niebla, que es imposible de espantar con un abanico.
© XLSemanal
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