Una revolución que no fue; una Francia
que
ya no existe
El 3 de mayo de 1968 se inició en Francia, una de las revueltas que marcó la memoria colectiva del mundo. |
Por Álvaro Tizón
La revuelta
fracasó, pero la ensoñación construida en torno a las barricadas del bulevar
Saint-Michel sigue emocionando al mundo.
Muchos años más
tarde, André Glucksmann, philosophe que había recorrido desde
la estricta fidelidad maoísta hasta la ortodoxia neocon, la
recordaría como la revolución que hizo todas las preguntas y no halló
ninguna de las respuestas. "En aquellos días", decía Glucksmann,
"predominaba el insólito sentimiento de que la Historia dependía de los
ciudadanos".
El jueves 3 de mayo
de 2018 se cumplen 50 años del estallido de "la rebelión que no sabemos
denominar de otra forma que por su fecha"; una insurrección celebrada,
criminalizada, mitificada o ignorada a lo largo de estas cinco décadas.
Pero volvamos a
revisar los hechos. La revuelta empezó por un asunto intrascendente, como
siempre. A mediados de aquel curso, el ministro de la Juventud, François
Missoffe, acudió a inaugurar la piscina de la Universidad de Nanterre, un
campus de extrarradio construido para descongestionar la Sorbona. Y un foco de
conflictos. Missoffe, veterano de la guerra de Indochina, fue increpado allí
por un muchacho de 23 años: "He leído su Libro Blanco, señor.
Cientos de páginas en las que no se dice ni una palabra sobre los
problemas sexuales de los jóvenes". El ministro intentó rebajar la
tensión, tomarlo a broma, pero el muchacho volvió a la carga: "Construir
este centro deportivo es un método hitleriano...".
Ese estudiante
era Daniel Cohn-Bendit, dirigente del Movimiento del 22 de Marzo y
líder mediático de una juventud que emergía como nueva clase.
Surgida de la prosperidad económica, la explosión demográfica y la emigración a
las ciudades de posguerra, la juventud que se rebelaba contra las reliquias de
la V República había vivido siempre en democracia, con un bienestar impensable
para sus padres. De Gaulle habla de Mayo del 68 como "la
revolución de los hijos de papá". Mitterrand la
llama "la revuelta de los zánganos".
El viernes 3 de
mayo, una protesta organizada por los universitarios de Nanterre concentra a
cientos de estudiantes en el patio de la Sorbona. El rector, Jean Roche, llama
a la fuerza policial para restablecer el orden. El edificio es desalojado tras
una batalla que se salda con 400 heridos.
Ese lunes,
Cohn-Bendit y otros seis "camaradas expedientados" deben comparecer
ante las autoridades académicas de la Sorbona. En torno a la universidad se han
concentrado cientos de manifestantes para demostrar su solidaridad. La marcha
termina con la ocupación del recinto y con el choque
entre los antidisturbios y cientos de estudiantes armados con palos, adoquines
y cócteles molotov. Esta vez, las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS)
se ven obligadas a replegarse. "Hicimos lo que hace un general que no
puede mantener su posición", explicaría más tarde el primer ministro,
Georges Pompidou, ausente de Francia durante buena parte de la crisis.
La jerarquía es
abolida en las aulas. Por primera vez, los alumnos evalúan a sus profesores,
les tutean y se ríen de sus aires de superioridad: "Sed
realistas...". En las calles del Barrio Latino triunfa la revolución.
Trotskistas, maoístas, libertarios y situacionistas reivindican una causa que
ya hemos olvidado.
Se organizan
mítines con oradores improvisados, interminables forums; asambleas
dedicadas a debatir la reproducción de las estructuras de poder, el papel de
los medios de comunicación o la función social del cine (el festival de Cannes
se clausura el día 18, con el apoyo de Godard, Truffaut, Malle y Lelouch).
El gran rechazo
La imaginación no
llegó al poder, pero lo puso muy nervioso. Los dirigentes de la sublevación no aspiraban a
mandar. Herbert Marcuse, teórico de la contracultura, definió las revueltas de
Mayo del 68 como "el gran rechazo": el levantamiento juvenil contra
cualquier tipo de autoridad, contra la lógica incluso.
"'Prohibido
prohibir', esa fórmula que se contradice a sí misma, ilustra el absurdo
ideológico del 68", escribía Raymond Aron, columnista del Figaro.
El 10 de mayo, tras
casi dos semanas de grandes vacaciones, el
gobierno de Pompidou ordena acabar con la insurrección en el
centro de París. Es la Noche de las barricadas: 12.000
manifestantes tratan de resistir la ofensiva de 6.300 antidisturbios. En una
entrevista radiofónica realizada a las 2 de la mañana, Cohn-Bendit advierte:
"Debemos evitar la efusión de sangre y, para ello, la policía tiene que
evacuar el Barrio Latino".
La batalla se salda
con más de 1.000 heridos, 500 detenidos, 125 vehículos destrozados.
Muchos de los que estuvieron allí aún recuerdan el paisaje de desolación de la
capital francesa. Al alba, el ministro del Interior da por cerrada la crisis:
"Las calles han quedado despejadas para el tráfico".
El final, sin
embargo, aún estaba lejos. La huelga general convocada por los
sindicatos para el día 13 fue secundada por casi 10 millones de
trabajadores, que paralizaron el país en una demostración de fuerza sin
precedentes en la historia reciente de Europa. La industria, los transportes,
la distribución de gas, electricidad y carbón, los servicios públicos y las
comunicaciones detienen su actividad. La vida del país queda en suspenso, el
vacío de poder es evidente.
El día 28, François
Mitterrand propone la formación urgente de un Gobierno provisional para sacar al
país del marasmo. "Si hace falta, asumiré esta responsabilidad",
dice. El 29 escribe una de las 1.200 cartas de amor que dirigió a Anne Pingeot
entre 1962 y 1995, en papel con membrete de la Asamblea Nacional: "Soy yo,
Anne, el que te ama; el que sonríe por la felicidad en Gordes y el silencio en
Torcello...".
De Gaulle pasa a la
ofensiva el 30 de mayo. Esa mañana cientos de miles de partidarios suyos
recorren los Campos Elíseos "en defensa de la República". A la cabeza
de la manifestación, André Malraux, ministro de Cultura, hombre de acción y
referente mundial de las letras de Francia.
Tras la gigantesca
concentración, el general se dirige al país por la radio, como en los viejos
tiempos (la televisión estaba en huelga). Su voz aún suena cansada e
inflexible. "No me retiraré. No cambiaré al primer ministro...
Francia está amenazada por la dictadura del comunismo totalitario, pero la
República no abdicará", anuncia el general, al tiempo que disuelve la
Asamblea y convoca elecciones legislativas.
Desde finales de
mayo, los trabajadores comienzan a reincorporarse a sus puestos. Los acuerdos
de Grenelle, impulsados por un prometedor secretario de Estado Jacques Chirac,
recogen una subida salarial del 10% e instituyen la semana de 40 horas. La
huelga general revolucionaria se convierte así en una huelga como las demás.
A partir de
entonces, el Gobierno ilegaliza a los grupos de extrema izquierda, prohíbe las
manifestaciones y alienta la "acción civil" contra la revuelta. Danny
el Rojo es expulsado a Alemania, el país del que había huido su
familia.
De Gaulle gana
las elecciones del miedo. Pero en 1969 se ve obligado a dimitir. El
hombre providencial, héroe de la Liberación y padre de la V República comienza
a entrar definitivamente en la Historia.
Francia no ha
vuelto a ser la misma, al menos para algunos nostálgicos. "Vivimos
con un temor permanente a olvidar el pasado -escribe Tony Judt-. Conmemoramos un mundo que hemos perdido".
Desde el final de
la Segunda Guerra Mundial, París es otra vez una fiesta y el francés, un
vehículo de la cultura universal. Sartre, Camus o Beauvoir tienen una audiencia
internacional gigantesca. La nouvelle vague impone el cine de
autor, la cámara en mano y la luz natural. Los profesores hablan de Barthes, de
Lacan... A Juliette Gréco le sigue Dalida; y a Dalida, France Gall, con
insólita popularidad.
Y Mayo del 68 es el
canto del cisne. Las imágenes en blanco y negro de Cohn-Bendit encarándose a un
agente -que estos días pueden verse en una exposición en la BNF, en París- se han convertido en representaciones
efímeras de la revolución que no fue, y vestigios de una Francia que ya no existe.
"Para mi
generación, Francia sigue siendo especial", escribe Eric Hobsbawm, otro
hombre del siglo XX. "Puedo comprender el sentido de pérdida que tienen
los franceses por la derrota de la lengua de Voltaire ante la de Franklin. Debe
ser muy duro replegarse de la hegemonía mundial a un gueto hexagonal en sólo
dos generaciones".
© El Mundo
0 comments :
Publicar un comentario