Mauricio Macri |
Mauricio Macri se propone un logro extraordinario: quiere
ser un presidente normal. En un país agobiado por las crisis catastróficas, los
discursos fundacionales y las soluciones insólitas, cree que ese camino lo hará
perdurar. La épica de Macri es alcanzar la rutina, un destino sin precedentes
inmediatos que entre nosotros tiene categoría de utopía.
Encontrar esa clave de normalidad o, al menos, convencer a
sus votantes de que la está buscando, puede ser para el Presidente la marca que
le garantice la reelección. Otros presidentes creyeron haber conseguido una
llave maestra para atender esa compulsión a perpetuarse que genera el poder en
quienes lo alcanzan.
Raúl Alfonsín se imaginó al frente de un largo ciclo
democrático, pero nunca pudo disfrutar de esa obra que siguió en construcción
luego de su precipitada salida del poder. Empezó por romper la creencia de que
el mando era un asunto solo reservado a peronistas o militares, pero él mismo
no pudo comprobarlo.
La herencia inflacionaria que recibió Carlos Menem hizo
posible que, luego de un par de planes fallidos, la convertibilidad lo hiciera
presidente durante más de 10 años. Aunque la bomba de 2001 les explotó a
Fernando de la Rúa y al propio Domingo Cavallo, Menem también fue víctima de
ese estallido. Y ya no logró volver a ser presidente.
Fue un momento fugaz, rápidamente borrado, pero en los
primeros días de su mandato Néstor Kirchner también anunció que aspiraba a que
la Argentina recuperara la normalidad perdida (como si alguna vez la hubiese
tenido). En 2007, la candidata Cristina Kirchner también prometió sacar al país
de la emergencia y normalizar el funcionamiento de las instituciones. Nunca se
acordó de cumplir.
En Macri, lograr que el país sea normal es un propósito en
sí mismo, sostenido en una primera etapa por el contraste entre la crispación
kirchnerista y el estilo calmo, casi exento de discursos, del oficialismo actual.
Ese cambio de clima es un activo intangible que ya demostró tener valor
electoral en 2017.
El contraste con el pasado parece haberlo alcanzado, al
extremo de que el Presidente nunca se vio obligado a explicar detalladamente en
qué consiste la normalidad que busca. Apenas sí algunos trazos generales que
incluyen un guiño al impulso privado, un compromiso con la eficiencia de los
servicios del Estado y una integración sin conflictos con el mundo.
Más que en el pasado, el estilo sin confrontaciones tiene un
reparo en el presente. Macri sueña con un mundo abierto a los productos
argentinos justo en el momento en el que el presidente de Estados Unidos dicta
cátedra de proteccionismo y China lo enfrenta con recursos capitalistas. Donald
Trump es el más poderoso, pero no el único protagonista global que hace del
histrionismo populista una nueva manera de reponer viejos modelos.
¿La Argentina vuelve a tener un presidente que conduce a
contramano del mundo? Macri elude esa pregunta. Su propuesta de normalidad siempre
escapa a las polémicas. Su pelea es no pelearse.
© La Nación
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