lunes, 2 de abril de 2018

"Lo no dicho" de Malvinas


Por Sergio Suppo 

"Ni Dios ni la corona de España dieron a Chile el litoral del Pacífico, la fuerza le otorgó ese acceso", dijo el lunes, en La Haya, Antonio Remiro Brotóns, el abogado de Bolivia en la Corte Internacional de Justicia. El español que representa al gobierno de Evo Morales habló, sin nombrarla, de la guerra (1879-1883) en la que Chile ganó más de 140.000 kilómetros cuadrados y convirtió a su vecino en un país mediterráneo. Bolivia hizo de su reclamo a Chile una causa nacional desde aquellos años.

Un siglo después de la Guerra del Salitre, en Malvinas, los argentinos también comprobamos lo dolorosas, diversas y perennes que son las huellas de una guerra.

El almanaque concentra en apenas nueve días las fechas del principio y del comienzo del final de la última dictadura. La singular afición argentina a convertir a las desgracias en feriados une en una semana extendida el 24 de marzo con el 2 de abril. Cada año, las emociones que abrigan el valor, la entrega y la muerte de los soldados argentinos transforman la evocación del desembarco. La identificación de 90 combatientes en el cementerio de Darwin y la visita de sus familiares agregaron otro capítulo a esas sensaciones conmovedoras.

Más fría, menos atravesada por sentimientos y pasiones, es la posibilidad de recuperar las islas. La lenta y persistente construcción diplomática tejida durante décadas, gobierno a gobierno, se derrumbó en aquel otoño de 1982. Fuertemente influido por la Armada, perturbado por veleidades de entrar en la historia como un héroe, pero también acorralado por las crecientes debilidades políticas y económicas de la dictadura, Leopoldo Galtieri jugó la ficha de la ocupación de las islas con la temeridad de un apostador compulsivo. Consumó así el deseo guerrero de sus camaradas que Juan Pablo II había sofocado en la Navidad de 1978, cuando una guerra con Chile parecía inevitable.

La derrota de Malvinas tuvo una consecuencia inmediata pero perdurable. Galtieri perdió la guerra y el poder al mismo tiempo. Y la Argentina recuperó la democracia al año siguiente. Hay otra secuela oculta detrás de nuestros sentimientos de culpa y agradecimiento hacia los veteranos de guerra. Los psicólogos denominan "lo no dicho" a lo que todos saben o intuyen, pero no se atreven a nombrar. Ese "no dicho" de todo un país es que la posibilidad de recuperar las Malvinas se alejó por muchos años. Tomarlas por las armas fue imposible y, después de la guerra, recuperarlas en una negociación no figura en ningún cálculo.

Una nueva generación de isleños no oculta un desprecio hacia la Argentina que sus padres no tenían antes de 1982. Una zona de exclusión, con la explotación pesquera, le sirve como sustento. Y una base militar tiene más personal que la población civil. Durante este mismo tiempo, los gobiernos argentinos pasaron del shock posbélico al recurso del "paraguas diplomático" y la "seducción", para atravesar por discursos agresivos que alimentaron el rencor de los kelpers.

Nadie lo dice, pero todos lo sabemos. Solo hay algo peor que una guerra: perderla.

© La Nación

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