Por Julio María Sanguinetti (*) |
También el divorcio es el fracaso de un matrimonio. Pero
¿hay que resignarse a que una unión que ha perdido sentido, deba sostenerse
formalmente y actúe como una prisión para esos cónyuges cuya voluntad común ha
desaparecido?
Quien por razones éticas no acepta el aborto, no está
obligado a practicarlo. Como quien cree que el matrimonio es indisoluble, no
tiene por qué divorciarse aunque la ley lo autorice. Ese es el punto: la ley
puede despenalizar, abrir una posibilidad para quien no encuentra otro mejor
camino en la vida. No se trata de hacer la apología del aborto. A la inversa,
una sana y clara educación sexual, la información sobre los métodos
anticonceptivos hoy disponibles sin riesgo alguno permitirían que el fenómeno
desapareciera. Desgraciadamente no es así, sea por razones de cultura o aun
religiosas, que rechazan esos métodos anticonceptivos y agitando tabúes sobre
la sexualidad, terminan fomentando la práctica abortiva clandestina, riesgosa
para la salud de la mujer y particularmente penosa por el ambiente que la
rodea.
El hecho es que, más allá de prohibiciones, legales o
religiosas, el aborto existe. ¿Miramos para otro lado? ¿No asumimos que las
mujeres más pobres y menos informadas quedan condenadas a una asistencia
deficiente? Se trata de una situación siempre angustiosa, siempre psicológicamente
severa. ¿Le añadimos la condenación penal, para agravar el sufrimiento?
La idea de que supone segar una vida no se sostiene cuando
estamos ante embriones de menos de 12 semanas, que carecen de un mínimo de
existencia neurológica, que es el factor hoy considerado también para
establecer la muerte. Todo plazo, por cierto, es convencional, pero con uno tan
exiguo se está ante el hecho científico incontrovertible de que no hay una
persona autónoma. Hay una potencialidad de vida, pero no una vida. Como puede
serlo un óvulo fecundado in vitro. Hay una semilla, pero no un fruto.
Por esa razón, la mayoría de los países occidentales han
despenalizado el aborto. España lo autoriza hasta las 14 semanas en forma
libre. El Reino Unidos lo hizo mucho antes y hasta las 24 semanas. En Alemania,
en Francia desde la ley Weill y los Países Bajos, está despenalizado.
En el terreno moral, ha ido abriéndose paso,
progresivamente, la dirección más liberal, que reconoce la voluntad de la
mujer. Para los moralistas protestantes, en general, solo hay persona desde el
nacimiento, "umbral decisivo" de la vida. Para el rector de la Gran
Mezquita de París es lo mismo desde el ángulo musulmán. Entre los católicos
predomina la actitud prohibitiva de la autoridad eclesiástica, pero también hay
voces discrepantes, sustentadas en la teología, cuando nos encontramos con que
nada menos que Santo Tomás de Aquino también sostenía que solo hay una persona
humana al adquirir madurez el embrión.
En el plano jurídico, en general, las legislaciones civiles
consideran que existe una persona, titular de derechos y obligaciones, luego
del nacimiento. Es verdad que el Pacto de San José de Costa Rica establece que
"en general" se procura la protección de la vida humana desde su
concepción. Y está bien que así se diga, porque ese es el principio general,
pero sin absolutismo, aceptando las excepciones que "en particular"
se consideren sustentables. Por eso mismo, a renglón seguido, el Pacto reconoce
la legítima defensa (que despenaliza el homicidio) y la jurisprudencia
interamericana, interpretándolo, se ha negado a controvertir la legislación
liberal en materia de aborto. Criterio que también predomina en Europa, como lo
ha establecido la Corte de Casación de Francia, que rotundamente afirma que
solo existe una persona cuando se ha producido el nacimiento y una primera
respiración (sentencia del 25 de junio de 2003).
En un plano más amplio, no se puede dejar de atender el
valor de persona de la mujer y su libre albedrío. No es un simple instrumento
de reproducción. Si quedó embaraza contra su deseo, si siente que no tiene la
posibilidad de una maternidad responsable, ¿ha de imponérsela,condenándola a
ella y a su hijo a una existencia precaria? La maternidad es algo demasiado
elevado, individual y socialmente, como para que se la reduzca a un acto de
resignación, privándola de su ánimo sustancial, que es la alegría, el amor y la
voluntad de procrear y criar.
Asumimos que es un tema complejo, que puede ser mirado desde
muchos ángulos. Pero que ha de discutirse con respeto y serenidad. En Uruguay
vivimos una larga tramitación legal, hasta que en 2012 se legalizó el aborto.
Sus números no van más allá de lo que ya venía ocurriendo (unos 9000 al año),
pero sin ninguna consecuencia fatal, porque el procedimiento es asumido por la
autoridad pública, con las mayores garantías. Se ha aceptado incluso la
excepción de conciencia para los médicos que no desean atender esos casos. De
este modo, la ley reconoce una libertad y a nadie impone aquello que va contra
sus convicciones. ¿No es esa la esencia de la sociedad democrática?
(*) Expresidente de Uruguay
© La Nación
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