Por Jorge Fernández Díaz |
Mediante este chantaje eficaz, según el cual
quienes objetan aquellas "ejecuciones revolucionarias" están a favor
de "la teoría de los dos demonios" y necesariamente trabajan para los
genocidas, resulta que los terroristas deben ser evocados como jóvenes
inocentes, lúcidos y democráticos, y Perón debe ser despegado de la salvaje
persecución de "izquierdistas" que ordenó desde el poder, de los
atentados perpetrados por la Juventud Sindical que actuaba bajo su inspiración
y de las organizaciones paraestatales de represión ilegal que montó su
gobierno. Durante los últimos actos del 24 de Marzo, quienes jamás pidieron
perdón por sus aberraciones, quienes practicaron como soldados el terrorismo en
democracia y después se refugiaron como pacifistas en los organismos de
derechos humanos, celebraron una nueva misa laica y declararon su autoamnistía.
Borrón y cuenta nueva, compañeros; teníamos razón en la lucha armada y no vamos
a andar pisándonos el poncho, ni a darle pasto a las fieras. Somos buenos, nosotros
somos buenos, y la "contradicción fundamental" consiste ahora en
olvidar los pecados y divergencias, y unirnos para combatir al partido del
"antipueblo", reencarnación actual de aquel despotismo sangriento. El
"Nunca más" se ha transformado así en un libraco inútil y sospechoso,
y campea en nuestro país un nuevo pacto de impunidad para quienes no quieren
dar cuenta de sus actos ya no solo ante los tribunales, ni siquiera ante el
juicio de la Historia.
En un momento de esa ceremonia escalofriante, los oradores
aseguraron defender "la política como herramienta de transformación de la
realidad". Sin embargo, enumeraron enseguida facciones que son
precisamente la negación del Estado de derecho y la consagración de la
antipolítica, y lo hicieron con orgullo reivindicativo: Montoneros, FAP, FAL y
ERP. Figura en esa antología patriótica el Partido Comunista, que no fue
mencionado en la lista de los colaboracionistas del régimen militar, siendo que
los soviéticos y su sucursal argentina establecieron una provechosa alianza
comercial con Videla. También se soslayó que la cúpula montonera, creyendo que
venía una especie de Lanusse y no el nefasto almirante Massera y sus pistoleros
y torturadores, anhelaba el golpe castrense, alarmada e incómoda por la cacería
que el propio peronismo ortodoxo había desatado contra ella. Y por supuesto, se
ha omitido que los trostkistas revolucionarios tenían el mismo anhelo y
pugnaban por apurar y agudizar las contradicciones; porque ya se sabe: cuanto
peor, mejor.
Para entender la gravedad simbólica e institucional que
implica rehabilitar de manera heroica y con adulteraciones grotescas aquellas
aventuras a puro gatillo y trotyl, solo habría que imaginar qué ocurriría si en
España se realizara hoy un acto celebratorio de la ETA o en Colombia se
organizara una marcha para ensalzar la lucha de las FARC, cuyos dirigentes han
tenido al menos la honestidad de pedirles disculpas a sus víctimas por los
secuestros y masacres. Aquí nadie se arrepiente y a nadie le importa nada;
cunden la cobardía, la hipocresía y la indiferencia entre la clase dirigente
(cuando no directamente el analfabetismo histórico), y una parte relevante de
la intelectualidad actúa por acción o por omisión como facilitadora de este
peligroso fraude convertido en doctrina. Porque si bien es verdad que cuanto
más se achica un grupo más se radicaliza, y que por lo tanto estos discursos
son ignorados por su pequeñez sectaria, no es menos cierto que ese
"relato" penetra en algunas aulas con fuerza pedagógica. Militantes
de este gran camelo son invitados por centros de estudiantes para bajar línea
en las escuelas, y docentes agremiados divulgan la historia amañada bajo la
aquiescencia de directores y de progenitores acojonados por el clima general, o
con la mirada complaciente de esos otros padres que integran el orgulloso
"Progresismo 4x4" de los barrios más paquetes. No se trata únicamente
de manipular la memoria, sino de transmitir la ocurrencia de que vivimos en la
actualidad bajo un nuevo orden represor. Que como a Maldonado, a cualquiera lo
pueden eliminar del mapa. Nadie explica el monumental montaje político que se
armó con ese drama, y entonces se suceden anécdotas como las que sufrió
recientemente un amigo; su nieta de seis años llegó temblando del colegio, su
madre la abrazó y le preguntó por qué estaba angustiada, y la nena le dijo:
"Tengo miedo de que me desaparezcan". Seis años.
No solo es necesario ocultar los homicidios setentistas y
disfrazar a los guerrilleros de algo que nunca fueron (demócratas), sino que es
preciso vincular el más tenebroso gobierno de facto con un simple gobierno
constitucional. El pasado con el presente. Y esa jugada se puede observar en el
documento del 24: su propósito fue demonizar a Macri y convertir a los presos
comunes de la política en presos políticos de una nueva tiranía. Ellos no son
entonces los grandes corruptos que le robaron al pueblo, sino abnegados
militantes del campo popular que están siendo proscriptos. En ese texto se
lamenta que no hayan ido a la cárcel los directores de los principales diarios,
y se sigue acusando a los periodistas de las peores calamidades. Denuncian lo
que callaban con Cristina (la penosa situación de las cárceles), mencionan
razonablemente el asunto Chocobar (un error político del Presidente) y gritan
"basta de matar", pero hacen la vista gorda con los pobres que
asesinan en las calles esos mismos delincuentes prohijados por su abolicionismo
jurídico. Y se mantienen, obviamente, solidarios con Venezuela, brillante
laboratorio de su propio fracaso. Cualquiera, sin embargo, puede acordar con
ellos en que la muerte de Nahuel Rafael es todavía una mancha y una duda,
aunque parece que ya se olvidaron de las múltiples víctimas de violencia
institucional ocurridas durante "la década ganada" -hechos aún
impunes-, y naturalmente del escandaloso encubrimiento por la muerte del fiscal
Nisman, cuyos principales sospechosos se encuentran dentro de su propia tropa.
La opinión que Graciela Fernández Meijide, en nombre de la
ley y contra toda medida que implique comerse al caníbal aun en el extremo caso
de Astiz (con cáncer y con pedido de prisión domiciliaria), mereció no solo
insultos antes y después del acto, sino hasta la orden de hostigarla por parte
de algunos exmontoneros. A este articulista, como también a cualquier miembro
del Club Político Argentino, le repugnan los criminales de lesa humanidad
(mantengo por Astiz la misma simpatía que por una cucaracha voladora), y
desearía que los beneficios que los asisten a él o a cualquiera de sus socios
sean lo más restrictivos posibles. Pero el ataque a Graciela fue una
demostración más de que este colectivo que acaba de autoamnistiarse no tolera
disidencias ni acepta el acuerdo democrático. No tienen por qué aceptarlo; en
realidad nunca creyeron en él. Siempre fueron fascistas de izquierda. Pero
fascistas al fin.
© La Nación
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