Por Gustavo González |
La batalla contra el déficit fiscal es una expresión de sectores que
siempre entendieron que no hay Estado (ni empresa ni hogar) viable con egresos
que superen siempre los ingresos. Y están convencidos de que las tarifas
hipersubsidiadas del kirchnerismo fueron una de las causas que abonaron ese
déficit y que, incluso, son injustas porque subsidiaban a sectores medios y
altos que no lo necesitaban.
Esas voces suelen provenir del mundo empresario, siguen el manual del
buen gerenciador privado y saben, además, que no habría inversiones energéticas
sin tarifas rentables.
El PRO expresa mejor a ese sector (proviene de allí) que a las clases
medias-medias. No es casual que quienes reclamaron ante Macri por los aumentos
de tarifas hayan sido sus socios radicales y Carrió, que reflejan a ese
electorado. Tampoco es casual que las encuestas que se publican en esta edición
muestren tal descontento.
El Macri peronista. Sin contar los incrementos que ya se anunciaron, en
dos años la electricidad lleva una suba promedio del 560%, el agua del 330% y
el gas del 220%. Es evidente que la palabra “gradualismo” no representa lo
mismo para todos.
Son aumentos que impactan en la sociedad en general, pero en especial en ese amplio abanico medio de argentinos cuyos sueldos desde 2015 subieron alrededor del 70%.
Son aumentos que impactan en la sociedad en general, pero en especial en ese amplio abanico medio de argentinos cuyos sueldos desde 2015 subieron alrededor del 70%.
Quienes económicamente están por encima de ellos tendrán más
posibilidades de afrontarlo. Quienes son más pobres ya estaban en
problemas, pero al menos podrán recurrir a las tarifas sociales para
aminorar el daño.
Es sobre estos últimos que el macrismo se muestra más interesado en
actuar. Porque, según dice, son quienes más lo necesitan. Y porque supone que,
cuando pase la tormenta de las tarifas, el voto de esa clase media que tiene
inoculado el gen anti K seguirá siéndole fiel. En cambio, el voto de
los sectores populares, históricamente peronista pero ahora con ánimo de probar
otras fórmulas, es un objetivo tan difícil como tentador, por la
importancia que tiene para ganar elecciones y para gobernar.
Uno de los voceros radicales de Cambiemos explica con cierto celo: “El macrismo parece más interesado en acercarse al peronismo que en cuidar su base electoral de clase media”.
No es nuevo. Desde que Macri llegó al gobierno porteño ha trabajado
políticamente sobre los sectores más humildes, base histórica del peronismo
(junto con los sectores altos que mutaron con el tiempo, industriales,
exportadores y financieros).
Mal que les pese a sus socios radicales, la tendencia natural de Macri
es hacia el peronismo. Apoyó a Menem y comandó el club más peronista de la
Argentina. Esa combinación de celebridad empresaria (y de revistas del corazón)
con la de exitoso presidente de Boca le facilitó el acceso y el conocimiento en
la base peronista.
La evolución del voto macrista en la Capital, su lugar de origen,
muestra el crecimiento paulatino en todos los barrios del sur, incluyendo sus
villas. En octubre pasado, ese voto volvió a crecer, alcanzando entre el 41% y
el 47%.
No pasa lo mismo en la Villa 31, de Retiro. Allí el oficialismo sigue
perdiendo. Parece extraño, dado que es el barrio donde más invirtió. Cerca
de Rodríguez Larreta lo atribuyen a que es un barrio muy politizado, con una
presencia de décadas del peronismo y un alto índice de extranjeros y de
argentinos que viven ahí, pero no votan: “La urbanización de la 31 no nos trajo
rédito electoral. Al contrario, hay ciertos sectores molestos, de clase media y
alta, que hubieran preferido una solución distinta, como la erradicación. Algo
en lo que nosotros nunca creímos”.
El crecimiento electoral sí se vio en los barrios peronistas del
Conurbano. Pasó de ganar solo en Vicente López, San Isidro, Morón y Tres de
Febrero a sumar en 2017 a Lanús, Ituzaingó, San Miguel, San Martín, Pilar y San
Fernando. Y a subir entre seis y ocho puntos en distritos como Avellaneda,
Esteban Echeverría, Merlo y Ezeiza. Con el agregado de que la competencia se
dio entre Bullrich y la carta más fuerte del peronismo, Cristina. En el
interior del país se repiten ejemplos de ese incremento en zonas donde solía
predominar el voto peronista.
¿Para quién gobierna? Tras las elecciones, el laboratorio PRO diseccionó
los resultados y comprobó lo imaginable: si se toman las líneas de construcción
de las obras públicas, los votos de quienes viven a un kilómetro de distancia a
uno y otro lado de cada obra (cloacas, rutas, tendidos eléctricos), se habían
inclinado por Cambiemos. “No lo hacemos por eso –responde una de las espadas de
la gobernadora Vidal, veterano macrista de pasado peronista–, pero sabemos que
es una consecuencia esperable. Cuando preguntamos si se considera que se están
haciendo obras, alrededor de un 90% de los encuestados dice que sí. Cuando se
pregunta lo mismo en el electorado kirchnerista, el 60% responde que sí. O sea,
aun ahí se reconoce mayoritariamente el alto nivel de obras”.
Los estrategas electorales del oficialismo están convencidos de
que tienen un electorado medianamente cautivo en sectores altos y
medios, y que su objetivo para las presidenciales es seguir creciendo en la
base social del peronismo. Ya no lo harán con acuerdos dirigenciales como los
que sellaron con los intendentes peronistas de Azul, San Miguel y San Nicolás
en la provincia de Buenos Aires. Tras dos elecciones generales ganadas, el
macrismo se siente con más poder que al principio. Hoy, su objetivo es mantener
dividido al PJ y capturar una porción mayor de sus antiguos votantes.
Un funcionario porteño, clave en la relación del PRO con los movimientos
sociales, apunta una conclusión de su experiencia cotidiana: “En los
sectores humildes, la grieta no existe. Ahí nosotros trabajamos a
diario y sin problemas con dirigentes de base y peronistas. En esos barrios lo
único que se pretende son soluciones, no importa de qué partido provengan”.
Está clara la obsesión macrista por sacarse de encima la etiqueta de
gobernar para los ricos. Cada mes le encomiendan a una de las encuestadoras más
importantes una consulta a nivel nacional. “¿Para quién trabaja el gobierno de
Mauricio Macri?” es la pregunta, y dos son las respuestas posibles: para los
ricos o para todos, además del no sabe/no contesta.
Hace unos días llegaron los resultados de marzo. La mala noticia fue que
el porcentaje de quienes ven una administración prorricos es alto. La buena,
que en el último año ese porcentaje bajó nueve puntos: pasó del 52% al 43%,
mientras que quienes consideran que gobierna para todos ahora representan el
47% frente al 40% de hace un año.
Reclamo policlasista. La guerra por las tarifas conmueve al
entramado socioeconómico de Cambiemos. Unos piden que vaya aún más rápido en la
quita de subsidios y en la reducción del déficit. Los del medio piden piedad,
aunque se consuelan cuando ven que del otro lado, en la marcha de las velas, la
alternativa sería Pablo Moyano y Luis D’Elía. Los de más abajo se aferran a las
tarifas sociales, a los planes de ayuda y al milagro de subsistir cada mes, con
la esperanza de que la baja en el índice de desempleo y de pobreza registrada
en las últimas mediciones también les llegue a ellos.
Haber penetrado en los distintos estratos sociales le dio a este
gobierno la gobernabilidad que no tuvieron las administraciones no peronistas que se
apoyaban fundamentalmente en los sectores medios. Esa es su fortaleza, aunque
le genere ruidos internos.
Nada será tan grave para el macrismo si logra terminar su mandato
resolviendo un reclamo policlasista: acercar la inflación a un dígito sin
enfriar más el consumo. Y todo será traumático si no lo consigue.
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