Por Carlos Gabetta (*) |
La derecha liberal entiende esta última posibilidad como la
prolongación lógica de un populismo que se adjudicó otro nombre. Por su parte,
ciertas izquierdas devenidas populistas se regocijan, ya que emparentan a la
Revolución con procesos como el peronismo o el chavismo.
Todos dejan lado la breve historia y los resultados del
proceso cubano. Fidel Castro intentó al principio algo así como un gobierno
nacional-progresista burgués. No quedaba claro si llamaría a elecciones, pero
en cualquier caso, no se había pronunciado por el marxismo-leninismo. Y
entonces vinieron los sabotajes, el bloqueo económico y político estadounidense
y, en abril de 1961, la invasión militar de Bahía de los Cochinos.
Cuando John Kennedy firmó el decreto 3.447 (el 3-2-62), Cuba
se encontró de la noche a la mañana sin ningún lazo económico, financiero o
comercial con la potencia que absorbía el 71% de sus exportaciones y proveía el
64% de sus importaciones, a lo que hay que agregar la dependencia financiera y
tecnológica y el éxodo de profesionales, que la dejó convertida en un páramo
premoderno. Todo esto dio entonces razón a Ernesto Guevara y precipitó a Cuba
en brazos de la URSS y su sistema.
Luego, el derrumbe de la URSS y los países de su órbita
produjo un colapso semejante: el 83% del comercio cubano se realizaba con esos
países, en condiciones de equidad que la propaganda mundial llamaba “de favor”, ya que así se enmascaraba
la inequidad capitalista entre países ricos y pobres, grandes y chicos. Por
ejemplo, Cuba recibía de la ex RDA 22 mil toneladas anuales de leche en polvo,
a cambio de una cantidad equivalente de levadura torula, producida a partir de
la melaza de azúcar, para la alimentación animal. Convertida en leche fluida,
esa importación cubana representaba casi la mitad del consumo nacional.
Hoy, en casi todo el mundo solo se ven los defectos de la
experiencia cubana, los mismos que llevaron al fracaso del modelo soviético, ya
que el socialismo sin libertad se mostró al cabo como un sistema económica y
políticamente inoperante. Pero con todo, ese “socialismo” logró indudables
beneficios sociales para los trabajadores y sectores populares postergados;
progresos en el desarrollo industrial y, sobre todo, culturales: alfabetización
masiva, educación superior, ciencia, tecnología. Esto se ve ahora, después de
la caída de la URSS, en todos los países que adoptaron el modelo: Rusia no es
ya el país atrasado de la época de los zares, sino una potencia mundial. Lo
mismo, salvando distancias y proporciones, puede decirse de China y Vietnam y
podrá decirse de Cuba cuando esta experiencia acabe, de un modo u otro.
En esto, el “socialismo real” se diferencia del populismo,
que lleva a un callejón económico sin salida similar –aunque por razones muy
distintas– pero, además, deja a la sociedad en retroceso institucional,
educativo y cultural. La Revolución Cubana no tuvo opción; los populismos
fracasan con su propia receta.
Si Cuba emprende el camino populista, es posible que acabe
en el caos argentino y muchos cubanos imitando a los desesperados venezolanos
que huyen de su país en busca de caridad, o algo así. Pero los cubanos irían en
busca de un puesto de trabajo, en muchos casos profesional, que les permita
ejercer sus capacidades y labrarse un porvenir.
Otra cosa es que lo encuentren, tal como va hoy el
capitalismo mundial.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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