lunes, 16 de abril de 2018

DEFECTOS CUBANOS / De ‘socialismo real’ y populismos

Por Carlos Gabetta (*)
El inminente reemplazo de Raúl Castro al frente de la Revolución Cubana torna a suscitar especulaciones sobre el futuro de ese proceso. Todo es posible, desde la continuidad del régimen de partido único y una conversión total al capitalismo a la manera rusa, china o vietnamita –ya en camino– hasta un llamado a elecciones abiertas y el reingreso de la isla al sistema democrático liberal, con la variante intermedia de una deriva populista antirrepublicana, clientelista y ultracorrupta, a la argentina o venezolana.

La derecha liberal entiende esta última posibilidad como la prolongación lógica de un populismo que se adjudicó otro nombre. Por su parte, ciertas izquierdas devenidas populistas se regocijan, ya que emparentan a la Revolución con procesos como el peronismo o el chavismo.

Todos dejan lado la breve historia y los resultados del proceso cubano. Fidel Castro intentó al principio algo así como un gobierno nacional-progresista burgués. No quedaba claro si llamaría a elecciones, pero en cualquier caso, no se había pronunciado por el marxismo-leninismo. Y entonces vinieron los sabotajes, el bloqueo económico y político estadounidense y, en abril de 1961, la invasión militar de Bahía de los Cochinos.

Cuando John Kennedy firmó el decreto 3.447 (el 3-2-62), Cuba se encontró de la noche a la mañana sin ningún lazo económico, financiero o comercial con la potencia que absorbía el 71% de sus exportaciones y proveía el 64% de sus importaciones, a lo que hay que agregar la dependencia financiera y tecnológica y el éxodo de profesionales, que la dejó convertida en un páramo premoderno. Todo esto dio entonces razón a Ernesto Guevara y precipitó a Cuba en brazos de la URSS y su sistema.

Luego, el derrumbe de la URSS y los países de su órbita produjo un colapso semejante: el 83% del comercio cubano se realizaba con esos países, en condiciones de equidad que la propaganda mundial  llamaba “de favor”, ya que así se enmascaraba la inequidad capitalista entre países ricos y pobres, grandes y chicos. Por ejemplo, Cuba recibía de la ex RDA 22 mil toneladas anuales de leche en polvo, a cambio de una cantidad equivalente de levadura torula, producida a partir de la melaza de azúcar, para la alimentación animal. Convertida en leche fluida, esa importación cubana representaba casi la mitad del consumo nacional.

Hoy, en casi todo el mundo solo se ven los defectos de la experiencia cubana, los mismos que llevaron al fracaso del modelo soviético, ya que el socialismo sin libertad se mostró al cabo como un sistema económica y políticamente inoperante. Pero con todo, ese “socialismo” logró indudables beneficios sociales para los trabajadores y sectores populares postergados; progresos en el desarrollo industrial y, sobre todo, culturales: alfabetización masiva, educación superior, ciencia, tecnología. Esto se ve ahora, después de la caída de la URSS, en todos los países que adoptaron el modelo: Rusia no es ya el país atrasado de la época de los zares, sino una potencia mundial. Lo mismo, salvando distancias y proporciones, puede decirse de China y Vietnam y podrá decirse de Cuba cuando esta experiencia acabe, de un modo u otro.

En esto, el “socialismo real” se diferencia del populismo, que lleva a un callejón económico sin salida similar –aunque por razones muy distintas– pero, además, deja a la sociedad en retroceso institucional, educativo y cultural. La Revolución Cubana no tuvo opción; los populismos fracasan con su propia receta.

Si Cuba emprende el camino populista, es posible que acabe en el caos argentino y muchos cubanos imitando a los desesperados venezolanos que huyen de su país en busca de caridad, o algo así. Pero los cubanos irían en busca de un puesto de trabajo, en muchos casos profesional, que les permita ejercer sus capacidades y labrarse un porvenir.

Otra cosa es que lo encuentren, tal como va hoy el capitalismo mundial.

(*) Periodista y escritor

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