El Sumo Pontífice, un
porteño y peronista puro, se niega
a viajar a su tierra mientras genere
división.
Por Carlos E. Cué
Este era el año. Desde que fue elegido, hace cinco, Jorge
Mario Bergoglio siempre encontró una poderosa excusa para no volver a su
tierra. Salió de Buenos Aires casi con lo puesto para acudir a un cónclave y
nunca volvió. Allí dejó a toda su familia, su entorno más cercano, sus
contactos políticos –nadie conoce tanto el mundo del poder argentino como él, y
todos los que son algo en este país viajan al Vaticano a verle, hasta el punto
de que algunos le consideran una especie de líder no declarado del peronismo- y
el club de fútbol San Lorenzo del que era tan fanático que incluso acudía al
vestuario antes de los partidos para alentar y santiguar a los jugadores.
Allí
sigue la peluquería donde se cortaba el pelo, el quiosquero al que llamó en
persona para explicarle que ya no iba a necesitar sus servicios, el popular
barrio de Flores donde se crió y las villas miseria que recorría para conocer
los problemas de los pobres. Acaba de hacer obispo a uno de esos curas villeros
que tanto alentó, pero él no vuelve a visitarlos.
En 2013 tenía que asentarse. En 2014 aún estaba en el poder
Cristina Fernández de Kirchner, con la que tuvo enfrentamientos durísimos
cuando era arzobispo de Buenos Aires. En 2015 había elecciones presidenciales.
En 2016 Macri vivía momentos duros de crisis económica y tensión social. En
2017 de nuevo elecciones, esta vez legislativas. ¿Y en 2018? Este año se
acabaron las excusas. Y con el viaje en enero a Chile, el país vecino al que es
imposible llegar sin pasar casi por encima de Buenos Aires, Francisco agotó
cualquier margen, provocó una fuerte indignación incluso entre comentaristas
argentinos habitualmente moderados con él, y desató la pregunta que recorre
Buenos Aires. ¿Y si no vuelve nunca?
2019 es año electoral de nuevo, la tensión con Mauricio
Macri no remite y el presidente tiene todos los números para ser reelegido para
otros cuatro años. Bergoglio tiene 81 años y la posibilidad de que nunca vuelva
a su tierra se empieza a plantear por personas como el periodista Joaquín
Morales Solá, que mantiene contactos con el Papa y asegura que estaba previsto
que viajara en 2018, algo que él mismo ha descartado recientemente en una
conversación con la cúpula de la Iglesia argentina.
¿Qué le pasa al Papa? ¿Por qué un hombre aclamado en todo el
mundo no puede volver a su tierra? Él ha dejado caer que no lo hará hasta que
no vea que su viaje no será controvertido, no generará división sino unión.
Pero cada día parece más lejano ese momento. No hay un solo argentino, incluido
Messi, que no genere controversia entre sus compatriotas. Pero con el Papa es
peor. Francisco se ha convertido en uno de los ejes de la grieta que separa la
política local. Hablar bien o mal de él coloca a un lado a otro.
La distancia con Macri
Su indisimulado enfrentamiento con Macri y su regreso a la
ortodoxia económica, su acercamiento a personajes muy polémicos de la
oposición, como la líder de Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini, han
provocado en el mundo cercano al presidente y en el antiperonismo en general,
que en buena parte es de componente católica, un rechazo visceral. Macri, que
para Francisco representa una política económica que rechaza y una clase social
a la que detesta, la de los empresarios multimillonarios, ha tocado estas
semanas la última tecla que faltaba para chocar con Bergoglio, al abrir paso en
el Congreso al debate para la despenalización del aborto. Además ha dejado
claro que si se aprueba la reforma no la vetará, aunque él, que viene de una
cultura católica italiana y española, esté en contra del aborto libre.
Ya nadie finge. En Argentina se escriben cosas del Papa que
nadie en ningún otro país se animaría a decir. Una parte de los argentinos lo
ve como un político más, implicado a fondo en la enrevesada batalla local, de
la que nadie sale indemne. “Todos dicen que el Papa no viene porque no quiere a
Macri, pero ¿Macri quiere que venga? Yo creo que no. Tres veces estuvo en
agenda el viaje y se cayó. Él está muy dolido con las críticas del macrismo”,
señala una persona muy cercana a Francisco, de trato frecuente con él. El
Gobierno, por el contrario, insiste en que está permanentemente invitado y si
no viene es porque no lo considera oportuno. El malestar de ambas partes crece.
La visita a Chile, donde ofreció discursos muy políticos de
crítica al capitalismo y se negó a recibir en audiencia a Nicolás Piñera, gran
aliado de Macri, ha alentado aún más esa sima que le separa de personas que
deberían ser devotos del Papa de su propio país, en especial los católicos
conservadores de las clases acomodadas. En ningún país del mundo se destacaron
tanto los pinchazos de público en las misas del Papa en Chile como en
Argentina. Muchos parecían disfrutar de esos problemas, mientras otros
católicos de base, entusiasmados por la idea de tener un Papa argentino, se
quejan amargamente de que estas peleas de altura están impidiendo que ellos
puedan ver en Buenos Aires a su Santo Padre.
En el entorno de Bergoglio insisten en que él tiene
problemas mucho más grandes que Argentina, dicen que no está pendiente de la
política local. Pero las constantes fotos con dirigentes locales y las cartas
que envía o gestos que hace indican lo contrario. Es difícil imaginar a alguien
más argentino que Bergoglio, para muchos la quintaesencia de un líder
peronista, y por eso es aún más difícil explicar que no haya vuelto y no
triunfe precisamente en su tierra. La posibilidad de que no regrese nunca, algo
que no sucedió con los últimos papas, el alemán Ratzinger o el polaco Wojtila,
que sí viajaron a sus países de origen, consolida la idea que en Argentina
nadie logra ser indiscutible. No ya un político, un deportista o un personaje
histórico. Ni siquiera un Papa porteño.
© El País (España)
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