Por Fernando Savater |
Al principio, la justicia no es más que la venganza
institucionalizada: el ojo por ojo del código de Hammurabi. Luego va elaborando
una compensación simétrica más sofisticada, menos brutalmente intuitiva,
regeneradora. Pero nunca deja de ser una alternativa a la venganza, la
necesidad de restablecer el orden simétrico roto por la libertad agresiva. Los
castigos del delito no pretenden solo erradicarlo: si hubiera un remedio social
contra los robos, crímenes y violaciones ya hubiera sido encontrado antes de
nacer Irene Montero. Para mejorar el Código Penal debe leerse De los delitos y las penas de Beccaria y obras
afines: pero para entenderlo a fondo, es preciso leer la Orestíada.
Hay simetrías
penales no inhumanas sino antihumanas: la pena de muerte, el encierro de por
vida. Nadie debe atreverse a decir a sus semejantes: “Abandonad toda esperanza
los que aquí entréis”. Pero castigar ciertos delitos atroces con un alto cupo
de años en prisión y luego condicionar la libertad a un cambio positivo del
penado no es insensible ni brutal: puede ser prudente. Hay que facilitar la
rehabilitación, pero no deja de ser una opción del recluso. Y desde luego no es
la única misión de la cárcel. Aunque esa pena mayor cree problemas al PNV con
sus deudos (y deudas) especialmente sanguinarios...
© El País (España)
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