jueves, 15 de marzo de 2018

Ser mujer

Por Manuel Vicent
Muy pronto los centros del poder masculino quedarán definitivamente fuera del canon machista consagrado en nuestra cultura por el Antiguo Testamento y la lucha por la igualdad de hombres y mujeres se librará incluso en el terreno de la genética. Llegará el momento en que el óvulo podrá elegir el espermatozoide más adecuado de entre los millares de inútiles que asediarán la gran fábrica de la vida.

Al final, las dos células se mirarán a la cara, de igual a igual, y el pequeño espermatozoide tendrá que aceptar un “no es no” de ese óvulo único, brillante, dinámico y lleno de futuro. Si el Génesis lo hubiera escrito Séfora, la mujer del machista Moisés, habríamos leído: “Al sexto día, Dios creó a Eva y desde sus entrañas surgió Adán”.

Sería un relato más consistente porque todos llegamos a este mundo atravesando a una mujer cuyo cuerpo, glorificado o satanizado, se ha convertido en una neurosis masculina en el arte y en la religión.

El voluptuoso desnudo femenino constituye un horizonte estético en la historia de la pintura, igual que la figura de la Virgen sin vísceras pero vestida con ropaje celestial, rodeada de ángeles.

Para una feminista radical ¿qué es más degradante, la Venus de Botticelli saliendo desnuda del mar sobre una concha impulsada por el soplo de dioses alados o las Inmaculadas de Murillo, quien a veces utilizaba de modelos a rameras sevillanas y las pintaba con la serpiente y la luna a sus pies?

Durante 3.500 años la mujer ha sido sometida, explotada, considerada como patrimonio del varón, objeto de placer o animal de carga. La esclavitud fue oficialmente abolida en la segunda mitad del siglo XIX; entonces se inició el movimiento obrero y ahora que la lucha de clases parece que ha sido neutralizada ha aparecido en escena la batalla final por la liberación femenina, una guerra que no ha cesado desde el neolítico.

© El País (España)

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