Por Manuel Vicent |
Al final, las dos células se mirarán a la cara, de igual a
igual, y el pequeño espermatozoide tendrá que aceptar un “no es no” de ese
óvulo único, brillante, dinámico y lleno de futuro. Si el Génesis lo hubiera
escrito Séfora, la mujer del machista Moisés, habríamos leído: “Al sexto día,
Dios creó a Eva y desde sus entrañas surgió Adán”.
Sería un relato más consistente porque todos llegamos a este
mundo atravesando a una mujer cuyo cuerpo, glorificado o satanizado, se ha
convertido en una neurosis masculina en el arte y en la religión.
El voluptuoso desnudo femenino constituye un horizonte
estético en la historia de la pintura, igual que la figura de la Virgen sin
vísceras pero vestida con ropaje celestial, rodeada de ángeles.
Para una feminista radical ¿qué es más degradante, la Venus
de Botticelli saliendo desnuda del mar sobre una concha impulsada por el soplo
de dioses alados o las Inmaculadas de Murillo, quien a veces utilizaba de
modelos a rameras sevillanas y las pintaba con la serpiente y la luna a sus
pies?
Durante 3.500 años la mujer ha sido sometida, explotada,
considerada como patrimonio del varón, objeto de placer o animal de carga. La
esclavitud fue oficialmente abolida en la segunda mitad del siglo XIX; entonces
se inició el movimiento obrero y ahora que la lucha de clases parece que ha
sido neutralizada ha aparecido en escena la batalla final por la liberación
femenina, una guerra que no ha cesado desde el neolítico.
© El País (España)
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