Por Manuel Vicent |
Se trata de una acción refleja, pero aprendida.
De hecho, si oímos
el himno de Ulán Bator no sentimos nada; en cambio, al oír la Marcha real, Els segadors, el Himno de Riego, el del Real Madrid o el del Barça,
vinculados a valores, ideología, tabúes y símbolos propios, el cerebro del
respectivo hincha patriota segrega automáticamente dos hormonas específicas, la
adrenalina y las endorfinas, que entran de inmediato en acción.
La adrenalina le
aumenta el ritmo cardiaco, le dilata la pupila para agudizar la visión ante el
peligro y le induce una descarga de glucosa por si el patriota se ve obligado a
realizar algún esfuerzo agresivo, por ejemplo, liarse a banderazos contra el
bando contrario e incluso, en casos extremos, coger el fusil. No en vano la
glándula que genera la adrenalina está en la zona de los riñones.
Por su parte, las
endorfinas le producen un bienestar emocional e incluso un placer físico que se
asimila con una sensación de fiesta después de la victoria.
El himno nacional o
deportivo suele ir acompañado con gritos de rigor, arengas y vítores que
exacerban el ánimo cuando la patria o el equipo están en peligro, pero sucede
que en la vida ordinaria hay otros peligros mucho más graves que no generan
ninguna secreción hormonal. ¿Por qué el paro, la desigualdad, la pobreza y la
corrupción no producen adrenalina ni endorfinas? Sencillamente, porque no
tienen música.
Hubo un tiempo en
que la tenían. Iba acompañada con una letra de combate, La internacional, A las
barricadas, himnos heroicos que hoy son solo ecos de la
memoria.
© El País (España)
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