Por Fernando Savater |
Recordé la anécdota estos días, cuando vocean su entusiasmo
por la provocación sin cortapisas los mismos que llaman a los GEO al oír un
piropo. Por supuesto la finalidad del arte no es provocar, ni tampoco la de la
ciencia (el primero que dijo que la tierra era redonda y daba vueltas resultó
muy provocador).
La provocación depende de la ignorancia o la ingenuidad del
espectador: a quien la busca porque sí, como primer objetivo, no le llamamos
“artista”. Si quiere provocar deseo, le inscribimos entre los pornógrafos; si
prefiere la ira, le incluimos —junto a los ultras que se pegan sin motivo— en
un grupo cuyo nombre empieza por “g”, acaba con “s” y no es GPS... Ejemplos:
Santiago Sierra, Valtonyc...
El tribunal que condenó al rapero resultó sin querer mucho
más provocador que él, porque en España —salvo los toros— no hay provocación
mayor que hacer cumplir la ley. Escándalo mayúsculo: vuelta al franquismo, la
cultura en peligro... Por eso Rajoy, nada provocador, es reacio a cumplir la
ley sin remilgos en la Cataluña monolingüe y monotemática. Y en la equiparación
salarial entre sexos o policías, mejor no se mete.
Nada de provocaciones, no nos vaya a pasar lo de aquel
chiste de Fontanarrosa: “Nuestra propuesta teatral fue enigmática,
provocativa...”. “¿Y el público respondió?”. “Respondió que no pensaba ir”.
© El País (España)
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