Por Manuel Vicent |
Los jubilados de hoy son los hombres y mujeres que ayer
modernizaron nuestro país, consiguieron implantar la democracia, la libertad y
el Estado de bienestar, lo introdujeron en Europa, elaboraron las leyes más
avanzadas, hicieron ciencia en los laboratorios, revolucionaron la medicina,
construyeron carreteras y comunicaciones, labraron la tierra, abrieron mercados
por todo el mundo y aquellos que sobrevivieron a la dura vida, al final,
tuvieron que dedicar sus modestas pensiones a paliar el paro de sus hijos, a
cuidar de sus nietos y a realizar aquellas tareas que sucesivos políticos
incompetentes renunciaron a solucionar en favor de los poderosos y de aquellos
que más recursos tenían.
Lo dice el Evangelio sin ir más lejos: “Pues al que tiene
mucho, se le dará más todavía; pero al que tiene poco, aun ese poco le será
arrebatado”. Los jubilados, que no se resignan a esa condena salvaje, han
salido en masa a las calles con un vigor que sobrepasa en frescura e intrepidez
al de los jóvenes airados del 15-M.
Primero fue la rebelión juvenil, después el grito de las
mujeres, ahora la cólera de los viejos. ¿Qué pasa en este país? Simplemente que
en medio del asfalto está reventando como una amenaza otro milagro de la primavera.
© El País (España)
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