Gary Oldman caracterizado como Winston Churchill en Las Horas más oscuras. |
La película Las Horas
más oscuras está basada en el libro con el mismo título del guionista y
novelista Anthony Mc Carten. Claro que si se hubiera respetado toda la tapa (un
imposible) hubiera llevado el anexo Cómo
Churchill nos alejó del abismo. Su principal actor, Gary Oldman, que no se
parece en nada a Churchill pero es Churchill con sus gestos, sus dudas, sus
reiterados habanos que impregnaban de humo los salones donde participaba y sus
cabronadas ganó el merecido premio al mejor actor.
El libro como la película no son obra de un historiador,
pero el texto tiene el rigor de un académico y muestra un momento crucial de la
Segunda Guerra Mundial. Mientras el gabinete que secundaba a Churchill que
intentaba representar a todas las tendencias políticas del país buscaron tratar
la capitulación de la isla frente a la ofensiva germana, Churchill se opuso con
una tenacidad leonina a esa posibilidad. Vaya uno a saber qué hubiera pasado si
en 1940 donde Inglaterra quedaba solita frente a un enemigo de temer hubiera
cedido, se hubiera entregado. ¿Cuál sería nuestro mundo? ¿Qué habría sido de
nosotros? ¿Se hubiera movido para algo el tablero internacional?
Este tema, el de la capitulación en el borde de la cornisa
fue poco divulgado, o no se le dio la importancia que se merecía. Era aquella
otra realidad donde Hitler dominaba todos los espacios, ya había firmado un
pacto de no agresión con la Unión Soviética, que rompería en 1941, y eso le
permitió volcar todas sus pretensiones en el oeste europeo.
En 1938 Hitler, que tan sólo había llegado al poder cinco
años antes, se apropió de la democrática Checoslovaquia con el silencio
cómplice de Inglaterra y Francia. Ese mismo año el líder nazi ocupó votación
masiva y positiva mediante a Austria. Era dueño y señor de todo el continente,
que rebasaba de administraciones fascistas o neofascistas y muchas de las
cuales serían sus aliados militares en la futura ofensiva contra Rusia. La
España Republicana sumida en un desastre y en una matanza sin límites que
presagió lo que pasaría más tarde ya cedía territorio y todo llevaba a que
Franco, un fascista, se hiciera con todo el poder.
Sabiendo Hitler en 1939 que según pactos severos si ocupaba
Polonia, Inglaterra y Francia le declararían la guerra, el dueño de Europa se
atrevió a la invasión . En un acuerdo con Moscú ocuparía más de la mitad del
costado oeste de ese país con altos valores nacionalistas surgido después de
largas luchas tras la Primera Guerra Mundial.
Entretanto en Inglaterra como en Francia poderosos grupos de
intereses y manifestantes se oponían a la posibilidad de otro conflicto tras la
experiencia de la Primera Guerra que se devoró a 10 millones de soldados de uno
y otro bando. Inglaterra estaba agotada, había perdido gran parte de su flota
de mar y su condición imperial fustigada por los movimientos independistas,
como el de la India por ejemplo, empujada por el fervor de Gandhi. Y todavía
lloraba a los adolescentes que murieron en las trincheras entre 1914 y 1918.
Francia por su lado, hacia pesar la presencia del Frente Popular de Izquierdas
en el poder, muy cuestionada. La oficialidad era de derechas y los soldados
militantes de izquierda.
Pero si se corría el telón podía uno enterarse que detrás de
la quietud y la parsimonia de Inglaterra, de la actitud servil de Lord
Chamberlain seducido por la figura del Führer, existía tanto en Inglaterra como
en Francia un movimiento de neutralidad. Claro que detrás de la neutralidad
aparecían los admiradores de Alemania.
Gran parte de la nobleza inglesa coqueteó con Berlín a lo
largo de los años treinta. Muchos de sus representantes participaban de
sesiones de caza con Goering y almorzaban con Hitler. Para ellos el nazismo era
la única fuerza que podía destruir a los comunistas, a quienes odiaban. Esa
amistad trajo complicidades. La Historia demuestra que Eduardo VIII, luego
conocido como Duque de Windsor, príncipe de Gales, hijo de Jorge V mantenía
lazos muy estrechos con Berlín y no sólo abdicó por su casamiento con la
divorciada Wallis Simpson (prohibido por rígidos protocolos, ya superados) sino
por presiones políticas por la incidencia de sus amistades en el Palacio Real.
Asumió el trono su hermano Alberto quien eligió ser conocido como Jorge VI.Fue
el padre de la hoy Reina Elizabeth.
El sinónimo de neutralidad era lavarse las manos o mejor no
molestar a Hitler. Los historiadores ingleses han investigado profusamente todo
este proceso y el cine dedicó el tema la hermosa película Al final del día. Los
5 millones de soldados franceses ubicados en la línea Marginot no sirvieron
para mucho. En poco menos de mes y medio los alemanes desfilaron por las calles
de París. El periodista británico Alan Riding es autor de un libro clave: Y
siguió la fiesta: La vida cultural en el París ocupado por los nazis (Editorial
Galaxia Gutemberg) muestra la entrega ignominiosa de la ciudad. Los cafés
volvieron a llenarse a las horas después de la entrada del enemigo, asomaron
gran cantidad de colaboradores de los nazis en el mundo artístico, intelectual
y cinematográfico.
Inglaterra estaba sola. A duras penas pudo salvar a 300.000
hombres de sus tropas en la playa de Dunkerke. En Estados Unidos también
imperaba la neutralidad, con los mismos criterios que en Inglaterra y la
izquierda francesa no se movió respetando el pacto de no agresión Molotov-Von
Ribbentrop de 1939. Franklin D. Roosevelt, presidente norteamericano quiso
ayudar a Inglaterra pero fue condicionado por un Parlamento neutralista. Los
envíos eran peligrosísimos. Los submarinos alemanes atacaban sus presas las
pocas cargas de armamento que enviaba Roosevelt como tiburones, sin
contemplaciones y envalentonados por la sangre vertida.
Roosevelt recién podrá actuar en Europa tras el ataque
japonés a Pearl Harbor y una desaforada y cuestionada por absurda declaración
de guerra de Hitler a Washington, el 11 de diciembre de 1941.
Entre 1940 y 1941 Inglaterra fue bombardeada sin miramientos
por la aviación alemana que destruyó parte de su flota aérea, sus aeródromos y
ciudades. Estaba sola en el mundo, víctima de ataques masivos pero con una
población muy resistente y heroica. La ruptura del Pacto y la entrada abrupta y
desaforada de Hitler en Rusia llevó a tomar casi 5 millones de soldados
prisioneros. Los invasores llegaron a las puertas de Moscú. Su defensa costó 1
millón de muertos. Inglaterra se debatía en la desesperación.
Pero Churchill, que nunca se dejó seducir por el nazismo,
gritó no a la capitulación. Demostró que aunque uno está perdido y vencido se
puede salir de las ruinas e iniciar un contraataque. Debió enfrentarse con
figuras de fuste como Lord Halifax (el preferido del rey para reemplazar a
Churchill) y el decrépito pero presente Lord Chamberlain con su moñito en el
cuello y su sombrero negro. El sólo entre habano y habano los fue dominando y
acallando: capitulación jamás, pelearemos hasta el último hombre.
Conservador, austero, alcohólico, anticomunista, arbitrario
según versiones tuvo templanza y una valentía arrolladora. Al terminar la
guerra, en 1945 el pueblo no lo eligió para el Parlamento. Él había sido la
demostración de un viejo mundo y los soldados soñaban con construir uno nuevo.
© El Cronista
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