martes, 6 de marzo de 2018

Oldman-Churchill, dura victoria

Gary Oldman caracterizado como Winston Churchill en Las Horas más oscuras.
Por Daniel Muchnik

La película Las Horas más oscuras está basada en el libro con el mismo título del guionista y novelista Anthony Mc Carten. Claro que si se hubiera respetado toda la tapa (un imposible) hubiera llevado el anexo Cómo Churchill nos alejó del abismo. Su principal actor, Gary Oldman, que no se parece en nada a Churchill pero es Churchill con sus gestos, sus dudas, sus reiterados habanos que impregnaban de humo los salones donde participaba y sus cabronadas ganó el merecido premio al mejor actor.

El libro como la película no son obra de un historiador, pero el texto tiene el rigor de un académico y muestra un momento crucial de la Segunda Guerra Mundial. Mientras el gabinete que secundaba a Churchill que intentaba representar a todas las tendencias políticas del país buscaron tratar la capitulación de la isla frente a la ofensiva germana, Churchill se opuso con una tenacidad leonina a esa posibilidad. Vaya uno a saber qué hubiera pasado si en 1940 donde Inglaterra quedaba solita frente a un enemigo de temer hubiera cedido, se hubiera entregado. ¿Cuál sería nuestro mundo? ¿Qué habría sido de nosotros? ¿Se hubiera movido para algo el tablero internacional?

Este tema, el de la capitulación en el borde de la cornisa fue poco divulgado, o no se le dio la importancia que se merecía. Era aquella otra realidad donde Hitler dominaba todos los espacios, ya había firmado un pacto de no agresión con la Unión Soviética, que rompería en 1941, y eso le permitió volcar todas sus pretensiones en el oeste europeo.

En 1938 Hitler, que tan sólo había llegado al poder cinco años antes, se apropió de la democrática Checoslovaquia con el silencio cómplice de Inglaterra y Francia. Ese mismo año el líder nazi ocupó votación masiva y positiva mediante a Austria. Era dueño y señor de todo el continente, que rebasaba de administraciones fascistas o neofascistas y muchas de las cuales serían sus aliados militares en la futura ofensiva contra Rusia. La España Republicana sumida en un desastre y en una matanza sin límites que presagió lo que pasaría más tarde ya cedía territorio y todo llevaba a que Franco, un fascista, se hiciera con todo el poder.

Sabiendo Hitler en 1939 que según pactos severos si ocupaba Polonia, Inglaterra y Francia le declararían la guerra, el dueño de Europa se atrevió a la invasión . En un acuerdo con Moscú ocuparía más de la mitad del costado oeste de ese país con altos valores nacionalistas surgido después de largas luchas tras la Primera Guerra Mundial.

Entretanto en Inglaterra como en Francia poderosos grupos de intereses y manifestantes se oponían a la posibilidad de otro conflicto tras la experiencia de la Primera Guerra que se devoró a 10 millones de soldados de uno y otro bando. Inglaterra estaba agotada, había perdido gran parte de su flota de mar y su condición imperial fustigada por los movimientos independistas, como el de la India por ejemplo, empujada por el fervor de Gandhi. Y todavía lloraba a los adolescentes que murieron en las trincheras entre 1914 y 1918. Francia por su lado, hacia pesar la presencia del Frente Popular de Izquierdas en el poder, muy cuestionada. La oficialidad era de derechas y los soldados militantes de izquierda.

Pero si se corría el telón podía uno enterarse que detrás de la quietud y la parsimonia de Inglaterra, de la actitud servil de Lord Chamberlain seducido por la figura del Führer, existía tanto en Inglaterra como en Francia un movimiento de neutralidad. Claro que detrás de la neutralidad aparecían los admiradores de Alemania.

Gran parte de la nobleza inglesa coqueteó con Berlín a lo largo de los años treinta. Muchos de sus representantes participaban de sesiones de caza con Goering y almorzaban con Hitler. Para ellos el nazismo era la única fuerza que podía destruir a los comunistas, a quienes odiaban. Esa amistad trajo complicidades. La Historia demuestra que Eduardo VIII, luego conocido como Duque de Windsor, príncipe de Gales, hijo de Jorge V mantenía lazos muy estrechos con Berlín y no sólo abdicó por su casamiento con la divorciada Wallis Simpson (prohibido por rígidos protocolos, ya superados) sino por presiones políticas por la incidencia de sus amistades en el Palacio Real. Asumió el trono su hermano Alberto quien eligió ser conocido como Jorge VI.Fue el padre de la hoy Reina Elizabeth.

El sinónimo de neutralidad era lavarse las manos o mejor no molestar a Hitler. Los historiadores ingleses han investigado profusamente todo este proceso y el cine dedicó el tema la hermosa película Al final del día. Los 5 millones de soldados franceses ubicados en la línea Marginot no sirvieron para mucho. En poco menos de mes y medio los alemanes desfilaron por las calles de París. El periodista británico Alan Riding es autor de un libro clave: Y siguió la fiesta: La vida cultural en el París ocupado por los nazis (Editorial Galaxia Gutemberg) muestra la entrega ignominiosa de la ciudad. Los cafés volvieron a llenarse a las horas después de la entrada del enemigo, asomaron gran cantidad de colaboradores de los nazis en el mundo artístico, intelectual y cinematográfico.

Inglaterra estaba sola. A duras penas pudo salvar a 300.000 hombres de sus tropas en la playa de Dunkerke. En Estados Unidos también imperaba la neutralidad, con los mismos criterios que en Inglaterra y la izquierda francesa no se movió respetando el pacto de no agresión Molotov-Von Ribbentrop de 1939. Franklin D. Roosevelt, presidente norteamericano quiso ayudar a Inglaterra pero fue condicionado por un Parlamento neutralista. Los envíos eran peligrosísimos. Los submarinos alemanes atacaban sus presas las pocas cargas de armamento que enviaba Roosevelt como tiburones, sin contemplaciones y envalentonados por la sangre vertida.

Roosevelt recién podrá actuar en Europa tras el ataque japonés a Pearl Harbor y una desaforada y cuestionada por absurda declaración de guerra de Hitler a Washington, el 11 de diciembre de 1941.

Entre 1940 y 1941 Inglaterra fue bombardeada sin miramientos por la aviación alemana que destruyó parte de su flota aérea, sus aeródromos y ciudades. Estaba sola en el mundo, víctima de ataques masivos pero con una población muy resistente y heroica. La ruptura del Pacto y la entrada abrupta y desaforada de Hitler en Rusia llevó a tomar casi 5 millones de soldados prisioneros. Los invasores llegaron a las puertas de Moscú. Su defensa costó 1 millón de muertos. Inglaterra se debatía en la desesperación.

Pero Churchill, que nunca se dejó seducir por el nazismo, gritó no a la capitulación. Demostró que aunque uno está perdido y vencido se puede salir de las ruinas e iniciar un contraataque. Debió enfrentarse con figuras de fuste como Lord Halifax (el preferido del rey para reemplazar a Churchill) y el decrépito pero presente Lord Chamberlain con su moñito en el cuello y su sombrero negro. El sólo entre habano y habano los fue dominando y acallando: capitulación jamás, pelearemos hasta el último hombre.

Conservador, austero, alcohólico, anticomunista, arbitrario según versiones tuvo templanza y una valentía arrolladora. Al terminar la guerra, en 1945 el pueblo no lo eligió para el Parlamento. Él había sido la demostración de un viejo mundo y los soldados soñaban con construir uno nuevo.

© El Cronista

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