Fue uno de los más
brillantes científicos contemporáneos. Falleció este miércoles, a los 76 años.
Stephen Hawking padecía esclerosis lateral amiotrófica, ELA, pero su mente, con un IQ de 204, se mantuvo inmume a esa enfermedad. |
Mundo - El físico
británico Stephen Hawking, el científico que explicó el universo desde una
silla de ruedas y acercó las estrellas a millones de personas alrededor del
mundo, ha fallecido esta madrugada en su casa de Cambridge, a los 76 años.
“Estamos profundamente entristecidos por el fallecimiento de
nuestro padre hoy”, dicen sus tres hijos, Lucy, Robert y Tim, en un comunicado
publicado a primera hora de la mañana del miércoles. “Era un gran científico y
un hombre extraordinario cuyo trabajo y legado sobrevivirá por muchos años. Su
coraje y persistencia, con su brillo y humor, inspiraron a personas por todo el
mundo. En una ocasión dijo: ‘El universo no sería gran cosa si no fuera hogar
de la gente a la que amas’. Le echaremos de menos para siempre”.
Hawking pasará a la historia por su trabajo sobre los
agujeros negros y la relatividad, así como por los populares libros
divulgativos de los que fue autor, entre ellos el popular Breve historia del
tiempo, del Big Bang a los agujeros negros, publicado en 1988 y que ha vendido
más de diez millones de copias.
Perfil del genio
Nació en Oxford en 1942. Sus padres, Frank e Isabel, un
médico biólogo y una activa política laborista, le pusieron allí a salvo de los
bombardeos nazis. Luego vivieron en St. Albans, al norte de Londres, donde
Frank Hawking era Director de Parasitología del Instituto Nacional de
Investigación Médica. Además de Stephen, los Hawkings tenían a Philippa, Mary y
un hijo adoptivo, Edward. Según este, “parecíamos los Munsters”: Wagner sonaba
a toda pastilla en la casa, el padre criaba abejas en el sótano y una abuela
pianista aporreaba en el ático. La familia leía junta y en silencio, debatía la
existencia de Dios e iba de vacaciones en un carromato de vendedor de
crecepelos. Se les consideraba una gente culta y excéntrica, que, si se rompía
el vidrio de una ventana, no se acordaba de cambiarlo. En cuanto a Stephen, era
frágil pero chulito. Tenía carisma. Sus compañeros le llamaban “Einstein” por
sus aficiones intelectuales. Como estudiante era normal, sin más.
La fiesta de Oxford
Fue al Colegio Mayor Universitario de Oxford, alma mater de
su padre, para estudiar matemáticas y física. Se integró muy bien. Llevaba el
pelo largo, era famoso por su ingenio y no se mataba a trabajar. Pero ciertos
datos mostraban que era de otro planeta. Su tutor, Robert Breman, lo explicó
así: “Tuvo que hacer un esfuerzo para rebajar su nivel al de la clase”. Jugaba
al bridge por las noches y durante el día timoneaba al equipo de remo con
gritos autoritarios. Fueron tres años de buena vida a pesar de lo cual obtuvo
el título en Ciencias Naturales con honores.
El dolor de Cambridge
1962. Su siguiente paso fue Cambridge, donde eligió el
enfoque más difícil y menos práctico de la física: la cosmología. Pronto se dio
cuenta de que, por haber vagueado en Oxford, sus matemáticas fallaban.
Comenzaba a aclararse en la jungla numérica cuando se le agudizó cierta torpeza
corporal… El diagnóstico fue esclerosis lateral amiotrófica, ELA. Un mal
degenerativo incurable que atrofia los músculos voluntarios: el corazón, el
aparato digestivo y los órganos sexuales funcionan; el cerebro también; pero se
pierde la capacidad de hablar y de moverse. Los enfermos mueren pronto, casi
siempre por asfixia, al fallarles los músculos respiratorios. Hawking, que
tenía veinte años, se sumió en la depresión.
Pero era un vitalista. En enero de 1963 reapareció en su
vida Jane Wilde, una joven estudiante de lenguas de St. Albans. El padre de
Hawking aconsejó una boda temprana: debían tener hijos lo antes posible, porque
Stephen podía morir en cualquier momento. Se casaron en julio de 1965. A
Stephen, aquello le dio energías para enfrentarse a un doctorado de tres años,
más tiempo que el que la enfermedad le concedía. Por suerte, la física teórica era uno de los
pocos campos que no exigía más herramienta que la mente. Se volcó en el
estudio. “Comencé a trabajar por primera vez en mi vida”. Logró doctorarse en
1966. El nacimiento de su hijo Robert le enfrentó al reto de mantener una
familia, así que empezó a dar clases en Cambridge. En 1980 ganaría la cátedra
Lucasiana de Matemáticas, la misma que tuvo Newton.
Adelante con todo
Su espíritu combativo se negaba la derrota, pero la enfermedad
no cejaba. A principios de los setenta, se sentó para siempre en una silla de
ruedas y empezó a farfullar. En 1985, hubo que colocarle un tubo respirador en
la garganta y una sonda de alimentación. Se acabó el habla, incluso el
farfulleo. Quedó inmóvil por completo, encerrado en su cuerpo. De esa cárcel le
sacó el informático Michael Woltosz con un software diseñado para su suegra
impedida: el programa Equalizer que permitía seleccionar palabras en una
pantalla; estas podían pasar a un ecualizador y salir convertidas en esa voz
robótica, con acento yanqui, que caracteriza a Hawking y que tanto juego ha
dado en el mundo.
Como aún podía mover un dedo, un alumno le diseñó un
interruptor para el software. Con determinación, Hawking logró producir 10
palabras por minuto, muy poco si se compara con el habla normal (100 palabras),
pero muchísimo si la otra opción es el silencio. En 2003 ese interruptor manual
fue sustituido por otro infrarrojo de baja potencia incorporado a los lentes.
Al comienzo lo controlaba con parpadeos, después con movimientos de mejilla.
La esclerosis solo respetó los 204 IQ de su prodigioso
cerebro. Y así siguió en globo y en vehículos de gravedad cero, incluso se ha
permitido dos divorcios: el primero de Jane, su esposa/salvavidas y madre de
sus tres hijos, Robert, Lucy y Timothy, que acabó cansada de la absorbente
situación conyugal. Y después de Elaine Mason, su segunda mujer, una enfermera
demasiado enérgica, se dice.
© El País y Agensur.info
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